Desde Chicago
Sin duda la Marcha de Mujeres del sábado 21 de enero de 2017 quedará en la historia como una de las mayores movilizaciones de Estados Unidos con articulación internacional. La idea de marchar en Washington durante el fin de semana de la asunción presidencial salió de Teresa Shook, abogada hawaiana jubilada, luego de conocerse los resultados de la elección. Shook creó una página en Facebook con la propuesta y en pocas horas recibió 10.000 adhesiones. Bob Bland, diseñadora de moda residente en Nueva York que también había compartido la idea en Facebook, se sumó a Shook para lo que llamaron la “Million Women March on Washington”. El nombre honra la marcha de 1963 en la que el Reverendo Martin Luther King dio su mítico discurso “I have a dream” (Tengo un sueño) símbolo del movimiento de los derechos civiles. A Shook y Bland se sumaron las activistas Tamika D. Mallory, Carmen Pérez y Linda Sarsour que militan en causas vinculadas con la reforma del sistema de justicia criminal, la violencia policial, y la justicia racial. Así empezó a formarse un amplio equipo organizativo que también cuenta con un comité nacional.
Si bien la marcha planteó una agenda amplia de defensa de los derechos de las mujeres y la lucha por los derechos migratorios, los derechos de personas LGBTIQ, la libertad de religión y los derechos de los trabajadores, el lema central fue: “Los derechos de las mujeres son derechos humanos”. El evento que se organizó en poco menos de dos meses contó con la presencia de destacadas figuras de la cultura y el activismo como Angela Davis, militante abolicionista e intelectual marxista afroamericana perseguida y encarcelada en los setentas por su pertenencia al partido de las Panteras Negras; Gloria Steinem, ícono del movimiento feminista; Madonna, Scarlett Johansson, la escritora trans Janet Mock y el cineasta Michael Moore entre 60 oradoras (y oradores). Haciendo clara alusión al estilo megalomaníaco del nuevo presidente, Steinem resaltó en su mensaje que la constitución no empieza con “Yo, el pueblo” sino con “Nosotros, el pueblo”. En otro momento destacado, Angela Davis hizo alusión a la desaparición de material vinculado con los derechos civiles del sitio web de la Casa Blanca diciendo: “Reconocemos que somos agentes colectivos de la historia y que la historia no se puede borrar como las páginas web”. A figuras como Davis y Steinem que pusieron a la marcha en un contexto histórico de luchas y activismos se sumaron exponentes de luchas más recientes como las madres de Trayvon Martin y Eric Garner, víctimas de la violencia policial que afecta a la comunidad negra.
Si el viernes 20 estuvo marcado por una atmósfera sombría –el inicio de la era de lo incierto con un presidente tan grandilocuente como volátil– el 21 fue todo fiesta, entusiasmo, potencia. Después de una temporada en la que el candidato presidencial justificó dichos que son de parte la cultura de la violación como “cosas que dicen los tipos” o se refirió a su contrincante femenina como “asquerosa”, la posibilidad de tomar las calles tuvo sin duda una función catártica y política. Ahora surge la pregunta de si se trata de un momento o del comienzo de un movimiento de oposición fuerte. Desde los medios de comunicación y las redes se convoca a quienes participaron en la marcha a organizarse para sostener la resistencia. Una publicación que circula, titulada Indivisible, da las claves para generar efectos reales en el sistema representativo y pone como ejemplo al Tea Party, partido conservador que se hizo fuerte a partir de operar en las cámaras de representantes, un aspecto tal vez menos visible que las marchas pero sin duda efectivo. La participación con donaciones a Planned Parenthood, organización que provee acceso a servicios fundamentales de salud reproductiva y cuidado a personas heterosexuales y LGBTQ, es otra de las estrategias que se impulsan desde las redes. Frente a la retirada del Estado de servicios sociales, aparece la idea de una “democracia de la vaquita” o crowdsourcing en términos neoliberales.
