La cumbre del G-20 despertó una ola de euforia oficial. El presidente Mauricio Macri sostuvo que “en el gobierno sentimos que recuperamos la autoestima”. El “exitoso” evento fue considerado como una suerte de relanzamiento de la gestión. Ese clima de fiesta recuerda a lo acontecido, en septiembre de 2016, tras la celebración del Foro de Inversiones y Negocios (mini-Davos) en el Centro Cultural Kirchner.
En aquella oportunidad, Macri anunció que “ya hemos recibido con alegría el anuncio de miles de millones de dólares en inversiones”. Por su parte, el entonces ministro de la Producción Francisco Cabrera agregaba que “los CEO se están yendo contentos, los inversores son más optimistas que nosotros mismos”. La prometida “lluvia de inversiones” ni siquiera alcanzó a garúa. Ese antecedente aconsejaría moderar el optimismo que campea en algunos despachos oficiales.
En ese sentido, los primeros datos publicados por el Indec post G20 (caídas récord de ventas minoristas y patentamientos de autos y motos, retroceso en términos reales de la recaudación impositiva) fueron un “baño de realidad”. El glamour, la gala del Colón y los eventos gastronómicos terminaron y, como cantaría Serrat, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”.
Más allá de eso, la cumbre celebrada en Buenos Aires es (y será) utilizada para demostrar que “volvimos al mundo”. Según esa visión, los gobiernos kirchneristas habrían aislado a la Argentina. Ese relato es desmentido por datos duros. Por ejemplo, el intercambio comercial fue muy superior al de los noventa. El coeficiente de apertura (exportaciones más importaciones/PIB) creció del 13 por ciento (promedio de la década del noventa) al 30 por ciento. Ese porcentaje fue incluso mayor que el de Estados Unidos (28 por ciento) o Brasil (26 por ciento), según datos del Banco Mundial.
La Argentina también tuvo una activa participación en diferentes instancias de integración latinoamericana (Celac, Unasur) y foros internacionales (G20, GAFI Latino). La aprobación de los nueve principios básicos sobre reestructuraciones de deuda soberana, por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), demostró un mayoritario acompañamiento internacional en la disputa con los fondos buitre. Nada de esto tiene importancia en el reino de la posverdad.
Los estrategas electorales utilizaran a destajo las imágenes del G20. El “llanto del Colón” ocupará un papel central en esa tarea. En su cuenta de Twitter, Jorge Asis comentó que “con la húmeda emoción del final, El Ángel Exterminador conmovió a su electorado hasta el exterminio. Desde el beso de la señora Juliana en el debate con Scioli que no se registra un hallazgo escenográfico de semejante magnitud. Felicitaciones…lo que tienen que saber Urtubey, Massa, La Doctora y Manzur, es que el macrismo va a utilizar las postales del G-20 –con el llanto presidencial– para el relanzamiento. Similar al festejo del Bicentenario que en su momento aireó al kirchnerismo”.
Las diferencias con esa etapa histórica son importantes. En primer lugar, la celebración del Bicentenario fue una auténtica fiesta popular. Las imágenes de una multitud desbordando las calles contrastan con la ciudad vacía y militarizada que albergó el G-20. El escenario económico también es muy distinto. Según el recálculo del Indec Todesca, el crecimiento del PIB en 2010 y 2011 fue del 10,4 y 6,0 por ciento, respectivamente. Por el contrario, la actividad económica caerá en 2018 y 2019. En ese contexto, el duranbarbismo deberá exprimir sus neuronas para apuntalar el proyecto reeleccionista de Macri.
@diegorubinzal