Lo normal es invisible a los ojos. Quien crea en la normalidad, que tire la primera piedra, podría sugerir Claudia Piñeiro, una de las escritoras que más participó en el debate por el aborto legal, seguro y gratuito, que habló durante la conflictiva apertura de la 44° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, donde argumentó a favor del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Ella dedica los dieciséis relatos incluidos en Quién no (Alfaguara), su primer libro de cuentos, “a los que pueden ponerse en el lugar de otros, raros o no”. Sus raros no son frikis. Más bien son personas en situaciones extremas, como una madre con ganas de matar, con un revólver en su cartera, como alguien que tiene una sensibilidad excepcional con las palabras, padres que se tienen que deconstruir como hombres o mujeres que tienen que abrir los ojos a realidades que negaron.
“Desde que vivimos en sociedad aprendimos a reprimir un montón de sentimientos –advierte Piñeiro a PáginaI12–. Uno sabe que matar no está permitido, pero a veces aparece el deseo de que una persona desaparezca de mi vida y no me moleste más. Que nosotros podamos reprimir el instinto asesino porque vivimos en sociedad no quiere decir que esos instintos no existan. Lo que intento hacer en los cuentos es poner a los personajes en situaciones muy límites en las cuales una piensa: yo en esa situación no mataría, pero ganas de matar no me faltan. El sentimiento lo entiendo, sobre todo cuando se meten con la vida de un hijo, como pasa en uno de los cuentos”.
–Un hijo que no se especifica qué tiene, pero que parece que tiene autismo, ¿no?
–Tiene el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Hubo un momento en que se medicaba mucho a esos chicos y lo que lográs es que se calmen. A veces es más cómodo en un aula que esté calmado; pero eso no quiere decir que todos los chicos tienen que estar calmados y controlados para que no molesten. La madre, después de la medicación que le obligaron a darle, se da cuenta de que convirtieron al hijo en otra persona. Ella quiere al otro, al hijo que no estaba medicado. Por supuesto que habrá casos en los que hay que medicar, pero el cuento juega con una situación en la cual es controvertido si era necesario medicarlo. Además de que es controvertido, la madre estaba dispuesta a bancarse a su hijo como era.
–Ese cuento además genera una extrañeza porque, más allá del diagnóstico, el chico entra en una zona de rareza, a contrapelo de la “normopatía”.
–Cuando buscaba el título, quería ponerle Raros, quién no, porque todos somos raros. ¿Qué es la norma? Lo que muchos consideran que es la normalidad para mí no es la normalidad. La normalidad es la rareza porque me gusta la diversidad. Después quedó Quién no solo porque nos dimos cuenta de que la palabra raro podría asociarse a lo friki. Todos los personajes del libro tienen algo de raros, en el sentido de no ajustarse a las normas preestablecidas de lo que es ser madre, ser hijo o lo que sea.
–“Lo de papá” inaugura esa rareza en el mejor sentido. El dueño de la casa termina cantando un feliz cumpleaños de un niño que no es su hijo. ¿Por qué lo eligió para que fuera el primer cuento del libro?
–Lo elegí porque tiene que ver con un cierto desconcierto de los hombres en este momento con respecto a cómo ha cambiado la situación de las mujeres hoy. Los protagonistas son padres que no supieron o no están sabiendo ser padres, si no tienen a la mujer al lado que les dice lo que tienen que hacer. Muchos hombres se están preguntando hoy cuál es el lugar de ellos como hombres, como padres, como maridos, como novios, porque se movió el piso. Quizá hace un tiempo atrás, estos personajes ni se preguntaban si habían fracasado como padres porque para ellos ser padres era ser la autoridad y si el hijo no los quería era problema del hijo. Hoy estos padres se preguntan todo el tiempo por qué fracasaron, qué hicieron mal, porque se les movió el piso.
–La contracara de “Lo de Papá” sería el cuento “Dos valijas”, esa viuda que de pronto descubre que su marido tenía otra familia. ¿Cómo pensó este cuento, con esta mujer como protagonista, en estos tiempos donde las voces y los cuerpos de las mujeres son más escuchados y visibilizados?
–Como pasa siempre cuando hay un quiebre, conviven situaciones. La mujer de ese cuento recién está abriendo los ojos a algo que durante muchos años ella negó. Lo que negó es que cuando su marido se iba tenía otra familia. Cuando uno se entera de estas historias, de una mujer que muy tardíamente descubrió que su marido tenía otra familia, otra mujer y otros hijos, te preguntás, ¿pero cómo no se dio cuenta? ¿Cómo no vio los indicios? A veces se dejan pasar esos indicios. Esta mujer, que durante tantos años negó la situación, obligada por las circunstancias decide ir a ver a esa otra familia. No se queda en su casa, tapando todo. No sólo los hombres se tienen que deconstruir, muchas mujeres también tienen que hacerlo. Y lo que está haciendo la mujer de este cuento es deconstruirse.
–El cuento más impactante del libro es “Basura para las gallinas” por cómo se va contando un aborto sin mencionar jamás la palabra. Sólo se explicita la aguja de tejer y la sangre. ¿Cómo se le ocurrió escribir ese cuento?
–El cuento lo escribí hace unos siete años. Yo leí una novela de Alain Robbe-Grillet que se llama Las gomas y me impactó mucho cómo contaba lo que sucedía a partir de los objetos. Esos objetos van componiendo qué fue lo que pasó. Yo me había quedado tan impactada que me dije: quiero escribir un cuento donde lo que esté contando sea algo muy contundente, pero contado a través de los objetos. Ernest Hemingway en “Colinas como elefantes blancos” nunca nombra la palabra y hay mucha gente que lee ese cuento sin darse cuenta de que es un cuento sobre el aborto. Si hoy tuviera que volver a escribir ese cuento, lo escribiría igual porque para estos personajes todavía el aborto es una palabra complicada. Esperemos que con todo lo que se sabe ahora una mujer no haga un aborto con una aguja de tejer porque se desangra y todo puede terminar mal. Pero es una realidad; en el país muchas mujeres intentan abortar con una aguja de tejer. En ese cuento, además, hay algo ancestral, en el sentido de que la abuela le enseñó a ella cómo hacer un aborto con la aguja de tejer y ella se lo hace a la hija; un conocimiento que se transmiten las mujeres, aunque no sea bueno para la salud. Podríamos haberles dado una respuesta mucho mejor a estas mujeres desde la salud pública, si se hubiera aprobado el aborto.
–¿Cómo vivió este momento en que se puso en la agenda pública la necesidad de que el aborto sea ley?
–Me pareció extraordinario el debate, poder hablar del aborto cerró muchas heridas en muchas familias, muchas mujeres pudieron decir “yo aborté”. En muchas provincias se me acercaban mujeres llorando que me decían que gracias a lo que pasó pudieron contar, después de veinte años, que habían abortado. Antes lo llevaban solas, con culpa… No puede ser que nos hayan condenado a esta clandestinidad. Yo no tengo dudas de que hace cinco años muchas mujeres no se atrevían a contar las cosas que cuentan ahora. Lo interesante de todo esto es lo que generó el movimiento feminista respecto de todos los derechos, no solamente con el aborto. Hoy muchas chicas pueden decir lo que dicen amparadas en un paraguas en el cual saben que alguna gente va a decir estupideces, pero muchas más las vamos a acompañar, a abrazar, a proteger. El movimiento feminista ha hecho algo revolucionario. Y no hay vuelta atrás.