Otra cuestión que se discute post-marcha es qué efecto tendrán las manifestaciones populares como contrapeso de una administración que está redefiniendo las reglas del juego de manera radical. La respuesta de Trump a las marchas del sábado, especialmente en relación con el magro número de simpatizantes con el que contó para su ceremonia de nombramiento, ha sido culpar a la prensa de especular en base a imágenes aéreas. La destacada presencia de vacíos en el predio del National Mall se ha atribuido al uso de tapetes blancos para el cuidado del césped. No es falta de cariño, se trata de una ilusión óptica. Además, el secretario de prensa de la presidencia ha dicho que la marcha no fue en contra de Trump (¿por qué debería serlo cuando aun no hizo nada?) sino que las manifestantes expresaron su precupación sobre “ciertos asuntos”.
En las redes, memes destacando la caballerosidad de Obama con Michelle Obama y con Melania Trump fueron eje de la discusión acerca del estilo de poder del nuevo mandatario. Carteles de “Liberen a Melania” o “Melania, si estás en problemas, parpadeá dos veces” manifiestan la identificación entre la mujer y la patria. El modo en que el presidente trata a su mujer se ve como signo de cómo nos va a tratar. Es que Trump no sólo encarna la cultura de la violación con sus dichos acerca de las mujeres como seres asquerosos que menstruan o amamantan, sino que su estilo mismo de relación con los hechos se ha asociado a una las características más tóxicas de las relaciones abusivas de pareja: el “gaslighting”, técnica de manipulación de los abusadores hacia sus parejas. La llamada era “post-verdad”, o la era de “los hechos alternativos” en palabras de la asesora de Trump Kellyanne Conway, implica un cambio de paradigma que resuena con la micropolítica de las relaciones de pareja. La figura de Obama como caballero y de Michelle completando la imagen de “padres de la patria” que vienen a tranquilizar a los ciudadanos frente al miedo nocturno refleja el duelo por lo que terminó, sin referencia a los drones y deportaciones que caracterizaron el mandato anterior. Uno de los carteles que vi en la marcha de Chicago en la que participé refleja esa conciencia crítica con respecto al caballero Obama: “Distinto presidente, la misma lucha”.
Frente a esta situación en la que muchas mujeres se ven compelidas a responder como una cuestión personal, las marchas del 21 dieron una acogida fundamental, sumada al apoyo de varones que cantaban “Nuestros cuerpos, nuestros derechos” agregando “Sus cuerpos, sus derechos”. Ya se ha hablado mucho de los gorritos rosas, de los discursos de figuras como Madonna, y de los números de manifestantes, insólitos para ciudades como Los Angeles donde encontrar estacionamiento en el centro puede volverse una verdadera pesadilla. En Chicago, el número de manifestantes triplicó el esperado, por lo cual las organizadoras anunciaron durante el acto previo que se suspendía la marcha. Finalmente, la gente marchó igual, de manera orgánica, sin episodios de represión policial. Desde las calles compartimos imágenes en las redes, mostrando la muchedumbre y los carteles que representaban las distintas demandas como el acceso al aborto, la igualdad salarial, y el rechazo a las políticas racistas, misóginas, homofóbicas y xenófobicas anunciadas por Trump.
