La muerte de Osvaldo Bayer nos golpea aún más en estas Fiestas que no pueden sino ser tristes en este país saqueado y humillado que nos toca vivir. Quizás no sea excesivamente optimista, sin embargo, pensar que su recuerdo inevitable, su presencia siempre inquietante, servirán para compensar la banalización que hoy nos domina, para pensar en los que sufren. Secretario del Sindicato de Prensa de Buenos Aires en los 60 –allí nos conocimos– y más tarde periodista exitoso, dejó su lugar importante en un gran diario por una afanosa tarea de investigación y escritura a favor de los pobres de la tierra. En las cercanías de los 100 años de la Semana Trágica, recordamos con Osvaldo a los asesinados de Vasena, a los de la Patagonia Rebelde, a los anarquistas salvajemente reprimidos. Infatigable luchador por los Derechos Humanos, en las últimas décadas de su vida defendió consecuentemente a los pueblos originarios, combatiendo todos los intentos de justificar el genocidio que tuvo su máxima expresión en la Campaña del Desierto. Aunque la estatua ecuestre del general Roca sigue en su lugar –de lo que no cabe sino avergonzarse– la lucha de Osvaldo no ha sido en vano. Es cierto que las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel nos muestran que aquel general presidente dejó herederos, pero cientos de miles de argentinos tomaron conciencia de ése y tantos otros crímenes por la escritura y el ejemplo libertario del querido compañero que hoy nos deja.
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