La filosofía puede hacer chocar dos conceptos que parecían amigos, vecinos, íntimamente ligados. Esa podría ser la base de una paradoja. Algo que podría ser de algún modo, en verdad, resulta ser distinto, incluso inverso. Tal es la relación entre liberalismo y pueblo, nos dice en su nuevo libro Eduardo Jozami, basado en su tesis doctoral de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Liberalismo y pueblo, señala, se nos presentan como dos conceptos que se atraen y se rechazan. Las primeras formulaciones del ideario liberal tuvieron que ver con los derechos civiles, el resguardo de la propiedad burguesa, el voto masculino, y para enfrentar el viejo orden, vale decir, la nueva clase en ascenso requería necesariamente de un sujeto político para oponer al poder monárquico, despótico, asentado sobre el derecho divino. “Este sujeto –dice Jozami– no podía sino ser el pueblo.”
Pueblo y liberalismo como dos caras de la misma moneda: una nueva soberanía. De tal modo que nacen aliados y mancomunados con un enemigo en común: la monarquía absoluta. Pretenden la división de poder, la participación en la cosa pública, la apertura del espacio público, el bien común. Las garantías son hijas de la libertad, y la libertad del individuo y del pueblo, hasta allí hermanados e indivisibles, es un fruto de la emancipación humana. No es sólo un canto espontáneo a la libertad, no es sólo la mujer aguerrida y en pechos que conduce a les enfants de la patrie. El fruto de la emancipación humana es el acto de ruptura más importante que produce el género humano en toda su existencia: es la bisagra, el antes y el después. Es la autonomización de la tutela de Dios, el final de un largo proceso de antropomorfización del mundo, es la llegada al centro de una nueva preocupación y un nuevo orden: el hombre, el progreso, la vida en sociedad. Los pies sobre la tierra.
En las revoluciones liberales modernas, el pueblo era el Tercer Estado y éste se confundía con la Nación y reunía a todos los que desempeñaban cualquier actividad útil para la sociedad. Sin embargo, el mismo abate Sieyés distinguió en Francia entre ciudadanos activos y pasivos, incluyendo entre los primeros a los contribuyentes, a quienes consideraba “los verdaderos accionistas de la empresa social”. De manera que si bien el sujeto pueblo fue un gran ariete para el proceso revolucionario, a poco de desplegarse los aspectos facilitadores capitalistas del mundo moderno (secularización de la vida cotidiana, legitimación sistémica de la propiedad privada, nueva jerarquía social), empezó a tornarse incómoda su presencia. La voz de los desposeídos empezaba a aturdir, la intrusión del bajo pueblo se volvía amenazante.
Eduardo Jozami aborda en su tesis ahora convertida en libro, ese vínculo entre liberalismo y pueblo en la historia política argentina. Con el nombre de El conflicto que perdura, publicada por la editorial de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, pone el énfasis en un hilo conductor de la relación entre jacobinismo y orden político, entre el amanecer instituyente y el atardecer instituido, entre lo que ingresa en la letra y aquello que sostiene la letra. Incluso para ser garantista hay que ser conservador, y viceversa. La idea de pueblo en la tradición liberal argentina va a atravesar para Jozami desde la influencia de Rousseau en el pensamiento revolucionario de nuestro Mayo y como adenda la controversia sobre la existencia, veracidad y alcance del Plan de Operaciones de Moreno, hasta el momento y la figura de Artigas, y de manera inesperada la presencia popular del 5 y 6 de abril de 1811 en la Plaza Mayor. Una serie de episodios, en buena parte elevados a la categoría de mitos políticos o ejemplos de una experiencia y un programa ético, Jozami trabaja con una serie de encrucijadas: el proyecto de monarquía incaica, el romanticismo y la juventud de Echeverría, los perfiles y trayectorias de Alberdi y Sarmiento en la forma de modelar las palabras y las bases, el modo en que nuestra cultura pública nombre problemas, aspiraciones, senderos, proyectos. Y de cómo esas tareas y esos debates fueron labrando encuentros y desencuentros entre el ideario liberal y la soberanía popular, entre el buen gobierno y la chusma, entre la república y los de abajo. Pero de a poco las encrucijadas fueron cifrando el modo en que esos temas ingresaron a la vida moderna. Es en la resolución del pasaje entre Juan Manuel de Rosas e Hipólito Yrigoyen como figuraciones demonizadas e idolatradas con igual intensidad, donde puede encontrarse la búsqueda de una institucionalidad republicana. Y de cómo en un extremo la nación se abrumaba en suma del poder público, modernización, modelo agroexportador, exclusión del indio y cómo en el otro extremo el presidente atemperado gestionaba instituciones jóvenes, agendas modernas, inmigración masiva, integración social. La relación entre caudillos, elección popular, república y democracia pone de manifiesto una tensión irresuelta entre la participación popular y el bueno gobierno liberal. Unos desconfían de otros. Liberalismo y pueblo trocan a liberalismo o pueblo. El problema de la multitud, los gauchos y los inmigrantes, y finalmente la cultura popular del arrabal y el suburbio contra el fraude patriótico.
¿Es posible el gobierno del pueblo y la realización de la nación moderna? ¿Es compatible la participación popular, los derechos sociales y políticos, y al mismo tiempo la garantía de la propiedad y un orden social desigual? ¿La acumulación de riquezas puede funcionar en el mismo tiempo social con la distribución de esas riquezas?
La investigación documental y la búsqueda bibliográfica se nutren aquí de una prosa trabajada y segura con décadas en el periodismo, la literatura y la reflexión social. Además, la experiencia pública de Jozami, desplegada en notorios emprendimientos colectivos y singulares, aportan a cada encrucijada pensada y abierta un plus de conocimiento social que desborda los límites de una tesis o de un libro, para convertirse, ni más ni menos, que en una intervención política de la más rotunda actualidad.