Desde Londres

En busca de respaldo al proceso de salida de la Unión Europea, la primera ministra británica Theresa May se convertirá hoy en la primera mandataria extranjera en reunirse con Donald Trump. La visita de May fue criticada por todos los partidos políticos británicos, incluidos sectores del Partido Conservador, en medio de la polémica generada por el apoyo de Trump a la tortura como método de interrogatorio y las medidas xenófobas y proteccionistas de su primera semana en el poder.

 Impertérrita, la primera ministra reconoció que hay diferencias, pero que le interesa buscar los puntos en común para que juntos, como en el pasado, Estados Unidos y el Reino Unido lideren al mundo. El gobierno conservador ha dejado en claro que alcanzar un acuerdo de Libre Comercio con los Estados Unidos es una prioridad para un Reino Unido en la búsqueda de alternativas al Mercado Unico Europeo con la UE.

 Encendiendo aún más la polémica, el gobierno presentó ayer un proyecto de ley para que el parlamento autorice al ejecutivo a invocar el artículo 50 del Tratado Europeo, paso imprescindible para iniciar las negociaciones con la UE. El martes la Corte Suprema había dictaminado que era prerrogativa del parlamento y no del gobierno la invocación del artículo. El proyecto de ley que presentaron los conservadores otorga a la Cámara de los Comunes un total de cinco días para completar los tres escalones que tiene que atravesar la ley antes de llegar a la Cámara de los Lores.

 El proyecto de ley es escueto. En 44 palabras solicita que se autorice al Primer ministro a notificar, “bajo el Artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, la intención del Reino Unido de retirarse de la UE”. En el principal partido de oposición, el laborismo, criticaron que solo hubiera dos dias de debate en la Cámara de los Comunes en la primera lectura la próxima semana, otros dos días para el análisis del texto que emerja de la Cámara, otro para su aprobación en la Cámara, antes de que los Lores pasen por la misma mecánica a la misma velocidad, cosa de llegar a tiempo al plazo autoimpuesto por el gobierno de invocar el artículo 50 al final de marzo. “El gobierno resistió todo lo que pudo la decisión de la Corte. Ahora quiere amordazarnos. Esta es la ley más significativa de nuestra relación con Europa y, sin embargo, el gobierno solo le va a conceder la octava parte del tiempo que se le dedicó al Tratado de Maastricht”, indicó el laborista Chris Leslie.

 El tercer partido en la Cámara, el nacionalista escocés del SNP, se ha comprometido a presentar 50 enmiendas a las dos clausulas que conforman el proyecto de ley y exigió antes del debate pormenorizado la publicación de un “White Paper”, documento que especifica y fundamenta la legislación que el gobierno quiere llevar adelante. Mientras tanto, el cuarto partido en escaños, los liberal-demócratas, señalaron que se opondrán al proyecto de ley si no incluye un compromiso de votación sobre el acuerdo de separación que se consiga con Bruselas.

 A pesar de que varios diputados conservadores han expresado similares reservas, los analistas dan por hecho que el gobierno obtendrá la autorización para invocar el artículo 50. Una de las paradojas más asombrosas de este Brexit es que los conservadores, que armaron todo el mega-barullo europeo por una rencilla interna partidaria, están pagando un costo político mínimo mientras que el Laborismo de Jeremy Corbyn se muestra profundamente dividido respecto a este proceso, algo que se refleja en las encuestas. Corbyn instruyó a sus parlamentarios a votar a favor del proyecto de ley, pero varios laboristas, que pertenecen a zonas electorales pro-europeas, dejaron en claro que no lo obedecerán: el partido parece haber perdido el rumbo para construir una oposición eficaz al gobierno.

 Los nacionalistas escoceses, en cambio, están aprovechando el Brexit al máximo para instalar la idea de un nuevo referéndum sobre la independencia de Escocia. Por su parte los liberal-democrátas tienen una estrategia muy clara: representar al desolado 48,2% que votó a favor de permanecer en la Unión Europea. Por el momento la realidad es que aún sumando estos votos en el parlamento a los de conservadores y laboristas disidentes, la matemática parlamentaria favorece al gobierno.     

 En este camino, tan largo y sinuoso como la canción de los Beatles, Theresa May busca reforzar su posición negociadora con el respaldo de Donald Trump. El presidente estadounidense señaló la semana pasada en una entrevista con el The Times que veía perfectamente posible y deseable un acuerdo bilateral con el Reino Unido. El acuerdo tomaría como punto de partida otro de los Mega tratados que Trump ha consignado al tacho de basura: el que hubiera unido a la Unión Europea y Estados Unidos.

 El Reino Unido fue siempre uno de los más entusiastas de este acuerdo que despertaba grandes resistencias en Alemania y otros países. Los críticos de un posible tratado bilateral de libre comercio con Estados Unidos señalan que los actuales aranceles bilaterales son prácticamente inexistentes (un 2% de la economía total) y lo que se negociará es el ingreso estadounidense a la Salud o la Alimentación que se rigen en el Reino Unido con un modelo diametralmente distinto al de Estados Unidos, según la ONG Global Justice. “Trump ha dejado en claro que su política es ‘Estados Unidos primero’. Hay una terrible asimetría en la negociación porque May va estar en una posición de debilidad ya que necesita un acuerdo para dar credibilidad a su propia posición. Los acuerdos comerciales actuales no son tanto sobre aranceles sino sobre leyes y regulaciones que puedan obstruir el libre flujo del capital, es decir, servicios públicos como el Servicio Nacional de Salud, derechos laborales y de consumidores, protección ambiental”, señaló a PaginaI12 Kevin Smith de Global Justice, que lideró la lucha contra el tratado Estados Unidos-Unión Europea.

 Hoy por hoy esta advertencia, curiosamente compartida en su edición on-line por el semanario The Economist, es más estratégica que táctica. El Tratado Europeo estipula que solo una vez concretada la separación de un miembro del bloque podrá iniciar negociaciones de libre comercio con otros países, algo que la misma Theresa May reconoció el miércoles en el parlamento. En el mejor de los casos              –bastante improbable según los especialistas– sucedería en marzo de 2019. “Las complicaciones políticas de un acuerdo de este tipo reducen los márgenes de un acuerdo amigable. La misma May ha dicho que prefiere que no haya acuerdo a que haya un mal acuerdo”, indicó a este diario Danielle Haralambous del EIU, la Unidad de Inteligencia del semanario The Economist.

 En este marco la foto con Trump tiene algo de ícono global para una suerte de Plan B que, se ilusionan los británicos, les puede dar más peso en la negociación con la UE. El revuelo causado en el Reino Unido por el apoyo de Trump al uso de la tortura queda relegado a un segundo plano, diferencias con un hijo díscolo del imperio británico que se separó en el siglo XVIII y terminó reemplazándolo al frente del mundo.