Horas después de estos ecos nacionales e internacionales de las marchas en las redes, comenzaron a circular (o a reaparecer) posiciones críticas al interior del emergente movimiento, que a nivel internacional ya está en marcha con movimientos como Ni Una Menos y el Paro Internacional de Mujeres del 8M. Una de estas críticas se focalizó en el hecho de que la categoría “mujer” no es condición suficiente de alianza y que cuestiones como la raza y la clase son centrales a la hora de luchar por los derechos de las mujeres. Históricamente se le ha cuestionado al feminismo su grave miopía con respecto a las desventajas que sufren las mujeres de color, marginadas doblemente por su género y su raza. Las mujeres negras, así como las mujeres trans y lesbianas, cuestionaron la supuesta universalidad y progresismo de la categoría “mujer”. Por ejemplo, la imagen de una mujer afroamericana que sostiene un cartel diciendo “No se olviden que las mujeres blancas votaron por Trump” sobre el trasfondo de tres chicas blancas con “pussy hats” que se sacan selfies fue una de las más compartidas en las redes post-marcha. La imagen alude al hecho de que, a pesar del corte feminista de la campaña de Hillary Clinton, Trump cosechó el 53 por ciento de los votos de las mujeres blancas. Algunos analistas atribuyen este resultado a que estas mujeres se identificaron con el perfil autónomo y emprendedor de Ivanka Trump y no con Clinton, cuya carrera política atribuyen a su matrimonio antes que a su formación y trabajo.
Otra imagen que refleja la crítica de mujeres negras a la falta de conciencia interseccional en la marcha de mujeres muestra un cartel que dice: “Señoras blancas bienintencionadas las veo en la próxima marcha de #LasVidasNegrasImportan, ¿sí?” Enmarcada por una mano con el gesto de “fuck you” la imagen representa la crítica al denominado “liberalismo blanco”, una política de movilización que termina cuando empieza el trabajo de desmantelamiento de la supremacía blanca y la emancipación de los oprimidos en base a su raza. El movimiento #BlackLivesMatter (o #LasVidasNegrasImportan) surgió en respuesta a la ola de violencia policial que afecta particularmente a varones afroamericanos jóvenes que son vistos como peligrosas o exterminables. Las protestas de #LasVidasNegrasImportan generalmente son provocadas por un nuevo episodio de violencia policial y los medios masivos las presentan como caóticas y destructivas. El cartel de “nos vemos en la marcha de #LasVIdasNegrasImportan” alude a que el grueso de participantes de la marcha de mujeres no asiste a estas otras manifestaciones protagonizadas por mujeres afroamericanas.
La celebración de fotos de policías con gorritos rosa y los comentarios elogiando la marcha de mujeres como hiper pacífica, también tuvieron su acalorada respuesta por parte de quienes las vieron como ejemplo de la demonización de las marchas de minorías raciales. Con el correr de los días se fueron sumando las voces disidentes y las críticas también de parte de la comunidad trans que señala el esencialismo reflejado en la asociación entre “mujer” y “vagina” (pussy). Lesbianas en traje también dicen lo suyo en selfies que enuncian “Yo también soy mujer”. El titular de la tapa del domingo 22 del Sunday Star de Toronto, “She the People” (Ella el Pueblo), parece capturar esta diversidad e invitar a la consideración de la mujer como sujeto especifico y colectivo despegándola de un esencialismo biológico.
La necesidad de pensar un feminismo interseccional, y de articular un movimiento de oposición conciente de las diferencias en el que la inclusión vaya más allá de la representatividad, es un punto que la Marcha de Mujeres parece retomar desde donde lo dejó el movimiento Occupy Wall Street. Se ha destacado que Occupy fue importante en resaltar la espeluznante brecha entre el 1 por ciento que acumula la mayor riqueza del país y el 99por ciento. Pero la crítica mayor y razón de su desvanecimiento entre otros factores se debe a que en las experiencias de democracia horizontal en espacios públicos (similares a las asambleas barriales del 2001 argentino) Occupy replicaba conductas en las que los hombres blancos desplazaban del centro de las decisiones a las mujeres de color, personas trans y otras minorías. Sin duda partir del reconocimiento de las diferencias y de la crítica a las mujeres blancas como sujetos de opresión reabre conversaciones indispensables a la hora de trabajar juntas en la resistencia desde un centro que se fortalezca validando las experiencias de las mujeres para quienes Trump no es el comienzo sino la continuación (inflada con esteroides) de una larga historia de opresiones.