Las decisiones que viene tomando el Gobierno con recortes de un presupuesto que prevé la desocupación, el hambre y la injusticia, junto al silenciamiento de la palabra y el abuso de la mentira y el engaño a cargo de grandes medios, es una demostración del abierto desprecio al derecho y a la vida comunitaria.
Después de los difíciles años de la dictadura se siguen reviviendo viejas controversias cargadas de irracional rencor. Un espíritu de venganza que busca negar e invalidar toda conquista popular. La arrogancia del triunfo o la amargura de la derrota pueden ser impedimentos que nublen nuestra comprensión de los caminos de comunicación, porque cada uno intentará deshumanizar al otro. No puede haber verdadera comunidad si no se derrumban las barreras que denigran la condición humana, que convierten a los seres humanos en cifras y estadísticas, donde, porque así lo reclama el mercado, se supedita el bienestar de todos a los beneficios de unos pocos. Los fundamentalismos sirvieron para censurar ideas, levantar hogueras, perseguir pueblos, dominar conciencias y erigir barreras de división entre los seres humanos. Para justificar sus acciones, se amparan en los supuestos reclamos del dios mercado. Insisten en que hay que cuidarse de él, porque si se quiebra la relación, despertará su ira y será necesario ofrecerle sacrificios de expiación.
Ahora, los poderes de todos los tiempos, cuando sacralizan sus demandas, reclaman plena sumisión a sus deseos y órdenes. Por eso, cuando un sistema económico, un movimiento político, o un gobierno se considera a sí mismo como algo sagrado, se convierte en un dios. Al igual que los antiguos, cuando sus órdenes no se cumplen montan en cólera y reclaman sacrificios. Así, a la opresión y la subyugación de los más débiles, la consideran un debido castigo. Los dioses modernos, en nombre de la economía y la prosperidad, demandan devoción incondicional, de manera que todo lo que se les oponga se convierte en un enemigo al que hay que eliminar.
En esta situación, a pesar de todo, se perfila una creciente conciencia, que están asumiendo los movimientos sociales frente a lo que significa este despojo del trabajo, la comida y la salud. No es de asombrarse que hoy en nuestro país, sean las mujeres quienes están en la vanguardia por la dignidad humana, siguiendo la lucha de las madres y abuelas de Plaza de Mayo. Cuando ellas rompieron el silencio impuesto por los dictadores, se constituyeron en la conciencia y la memoria activa que reclama justicia y vida.
Este creciente compromiso por los derechos humanos y la justicia, poco a poco va potenciando el nuevo papel protagónico que van asumiendo los movimientos sociales. Descreen de este mundo de pensamiento único, y por eso están en contra de un capitalismo que se ha asumido como sinónimo de democracia. Les han hecho descreer de la política pero quieren rescatar la palabra que libera. Están en contra del dios del mercado que legitima estructuras de dominación y explotación de los más débiles. La presencia activa de estos variados y heterogéneos actores sociales se enfrenta con la creciente reacción de quienes no quieren los cambios y ven estos movimientos como una amenaza. Pero, es a partir de ellos, que se está creando una nueva convicción para enfrentar los desafíos de este siglo 21. Abrumados por la deuda externa, asumida con especuladores extranjeros y el FMI, aún por razones egoístas, quienes se resisten a los cambios deberían estar alertas a lo que alguien llamó “el bumerán de la deuda”. Sus efectos estarán repercutiendo sobre todos.
Frente a este avasallamiento de los derechos democráticos, no cabe más que el rechazo y la promoción de un cambio donde la voz del pueblo sea el eje a partir del cual reconstruir la comunidad. El sociólogo brasileño Emir Sader enseñó que hay que estar en “oposición a la mercantilización del mundo. Porque el mundo no está en venta y lo esencial no tiene precio.”
Es hora de que la democracia se ponga de pie y rescate la comunicación.
* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas.