Una chica de 22 años aparece con moretones en fotos en las redes sociales. Denuncia a su ex novio por violencia de género. La justicia dicta una perimetral porque considera que ella corre peligro si él se le acerca. Comparten el trabajo. Ella renuncia. Él se queda con el trabajo. Ella vuelve al empleo. Los jefes se burlan de las medidas que tienen que tomar para que él no pueda acercarse a ella. El es elegido uno de los dos mejores empleados del año. Le gusta una compañera. Le dice que si no está con él es una estúpida, que si la ve con otro rompe todos los objetos de su departamento (aunque tenga que pagar dinero) y que no necesita su consentimiento. En un programa de televisión, sin embargo, hacen una encuesta entre sus panelistas. La duda es: ¿Enamorado o acosador? La respuesta es unánime: enamorado.
Dime todo lo que hay que cambiar para que cambie la idea del amor romántico (no el amor, ni el romanticismo, sino el cupido que tira flechas hacía la justificación más literal de la violencia) y te diré que pongas la televisión. Y que, aunque cambies, nada cambia. Rubias o morochas con tono alto, barro para agarrar a la que disiente o desmecharla a incordios y acusaciones, volver villana o interesada a la que dice que no es amor sino violencia y muchachos que juran que el acusado de violencia no es violento porque ellos lo conocen bien, otros que le tiran tierra a la víctima o que insisten en que la culpa es de los dos; todas las líneas parecen páginas de un manual de lugares comunes exacerbados hasta la parodia. Pero no es parodia. Es tragedia. Porque no importa sai el personaje mediático es tal o cual sino que el personaje mediático retumba en encuestas, en hogares, en likes, en fotos, en dedos levantados, en entradas de teatro y así le entra a otros pibes que reciben su lección: si te denuncian seguro sos víctima de despecho, ser violento con tu pareja tiene poco costo, es un exhabrupto; si sos agresivo podes ser más agresivo, si te gusta una acosala, si no quiere rompe todo, si demostrás tu fuerza y tu agresión sos más macho, si te critican ensucia a la que abre la boca, si te gusta no necesitas su “sí, quiero”.
Y es también una lección para las muchachas: si te pegan aguantá, por algo habrá sido, algo habrás hecho, seguro que te lo buscaste, vos tampoco sos ninguna santita, bien que lo perseguías o lo maltratabas, no vuelvas a mostrarte linda ni en minifalda, si no te ven llorando no te van a creer, si tenés una posibilidad de ser feliz o ganar dinero perdela, si te quedas callada sos más creíble, si te celan y te amenazan es porque sos una chica con toda las letras muuuy deseada y ese puede ser tu premio mayor en la vida. Uffffff. ¿La televisión no puede rebobinar un poco sobre sus pasos?
Los personajes de este relato son de una ficción televisiva que forma parte de la agenda mediática, pero no son pura coincidencia. Y lo que importa no es solo la realidad (en la que, generalmente, la propia jauría mediática lleva a más ambiciones, vulnerabilidades y posibilidades que las de las personas sin cámara, aunque ahora las redes sociales pongan una cámara al alcance de todxs) sino la realidad que replican. Tal vez como nadie. Y tal vez sobre un tema en donde hacen arco y espina el feminismo y los programas de espectáculo: la vida privada no es solo privada y la intimidad es política. ¿Por qué, entonces, en un país con las marchas más multitudinarias contra la violencia machista la televisión parece haberse quedado en otro siglo de pobres muchachitos amorosos y mano largas y de jovencitas infames, despechadas y demasiado vengativas que deberían dar un paso al costado en vez de seguir ambicionando amor y crecimiento personal en proporciones iguales?
Barbie Vélez denunció a Federico Bal el 5 de mayo del 2016, después de que en la tapa de la revista Gente se le vieran moretones en los brazos. Él llegó a estar imputado por “lesiones agravadas por vínculo en contexto de violencia de género en concurso con amenazas”. Primero ella renunció a Showmatch para no exponerse (lo que la expone a no ganar dinero, ni fama) y, después, volvió a bailar. Y todo terminó en el show de la perimetral. Ella bailó en el estudio de C5N y él en el de Ideas del Sur (de local) para que se cumpliera la orden judicial. Marcelo Tinelli bromeó: “Parece la Nasa”. “Fue un reality de la perimetral. No me parece gracioso. No es el momento hacer chistes con eso. Las mujeres piden la perimetral cuando sienten que están en peligro. No puedo creer la falta de sensibilidad de Tinelli. Como mujer me siento profundamente ofendida”, lo criticó la periodista María O’Donnell en Twitter.
Después de la violencia de género Federico Bal siguió haciendo apología de la violencia con otra mujer. Cambian las protagonistas. Pero la violencia de género (física, simbólica o psicológica), no.
-¿Qué te pasa si en febrero estás en Villa Carlos Paz y te enterás de que Laurita está saliendo con alguien?- le preguntó un periodista desde un móvil televisivo (la entrevista comenzó a propósito de otra denuncia por amenazas y lesiones leves que recibió Bal por una pelea que se armó en un local de hamburguesas cuando lo acusaron de intentar colarse y de golpes por parte de sus custodios).
-Rompo todo. Rompo toda la casa que alquilé y después pago el depósito que dejé… Si probás con alguien antes de conmigo, sos un estúpida, Lau. ¡No! Es un chiste. Que no te baje la presión, tranquila -sostuvo Bal. No más pruebas, su señoría.
Después de eso publicó un tuit donde decía “No necesito tu consentimiento para enamorarme”, en alusión a una canción de Los Babásonicos. El amor, el deseo, pueden ser unilaterales. Pero las amenazas se acumulan y el amor romántico parece ser una gran excusa para la violencia. Tirar de la cuerda de desechar el consentimiento para un imputado de violencia de género, con una perimetral que lo consideró peligroso para una joven y que amenaza con usar su violencia si la chica que le gusta está con otro hombre no es una botella lanzada al mar que se banca ganar o perder, seducir o hacer el duelo. Es una cuerda que ahorca la libertad de quien seduce -o no- pero, también es una apología (por el nivel de reproducción de sus palabras) de que el deseo masculino es un capricho que no necesita que le abran la puerta para conquistar o romper todo.
La periodista Julia Mengolini, creadora y conductora de Futurock, escribió un tuit sobre Fede Bal: “Chicas, no hay NADA de romántico en un freak que te persigue sin importarle tu voluntad, más bien violencia”. A partir de ahí los programas mediáticos la llamaron y acusaron de buscar prensa, ser desubicada o meterse en la vida privada de otros de pura metereta. “Laurita Fernández le puso los puntos a Julia Mengolini tras la polémica con Federico Bal”, tituló un portal del grupo Clarín que resaltó que Laura Fernández dijo: “Puedo discernir entre quien me amedrenta y quien me demuestra amor”. Pero no contaron otra frase que se puede ver en el video del cruce en el programa de Ángel de Brito, de Canal 13: “Decir rompo todo es como decir `te voy a matar` como cuando te enojas con alguien, porque si vas a tomar todo literal…”, quiso aclarar Laura Fernández. No lo logró. A veces, una situación televisada excede a sus protagonistas.
“Los personajes con tanta exposición pública tendrían que ser ejemplares y son todo lo contrario a lo que se tendría que hacer y dan una imagen sumamente negativa porque mucha gente la mira en el espejo de ellos. Hay violencia de género en el tratamiento del caso de Federico Bal”, opina Monique Altschul, Directora Ejecutiva de Mujeres en Igualdad.
Mariela Labozetta, Titular de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM) delimita que, más allá del caso de Federico Bal, la amenaza de romper objetos no es amor, ni enamoramiento, ni un malentendido. “Esas palabras constituyen violencia de género. Decir que se van a romper objetos son palabras de violencia y mantienen a la víctima en un temor que se extiende en el tiempo. Si un tipo dice que si una mujer está con otro no sabe lo que va a pasar desata un estado de vilo para la víctima tremendo. Pero, además, un caso que se reproduce en los medios reproduce un mensaje que le llega a los varones como una práctica aceptable propia de las relaciones de pareja donde es legítimo que un varón diga con quien tiene que tener vida sexual una mujer o que puedan existir consecuencias nefastas para la mujer porque esté con otra persona. Todo va construyendo legitimidad social para la violencia. Además la sensación es que si un hombre rompe un plato, mañana te puede romper la cabeza. La manifestación más conocida es la violencia física y el femicidio pero todo lo que antecede al golpe es violencia y opresión. Es una situación a la que están expuestas muchas mujeres”.
Por su parte, la antropóloga Laura Masson, docente e investigadora del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín delimita: “En el ámbito de la denominada farándula hay una lógica muy distinta a la del día a día de la mayor parte de las mujeres. Por un lado, el hecho de que tanto Bal como Fernández ganan popularidad es un valor importantísimo en el medio en que ambos se mueven. Por otro, y de mayor gravedad, es la manera en que muchos medios denominan un hecho de violencia de género (más allá de la opinión subjetiva de la persona afectada). Para referirse a los dichos de él, dicen: “El actor insiste con su galantería”, mientras el título de la nota es “Si probás con alguien antes que conmigo, sos una estúpida”. ¿Es eso galantería? Otro punto son los ataques a la periodista que señala el hecho de violencia y la consideración de que eso no es asunto suyo “Julia Mengolini se metió en medio del coqueteo entre Laurita y Fede”. ¿Coqueteo? Finalmente, como sucede en muchos temas que se hacen mediáticos, se vulgariza un tema difícil y peligroso y se crea alrededor de ciertos aspectos violentos de un vínculo un halo de normalidad y aceptación”.
Por un lado, con la baja de la ley de medios y el freno a la acción del Observatorio de la Radio y la Televisión contra la Discriminación (que componían la ex AFSCA, el Concejo Nacional de las Mujeres y el INADI) la posibilidad de analizar los contenidos televisivos y reunirse con productores que promovieran violencia de género está frenado. Eso da vía libre a una televisión desenfrenada sin regulación pública. Pero no es sólo eso (o no es cierto que la crítica mediática sea el único o mejor motor a una televisión más igualitaria). No es solo lo que se dice, sino lo que no se dice. A pesar del alto contenido de voces de género en la calle, las redes sociales, los activismos y la calle en la televisión casi no hay periodistas, ni panelistas, ni conductoras (no quiere decir que no haya ninguna, sino que faltan muchas) que puedan poner en jaque una idea de vida privada en donde vale todo cuando el grito de Ni Una Menos y Vivas Nos Queremos es que lo que vale es la vida y la integridad de las mujeres.
“En la tele faltan referentes copados. No solo gente que vaya a discutir, sino referentes. La televisión es un mercado muy concentrado y eso explica que todo el discurso sea muy homogéneo y está a la derecha de la derecha, es muy conservadora. En Inglaterra y Estados Unidos hay referentes feministas masivas copadas que las nenas ven y escuchan porque hay mercados más grandes y hay guita también para propuestas progresistas. Hay muchas feministas que deberían tener mucho más espacio”, propone Julia Mengolini. La televisión no es una caja boba que pueda saltearse y mirar para otro lado. Poco o mucho, algo tiene que cambiar (y no solo el control remoto) para que la pelea contra la violencia machista se pueda frenar, evitar y prevenir.