Escribo de entre medio de todos nosotros, como uno más que soy. Uno más, que circunstancialmente ocupa una banca de diputado por decisión de ustedes; uno más, que también circunstancialmente y también por la voluntad de ustedes, tuvo el honor de gobernar un municipio grande como una provincia grande.  

La Navidad, y antes el Adviento, es tiempo de intentar alcanzar nuestra calma interior, de entrar en la sintonía fina del Señor, de reconocer errores, de arrepentirse de ellos, de reconciliarse con Dios, con uno, con los otros, de perdonarse y perdonar. Es tiempo de Misericorida.

Vivimos tiempos difíciles, claro. Y esta vez, esta época de balance y de promesas y de propósitos y de intenciones que la tradición nos impone debe ser ejercitado en modo pleno.

Y con consciencia absoluta de qué significa eso.

La opción de Jesús siempre fueron los pobres, los vulnerables, los débiles, los dejados al costado, los trabajadores que anhelaban vivir un poco mejor, los niños, los jóvenes, los ancianos. Y esta fecha que recuerda Su Nacimiento debe hacernos vibrar con ese concepto.

Han pasado 2000 años y la esencia de esa prioridad de Jesús es, debe ser, es necesario que lo sea, la misma prioridad que debe animarnos a todos, que debe ser nuestra guía, nuestro propósito y nuestra esperanza.

En la Navidad, quienes pueden se reúnen en torno a una mesa sobre la que puede haber mucho, menos, poco o casi nada, y alzan una copa de cristal, un vaso de vidrio, un vasito de cartón. No importa, como no importa qué tiene dentro, porque lo que eso significa, como un humildísimo homenaje a la Copa que alzó Jesús en la Ultima Cena, es un símbolo que debe animarnos: juntar nuestras intenciones, unir nuestros deseos, mirarnos con amor fraterno, reconocernos iguales, querer estar unidos.

El odio nos enferma a nosotros antes que hacerle daño al odiado. “Odiar es como tomar veneno uno para tratar de que se muera el otro”.

Por eso, en este Adviento, en esta víspera de Nochebuena y de Navidad, la prioridad es mirar al otro, ver qué necesita, ver qué podemos hacer, reconocerlo como un par y pasar por arriba de todas las diferencias usando la garrocha de la solidaridad, de la Misericordia en su estricto sentido.

Los que tenemos el privilegio enorme de poder trabajar para los otros debemos redoblar el compromiso y ser más ecuménicos que nunca. La política, tan denostada tantas veces, es un buen modo de lograr consensos para beneficios de todos, sin clasismos, sin exclusiones, sin descartados...

Y desde ese lugar, del que no sólo no renegamos sino que exhibimos con orgullo y con toda humildad acompañamos los deseos de todos los que en estos días alcen los ojos y en silencio pidan.

El deseo es el ansia de tener algo que nunca que se tuvo o de volver a tener algo que se tuvo y se perdió.

Y son todos válidos si no perjudican a otro.

Estaremos simbólicamente cuando alcemos nuestro vaso junto a quien pida trabajo, salud, paz, pan para su familia, prosperidad para sus hijos, bienestar para sus padres, recobrar lo perdido...

Y en vez de pedir, este año nosotros más que nunca vamos a ofrecer hacer lo imposible para que esos deseos sean realidad.

* Diputado nacional (Unidad Ciudadana).