• Cuando te empiezan a reconocer suceden cosas extrañas. Una mujer de edad madura nos encontró a los de la Trova y nos arrastró para almorzar a su casa: ya se sabe, el amor es ciego y el hambre, más aún. Se relamió la dama por nuestro éxito, se extendió en halagos y podios figurados mientras éramos casi raptados hacia una casona de Palermo. Entrada con cámara alerta, rosedales frondosos y, al fondo, un castillo umbrío. Nos esperaba para comer toda su familia, igual de halagadora en extremo. Lo que queríamos era almorzar en serio, lejos de los sánguches y la coca de apuro, o la nada misma a veces. Éramos conocidos, pero sin un chelín. Por ende, estas oportunidades de gol no se desaprovechaban. Comimos como cerdos, pero interrumpidos por las obsecuentes y cansadoras preguntas obvias acerca de la fama y otras banalidades. Cuando los tres que estábamos nos encontramos ahítos, pedimos retirarnos pues teníamos una reunión urgente con la Cía. "Ah, no, no, no", dijo la dama y apareció una guitarra. Tuve en ese instante una inspiración divina: por debajo de la mesa y, usando la cinta de enmascarar que siempre me acompañaba, me vendé los dedos rápidamente. Como era el único que tocaba, cuando ella me esgrimió el instrumento le mostré la mano herida.

    -Estoy con los dedos rotos.

    -¡No lo habíamos notado, perdoname! -concluyó. Y el almuerzo de reyes terminó con algunas baladas a capella, la panza llena y la despedida. Mis compinches me felicitaron, pero yo me sentí un embaucador. Cuando cierto tufillo a fama te atraviesa hay que estar preparado para la aceptación pero también para el rechazo cordial.Y el engañado nunca debe darse por enterado.

     
  • Recién empezábamos a ser conocidos y tocamos en un club de barrio algunos temas atractivos al oído de la mass media. Nos fue bien y concluímos antes que una orquesta de cumbia empezara. Me estaba por ir cuando una chica se me acerca y me pide un autógrafo, un abrazo y un baile. Concedí unos compases para no desairarla, luego un besito, un adiós y hasta nunca. Al otro día, en las cercanías, paseando con mi primo me sale al cruce el novio de la fulana de la noche anterior inquiriéndome pelea por haber pretendido "levantarme" a su dama. Lo miré y no lo pude creer: estaba enojado como un pecarí salvaje defendiendo a su pareja -por otra parte- bastante poco agraciada. Mostró una chuza.

    -Te voy a abrir todo... ¡Te propasaste con una que tiene macho! -gritó. Un petizo enojado es bravo. Cuando uno no tiene ganas de luchar sobran las excusas. Y la pelea se pierde seguro. Mi primo, un improvisador genial, me salvó de la riña estúpida. Lo llamó aparte y le dijo por lo bajo:

    -Dejalo, es puto, ¿no te das cuenta?.

    El animal se acercó y, mirándome con pena, me extendió la mano en el hombro.

    -No sabía que vos eras así, disculpame.

    Mejor perder una cuota de dignidad que los dientes o las tripas, pensé. Y nos fuimos: yo meneaba las caderas para asegurarme.

     
  • Teníamos en la primaria una profe de música que nos había hecho la vida imposible con sus malos modos, su antigua forma de enseñanza militar y sus humillaciones constantes. Cuando el telón de la fama se entreabrió un poquito para que se nos descubriera apareció una noche, ya envejecida, en un sitio pequeño donde tocábamos temas nuevos para probarlos. La distinguimos y a alguien se le ocurrió invitarla a subir. Ni lerda un perezosa, lo hizo descaradamente. Entonces el demonio de la malicia cruzó como un rayo entre nosotros: haríamos las canciones conocidas y que ella estaba dispuesta a cantar alterando los grados: los mayores en menores y viceversa. Así lo hicimos y su voz desnaturalizada por el miedo escénico, la edad y los acordes errados sonó horrorosa. Nos miraba alelada, a lo que respondíamos con caras de poker. Se bajó defraudada en medio de algunas risas. Pedimos un fuerte aplauso para ella y el chiflido y la burla se redoblaron. La venganza, sin duda y en el colmo de los lugares comunes, es una cena que ha de servirse fría, muy fría, tanto como el estupor de aquella vieja perversa con el que se debe estar helando hasta en el mismisimo Infierno.

     
  • Al músico aquel le gustaba cazar y guardaba las armas en el mismo sitio de las guitarras. Chaleco, guantes,convivían con cables y encordados. Su hijo lo miraba salir para las jornadas cinegéticas siempre con su gorra montuna de piel. "Es tu gorra de cazar", le señalaba. Ese día lo pasaron a buscar colegas para ir hasta el teatro donde mostrarían un trabajo nuevo. Estaban preocupados por la afluencia o no de público y vibraba en el aire el temor de que no asista demasiada gente. El músico tomó la guitarra, se calzó la gorra y, saludando a su hijo que se quedaría en la casa con la niñera, se fue por el pasillo.

    -¡Papá, qué bien que llevás la gorra de fracasar! -exclamó en un desliz. Esa noche, efectivamente, fue poca gente, ellos tocaron mal y poco. Toda una advertencia de las criaturas que no admiten que en su familias convivan seres que salen a matar animalitos.

     
  • El grupo aquel ostentaba una música oscura y macabra.Les gustaban los misterios, lo gótico y lo quejumbroso. Habían ideado una puesta en escena con un ataúd y candelabros. Hubieron de suspenderla pues al cantante se le murió el día anterior su abuelo, y todo ese herraje y madera funerario fue usado de verdad para un fin lógico.El recital fue en homenaje al viejo, que lucía desde la altura de un cuadro en un costado del escenario una semi sonrisa de desprecio. Nunca le había gustado el rock.

     
  • Es el Topo un ancestral especímen inclasificable y propicio al desatino. Ensayábamos en su casa, junto a unos muebles. En un diván donde solía dormir su primo, afecto a las artes paranormales, había colgado una pirámide primitiva hecha con madera y sostenida por una tanza. "Gracias a esta energía siento que cuando duermo viajo a lugares asombrosos con seres de luz", nos explicaba didácticamente el primo. Una tarde, en pleno ensayo, el Topo le pegó sin querer al aparatejo y lo quebró. Lo reparamos con cinta Scotch para disimular el fraude, y continuamos con la música. A los días recibimos la queja inusual del primo volador: "No se qué pasa con la pirámide: ahora me lleva a lugares del cosmos donde reina la oscuridad y hay seres que me dan miedo". El Topo, acongojado, le confesó el accidente. El primo, lejos de enojarse, respiró aliviado.

    -¡Con razón! -alegó y se dedicó mientras tocábamos a la elaboración de otra aparatejo viajero.

 

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