¿Cómo le contaremos “La marcha de las mujeres” a nuestras nietas, a nuestras hijas? No es una pregunta a futuro, todo lo contrario de ese futuro en cuyo nombre se justifican los sacrificios, la pregunta es urgente. Cómo nos la contamos “entre nosotras” con la sospecha de que se aprende más por lo que se habla entre sí y por lo que entre nosotras se sobrentiende.
Porque el cuentito ya salió en todos los diarios del mundo y eso demuestra, por lo pronto, que el grito “Mujeres” –claramente hermanado con el que conocemos como “Ni una menos”– cumplió con los ítems hoy imprescindibles para atravesar la barrera de la indolencia mediática: más de medio millón de personas en Washington y otros tantos en varias ciudades del mundo; la jubilada que lanza en Facebook su sueño del “qué tal si marchamos...” y al día siguiente recibe miles de “Me Gusta”; una manifestación tan espontánea como organizada, un estrado con celebridades y feministas históricas; gorros rosas tejidos a mano; viejas y viejos embaladísimos; madres y no madres y también mascotas que confirmando la cita kafkiana de que “todo el conocimiento, la totalidad de preguntas y respuestas se encuentran en el perro” portan el sentido del humor de sus dueñas con carteles que dicen “Sí, soy una perra repugnante”. Réplicas en cuatro patas de aquel gesto histórico de la militancia del siglo pasado que consiste en apropiarse y resginificar el insulto (en este caso de Trump a Hillary) como lo hicieron los degradadados por las palabras negro, queer, torta, puto.
Hasta aquí, el identikit de una posible primavera feminista. Un grito de guerra o de alerta –“Trump te estamos mirando” decían muchos carteles– que a su vez admite, reconozcámoslo, la asociación con los Indignados o el “Que se vayan todos” del 2001. Aglutinaciones que se diluyen en cuando entran las contradicciones internas que las hay, la imposibilidad de accionar y el enemigo pierde su forma, que la tiene.
Cuando se les pregunta por qué a las asistentes a la marcha, las respuestas parecen infinitas: contra Trump, contra la injuria de Trump, su peinado, sus gestos, por las políticas que dejan a mucha gente fuera de juego, por el acceso a la salud, por hartazgo de que te digan andá a lavar los platos, porque mi padre me violó, porque no quiero tener miedo a salir sola de noche, harta de cobrar menos que los tipos, para que no vuelva el nazismo. El hallazgo del denominador común sin vulnerar la diversidad es la pregunta urgente. Contarse la sensación de euforia que produce como nunca la reunión entre pares es llenar el significado difuso que la palabra Mujeres –no en singular sin en plural– viene adquiriendo en los últimos años. “Mujeres” se presenta como un significante a completar en el sentido que Laclau define el populismo, a voluntad de las mismas que aparecen definidas por la palabra. No es lo contrario de hombres. Ni es solamente la figuración del oprimido.
Aquí una digresión que tal vez venga al caso: los otros días entrando al baño de un bar, donde los signos suelen ser dibujos confusos o palabras perimidas, al encontrarme con un cartel que decía “Mujeres”, mi primera impresión fue de asombro. ¿Qué hace en el baño, territorio de damas y ladies, esta palabra que connota combate y “No pasarán”? Enseguida recobré lo que hoy es un sentido secundario del término, y entré.
Sentido común vs. Sexto sentido
Mientras tanto, Trump responde con el mismo sentido común con el que ganó las elecciones: “¿Y esta gente por que´no votó?”. Recurre al clisé de la democracia reducida a las urnas y confunde ejercicio electoral con ejercicio de patoterismo. Pero los conceptos de mayorías y minorías también están tambaleando. Trump, ignorando olímpicamente a las mujeres y a todo lo que se les parezca, emite decretos racistas y al grito de “compre nacional” contradice los valores históricos que definen a su propio partido republicano. Insuficientes las categorías de izquierda y derecha, conservadores y progresistas las Mujeres por un lado y los fenómenos difusos que representan el triunfo de Trump, Brexit y también el Cambiemos en la Argentina, configuran otro eje con rasgos propios entre ellos el estar marcados por la lógica de las redes y las nuevas formas de comunicar. Conceptos omnibus para una realidad que ya no se explica por el nombre de los partidos ni por las seguridades de lo meramente territorial. De hecho, uno de los puntos más significativos del potencial “Mujeres” es que se presenta como un entramado global, las marchas con las mismas consignas van mucho más allá de Trump o de Macri o de cada marido golpeador. Mujeres ya no es el oprimido, es lo contrario del sentido común, un sentido construido con años de luchas civiles en el siglo XX y el discurso teórico del feminismo que amadrinó tantas otras luchas. Las mujeres son las repugnantes que arruinaron el ideal de familia, las que arruinaron todo saliendo a trabajar, metiendo el psicoanálisis en las alcobas y en los jardines de infantes, son las consumidoras que intervienen en el mercado.
Contarse entre nosotras también es preguntarse cómo se sigue. ¿Serán las “mujeres” dentro del partido Republicano las que le marquen los límites a la omnipotencia de Trump? ¿En nombre de quién agradece Hillary Clinton la marcha y por qué no sale marchando como una más? Cómo seguimos y con qué alianzas. En este movimiento femenino –sí, femenino, palabra expropiada– muchos bienintencionados, exiliados del machismo y oportunistas quieren subirse al carro. Habrá que decirles parafraseando pero también invirtiendo el lema de Simone: “No se nace mujeres, aprendan”.