En el día de hoy podemos observar cómo tiembla la Península por los 12 escaños en el Parlamento andaluz que ha obtenido la extrema derecha del partido Vox, lo cual instala un fracaso del PSOE para formar nuevo gobierno y, con ello, que lo haga la derecha.
Pero, ¿cómo pudo caer un bastión tan firme del socialismo como lo era Andalucía, y nada menos que facilitando la irrupción abrupta de una formación ultra, como lo es Vox? La respuesta es que el fenómeno no es nuevo, y se explica por el descontento con el modo de ejercer el poder por parte de los burócratas de la democracia, así como por la insatisfacción por los ensambles y roscas que perpetran los políticos al abrigo de la mirada de sus votantes y, en fin, por el rechazo a la influencia de la banca que manipula y tiñe la política y la democracia de fundamentalismo financiero.
El famoso 15 de marzo de 2011, fecha en que nace la formación progresista Podemos, de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, expresó el hartazgo ante ese estado de cosas e implicó, también, una toma de posición crítica, por parte de un sector de la ciudadanía, ante el europeísmo y el manejo económico del Banco Central Europeo. Y aquí se verifica un fenómeno asaz interesante y curioso: Vox plantea, desde la derecha, parecidos conceptos.
Este partido nuevo tiene su mínima protohistoria. En efecto, finalizando el 2013, Santiago Abascal, miembro del PP y protegido de Esperanza Aguirre, abandona el PP debido a que consideraba que Mariano Rajoy, junto a la directiva, “secuestraron” al partido, “traicionaron” sus “ideas y valores” y no actuaron contra “la corrupción”.
La campaña política andaluza del partido Vox se caracterizó por haber hecho hincapié en temas más afectivos que en los problemas reales de los ciudadanos. Se apuntó al tema de la unidad de España y a la crítica férrea a los independentistas catalanes, al tiempo que se manifestó un rechazo tajante a la inmigración y se impugnó toda forma de igualdad sexual impulsando la derogación de la ley de género.
En Almería, en sus tres municipios, Vox consiguió un diputado por cada uno. Se trata de una zona agrícola y allí resonó fuerte un discurso “voxista” que apelaba a un populismo patriotero con el cual se impugnaban las constantes demandas agrícolas de la Unión Europea en un pie de igualdad con la pérdida concreta del poder adquisitivo. Lo extraño es que nadie recuerde (menos que nadie, el propio partido Vox) en que si Almería llegó a ser una gran región agrícola, ello se debió, en gran medida, a la actividad laboral de una inmigración que viene desde el fondo de los tiempos y que se caracteriza por el abigarrado colorido de su procedencia y por el hecho de que todos esos extranjeros trabajan en armonía y por la riqueza y prosperidad propia, pero también de España. Así, resonó por lo menos extraño el discurso de las huestes de Santiago Abascal pregonando la necesidad de irse de la Unión Europea (UE), cuando es la financiación de Europa la que ha permitido que Almería sea, dentro de España, una potencia agrícola.
Claro que todo ello no es obstáculo para que Vox cuente con simpatías incluso en el seno del electorado inmigrante. En el pueblo de El Ejido, por caso, ganó la formación de ultraderecha blandiendo, como queda dicho, la objeción de fondo contra la Norma Europea. El Ejido era uno de los pueblos más ricos de España, y en 15 años la pérdida del poder adquisitivo del salario fue brutal. La conclusión es que así en Detroit como en El Ejido, la globalización hizo estragos, y la redención de esas regiones abandonadas por la mano de la razón financiera, encuentra, así en Estados Unidos como en España, sus redentores en Trump y en Abascal, que se ven a sí mismos –y así se anuncian– como profetas de la buena nueva proteccionista y “nacional”.
El vacío de contenidos en la política es una seña de identidad del presente globalizado que vivimos, y al partido Vox no dejan de caberle las generales de la ley. Se expresa dentro del molde clásico que cultiva la retórica neofascista: frases cortas, explicaciones sencillas para problemas que no lo son y mucha apelación a la emoción antes que a la razón. Y el telón de fondo de semejantes discursos no es otro que una crisis estructural del sistema capitalista donde el trabajo es un bien escaso y el centro neurálgico de todo, y el sistema global luce atravesado por contradicciones duras entre las cuales tal vez sea fundamental la impugnación nacional proteccionista a la dinámica globalizadora.
Para concluir, la presidenta de Andalucía, analizando en una cadena de radio el porqué de los resultados, dijo: “Cuando Juan Marín hablaba de Cataluña, yo le decía que debería centrarse en Andalucía. El último día de campaña, Albert Rivera (presidente de Ciudadanos) pedía el voto contra los independentistas de Cataluña. Y yo siempre he pensado que teníamos que centrarnos en Andalucía y sus problemas. Pero a la vista de los resultados, tengo que reconocer que la que estaba equivocada era yo y Cataluña tenía mucho que ver en estas elecciones”.
Cataluña, entonces, ha estado presente en Andalucía, y no Andalucía misma con sus problemas y aspiraciones. Un fenómeno curioso, sin duda, que se vincula, en parte, con las contradicciones que surcan la formación capitalista global, pero también con el hecho de que en Cataluña se juega la existencia misma del Estado español, pues la independencia de Cataluña dispararía una dinámica centrífuga impredecible y difícilmente controlable.
* Presidente Mutual Catalana.