Cuando conocí a Osvaldo, hace casi un cuarto de siglo, ya había leído la Patagonia, Severino y los Anarquistas Expropiadores. Recuerdo entonces que me acercó a él el deslumbramiento por el incansable luchador. En cambio, según me confesó años después, a él le atrajo la admiración que sentía por mi padre pues, estando Bayer preso, había ganado “la Copa Rossetto” en una especie de competencia con otros detenidos.
Así se inició una estrecha amistad que se extendió a su familia y a algunos de sus referentes de las luchas libertarias como América Scarfó, con quien compartimos largas charlas de camaradería.
Osvaldo y Marlies, su compañera de toda la vida, me hicieron sentir parte de la sólida y encantadora familia que fundaron. En las caminatas por el barrio de Belgrano o en las que hacíamos a orillas del Rin en Linz am Rheim donde vivían en Alemania, nunca faltaron risas, conversación y brindis.
Se nos hizo costumbre compartir los cuidados de sus enredaderas en el “Tugurio”, los escones, los valses de Homero Manzi, Goethe o el vino.
Osvaldo querido, la muerte no existe. Estás en los rincones de mi casa, en la letra pequeñita de las largas cartas plagadas de imágenes y propuestas poéticas.
Escribo estas líneas desde la ciudad de Nueve de Julio donde Marlies vivió parte de su infancia y adolescencia y así lo dejó escrito en un pequeño libro que dedicó a sus nietos alemanes para enterarlos de los derroteros de su abuela por la pampa argentina.
¿Te acordás, Osvaldo, de aquel día en que con ella me invitaron a hacer “un viaje a través del tiempo” para escuchar un encendido discurso de Rosa Luxemburgo? Vos, viejo luchador, que como Rosa siempre le sonreíste a la vida, aún en los momentos más oscuros.
Así, así, querido amigo, te guardo amorosamente en mi corazón.
* Cantante y actriz.