Frase típica de dirigente opositor: “La gente se ocupa del día a día, sufre, se angustia y ni piensa en las elecciones”. Frase tan cierta como pava. Es verdad que la gente trata de sobreponerse a esta recesión económica y sentimental de la Argentina, pero resulta que en 2019 habrá elecciones todo el año. Y encima el proceso electoral empieza ya mismo.
Como informa PáginaI12 en esta edición, La Pampa tendrá PASO el 17 de febrero. Faltan menos de dos meses. En los distritos habrá un festival de votaciones. A nivel nacional, el 12 de junio deben estar inscriptas las alianzas. Faltan menos de siete meses. El 11 de agosto serán las PASO nacionales. El 27 de octubre, dentro de 10 meses y cinco días, la primera vuelta.
En el oficialismo primerea Mauricio Macri. María Eugenia Vidal ni siquiera es Plan V, aunque quién sabe.
En la oposición más opositora, OMO, circulan Felipe Solá, Agustín Rossi y Alberto Rodríguez Saá. Cristina Fernández de Kirchner o no decidió qué hará o no lo filtró. Si nada vuelca el tablero de hoy, CFK será candidata o gran electora. Es suya buena parte de los votos del Gran Buenos Aires y quizás también sean suyos los votos de otros cinturones de grandes ciudades. No alcanzan para ganar pero nada puede hacerse sin ellos.
En la oposición menos ídem, OMI, el único que ya anticipó su deseo de ser candidato fue Miguel Pichetto. Juan Manuel Urtubey dijo que está “dispuesto pero no decidido”. Sergio Massa se hace ver pero no dice. El gobernador Juan Carlos Schiaretti dio señales de que irá por la reelección. Es lícita la suspicacia. Los comicios se harán el 12 de mayo. ¿Es imposible pensar que el cordobés podría ir luego por la candidatura nacional? Y si el macrismo se devalúa todavía más que hoy, ¿alguien puede descartar esa movida de máxima o al menos, si Schiaretti ve que ni a él ni a sus amigos les da la nafta, un acercamiento entre la OMI y la OMO?
El riesgo del Pro es que confíe en la inercia. “Si ya lo votaron a Macri, seguirán votándolo”, parece pensar. La esperanza es que si la gente se embromó tres años, por qué no aguantaría un año más, hasta el segundo mandato, a ver si entonces se produce el milagro.
El riesgo de los demás es la fragmentación. Pero no solo la fragmentación política, que en algún momento del 2019 podría saldarse mediante una alquimia difícil de imaginar pero nunca imposible. El punto clave es que la Argentina protesta de a pedacitos. Un pedacito es la protesta sindical. Según publicó este diario, el Observatorio de Derecho Social de la CTA Autónoma registró un aumento del 14 por ciento en la conflictividad laboral respecto del 2018. Sobre todo por deudas salariales, suspensiones y despidos en las empresas. En Llavallol, por ejemplo, los obreros de Canale montan guardia en la puerta de la fábrica para que el dueño, que paró la producción, no se lleve las máquinas. Otro pedacito es la resistencia contra los tarifazos. PáginaI12 informó sobre un movimiento con base en La Plata contra los aumentos de luz en barrios de clase media que carecen de agua corriente y gas en red. Los docentes son un pedacito permanente. Lo son estos días ante el cierre de escuelas nocturnas en la Ciudad Autónoma. Lo fueron en Moreno desde la muerte de Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, cuando desplegaron una pueblada gandhiana para que Vidal arreglase las escuelas. Otro pedacito, cada día más activo, está formado por las agrupaciones de pymes. Y están los diferentes feminismos, naturalmente, que en 2018 fueron protagonistas de las mayores manifestaciones y de las movidas públicas más contundentes contra viejas y nuevas injusticias.
La mayoría de esos fragmentos de resistencia desgasta al Gobierno. Pero están sueltos. Por eso podrían llegar a equivocarse los dirigentes de la OMO si pensaran que Macri se desgastará solo y que una mayoría no lo votará solo porque la pasa mal. En política los automatismos no existen. Tampoco la resistencia se convierte, sola, en votos. Nunca pasó. Raúl Alfonsín ganó porque sintetizó la voluntad democrática. Carlos Menem logró presentarse como la contracara esperanzada de la híper. Con Fernando de la Rúa seguiría la Convertibilidad (aunque ya fuese un desastre, era popular) y se acabaría la corrupción. Con Néstor Kirchner llegaría la normalidad. CFK sería, en 2007, la continuidad garantizada de Néstor, que se iba con un 70 por ciento de popularidad, y en 2011 la garantía en un país que había sorteado con ella la crisis mundial del 2008. Mauricio Macri fue el único de todos que necesitó el ballottage, porque en 2003 Menem lo rechazó al saber que las encuestas le daban a Kirchner un 65 por ciento. Macri encarnó un cambio difuso, mintió continuidad y convirtió cada error del kirchnerismo en una suma que le dio el 2,68 por ciento de ventaja final. Todos los ganadores ofrecieron una síntesis política. Todos articularon, con una u otra hegemonía, las esperanzas de la clase media y los sueños de los trabajadores.
En cuanto a la idea de la OMI de que Macri tiene un 30 por ciento, la OMO otro 30 y por lo tanto hay un 40 por ciento vacante, como dice Pichetto, tal vez sea una simple ilusión. Y óptica. Tal vez la ancha avenida del medio no sea como la 9 de Julio sino un callejón. Ya se sabe qué pasa con los callejones. Igual que en el tango de Roberto Grela y Héctor Marcó, “también te sangra una herida: a vos la urbe te olvida”.