Una joven bibliotecaria llega a trabajar a un pueblo perdido. No bien baja del tren el guarda le advierte que está loca si piensa bajarse ahí y le recomienda que suba de vuelta al vagón, pero ella no presta atención y sigue su camino. De allí en más se cruzará con pulpos que escapan de libros, máquinas de escribir con patas de araña, golems, meteoritos, hombres cabeza de ovillo de lana y palomas con carteles que publicitan los productos de Aníbal el vendedor ambulante: todo es posible en el desfile de personajes y situaciones delirantes ilustrado en las páginas de La cazadora de libros, la fantástica aventura gráfica que marca el regreso después de más de veinticinco años de la dupla creativa formada por Pablo De Santis y Max Cachimba, dos autores que vuelven a reunirse luego de haber creado entre mediados y finales de los ochenta algunas de las piezas más extrañas y entrañables de la época de oro de nuestra historieta.
La idea del libro comenzó a tomar forma una vez que los autores terminaron la página semanal que apareció durante dos años el suplemento ADN de La Nación, más de cien episodios desbordados de peripecias humorísticas y guiños a la literatura de ciencia ficción que ahora reaparecen reunidos en su totalidad en la cuidada edición de 224 páginas que acaba de ser publicada por la Editorial Común. “Me gusta pensar que es un libro de Género Cachimba”, apunta De Santis a la hora de explicar cómo concibió el guión. “Por un lado estaba el tema de los libros: la historieta iba a ocupar la última página de un suplemento cultural, así que me parecía interesante que estuviera relacionada con ese mundo. Y además de eso estaba la posibilidad de volver a trabajar con Max, que es de esos autores que tienen un mundo fascinante, muy personal, muy particular. Me entusiasmaba la idea de ser fiel a eso, tomar como inspiración para los guiones esa gracia entre ingenua y disparatada que suelen tener sus personajes. Mientras lo escribía se me ocurrían cosas para él: ‘Qué bueno si dibujara una chica con cara de nube’, ‘¿Cómo haría un monstruo hecho de libros?’. Y fue todo creado así, pensando cómo sería un dibujo suyo de cada una de las cosas que iba imaginando”.
La cazadora de libros está dividida en cinco capítulos autoconclusivos con títulos como “El caso de las onomatopeyas robadas” o “¡Marácnidas al ataque!”, cada uno de ellos compuesto por más de veinte historias que comienzan y terminan en su propia y particular lógica disparatada, toda una precisa relojería del absurdo animada por un enigma principal revelado hacia el final del libro. “No son fáciles estos trabajos que se van haciendo semana a semana”, confiesa Pablo. “Cuando uno escribe una novela o un cuento tiene el control de volver al principio y retocarlo, y en una historia que se publica semanalmente todo eso que ya apareció genera un desafío desde el cual continuar. Pero me gusta cómo quedó, y me parece que hay momentos en que los diálogos funcionan muy bien, sobre todo a través de esa gracia que Max le da a los personajes”.
MIL CUADROS
El “Género Cachimba” que De Santis se propuso capturar para La cazadora de libros es una gran cazuela en la que confluyen ingredientes que combinan distintas escuelas del humor y las artes plásticas. Si hubiera que ubicar su obra pictórica dentro de un linaje, una referencia posible podría encontrarse en el Grupo Litoral formado en Rosario por Juan Grela, Leónidas Gambartes y otros reconocidos artistas plásticos de la zona que en un manifiesto publicado en 1949 expresaron: “No propiciamos escuelas ni somos catequistas de ningún ‘ismo’, sólo condenamos el sentido académico y las formas convencionales”. Los cortometrajes del canadiense Norman McLaren, los limericks de Edward Lear, los gags de los hermanos Marx y un uso particular de expresiones jocosas del lunfardo de antaño son también formas de expresión con las que dialoga su arte, que como alguna vez dijo Juan Sasturain “se impone sin explicaciones, al igual que entra el sol por la ventana o se apoya una mano en la cabeza”. Y muy lejos de cualquier forma de petulancia, a la hora de citar las influencias que disparan sus dibujos y pinturas Cachimba también puede mencionar cortinas, gallinas, enanos de jardín y objetos que encuentra en la calle y luego colecciona (el último fue un libro titulado Cómo empezar a vivir a los cincuenta, que oportunamente encontró a los cuarenta y nueve).
Su trabajo para esta historieta lo envolvió en una laboriosa dedicación artesanal que lo llevó a crear más de mil cuadros del tamaño de una página a lo largo de los dos años que duró la publicación. Partió de una serie de bocetos que fue compartiendo con De Santis hasta dar con la versión final de cada personaje, desde su fisonomía y sus vestimentas hasta el aire de misterio que rodea a la biblioteca donde sucede la historia, y luego realizó cada viñeta por separado para finalmente escanearlas y armar cada una de las páginas que saldría publicada en la tira: “Trato de hacer cosas que me interesan, que tengan que ver con el contenido de lo que quiero contar”, apunta el rosarino al teléfono desde su Fisherton natal. “Para esta historieta cada cuadrito fue hecho en diferentes partes. Primero hacía un fondo con manchas de acuarela, una textura con la que creaba una especie de viñeta sin líneas, luego hacía otras figuritas por separado y las montaba en tres o cuatro capas, algo semejante a las técnicas del dibujo animado, y finalmente armaba cada página con doce cuadritos, que en general eran todos del mismo tamaño, buscando una especie de simetría en eso también”.
ROMPIENDO QUINOTOS
La historia es harto conocida. De Santis tenía veintiuno y Cachimba apenas quince cuando ganaron en 1984 el concurso Fierro escribe a dos manos, un premio que los unió en una colaboración creativa que acabó despertando la admiración de aficionados, principiantes y consagrados. De Sasturain a Fontanarrosa, Levrero, Piglia o Carlos Nine, todos expresaron su fascinación por esos dilemas detectivescos entre borgeanos y cotidianos que tenían lugar en naves espaciales, ciudades sumergidas y oficinas de asuntos postales sobrenaturales, todo a través de un estilo visual siempre cambiante en sus aventurados tonos, contornos, rellenos y hasta en las interjecciones que de pronto aparecían porque sí, obra de un Cachimba que asomaba en sus primeras publicaciones con un estilo creativo desbordado, un “barroco retorcido”, como él mismo lo llama, opuesto desde lo formal a la síntesis conceptual y visual que viene elaborando desde entonces y que continuó con entrega artesanal en este nuevo libro: “En aquellos días era muy joven, tenía el afán de experimentar y un interés por romper los quinotos que a veces llevaba a algo interesante y otras a un disparate”, ríe el rosarino. “Fue como la vieja escuela de hacerse trabajando en el oficio como aprendiz, sin haberme preparado ni estudiado antes”.
De Santis tiene un recuerdo de aquellos días similiar al de su compañero: “En esas primeras historietas que escribí para Fierro se notaba la búsqueda de un modo de narrar. Iba viendo distintos tipos de relatos, en general dentro mi zona de escritura, y a veces probaba con temas o estéticas alejados de mí. En la juventud uno tiene energías y a la vez ese deseo de ‘ser alguien’ que nos llevan a veces por el camino correcto y otras no. Como decía Borges, hay que apurarse a cometer todos los errores de joven”.
GÉNERO Y NONSENSE
Más allá del catálogo imposible de personajes que habitan esa particular biblioteca de cuyos estantes saltan libros que vuelan, disparan flechas y muerden, todo entre diálogos y gags que rescatan lo más puro del nonsense, La cazadora de libros es también un homenaje a la literatura de ciencia ficción con infinidad de referencias en sus páginas a clásicos como Veinte mil leguas de viaje submarino, El hombre ilustrado o La invención de Morel. Esto por supuesto no sorprende en un escritor como De Santis, quien en su recorrido desde aquellas historias que publicó en la Fierro continuó explorando las posibilidades de diversos géneros hasta convertirse en uno de los autores más premiados y traducidos de nuestro país. Así es cómo en esta historieta pueden encontrarse desde guiños a Philip K. Dick (con máquinas de escribir que descubren que en realidad son computadoras) hasta alguna parodia que subraya los vicios de la literatura de género, como cuando un personaje reconoce que una araña gigante con la que cuenta haber luchado al final no era tan grande: “La literatura de género muy a menudo construye grandes metáforas de lo que nos pasa: el tema de la irrealidad del mundo en la ciencia ficción a la Dick, la persistencia del pasado en el gótico, la búsqueda de la verdad en el policial, pero no hay que defender los géneros irreflexivamente”, precisa el autor. “Cuántas veces los géneros, sobre todo hoy, se dirigen sólo a sus lectores cautivos: las sagas de fantasía interminables, el policial con sus psicópatas cada vez más perversos, el terror con su acumulación de cosas inverosímiles, y terminan ignorando al lector que prefiere la síntesis, la brevedad, la honestidad imaginativa”.
Antes a través del servicio postal y ahora aprovechando las ventajas de la tecnología, la colaboración entre los dos autores se dio siempre en la distancia entre Buenos Aires y Rosario. ¿Cómo funciona esa dinámica? “Nos conocemos desde hace mucho, imaginate que en los primeros viajes que Max hacía a Buenos Aires paraba en mi casa, así que dialogábamos mucho acerca de lo que hacíamos”, cuenta Pablo, y agrega: “Nunca fuimos de discutir, no me imagino discutiendo con Max. Siempre fuimos más de avenirnos a las propuestas que hacemos”. Para Cachimba, esto se debe a la confianza que cada uno deposita en la imaginación del otro: “Desde el principio trabajamos en la vieja escuela de historieta, donde el guionista escribía el guión completo y el dibujante lo interpretaba. Creo que parte de nuestro entendimiento está en esa confianza puesta en el imaginario de Pablo y en saber que lo que proponga me va a parecer bien. Se le ocurren todo el tiempo cosas muy buenas, muy extrañas. En La cazadora de libros todo el guión está escrito por él, o sea que tanto los textos, las situaciones y una descripción de las imágenes estaban ahí, yo sólo tuve que interpretarlo. Pero de alguna manera también hay algo propio de mi imaginario que se mezcla. Estoy muy contento con cómo quedó el libro: creo que es una historieta que muestra de manera divertida el mundo particular que surge de la combinación de los dos”.