2018, año de aniversarios literarios: se cumplieron dos siglos exactos de la publicación de la legendaria novela Frankenstein o el moderno Prometeo, donde una precoz Mary Wollstonecraft Shelley plasma los dilemas de su época y funda un mito universal. Y 150 años de la edición primera de Mujercitas, clásico inoxidable de Louisa May Alcott, autora que abogó por los derechos de la mujer, militó contra la esclavitud, regaló al mundo a las entrañables hermanas March (Jo, su alter-ego, la gran debilidad). Por cierto: por primera vez en 7 décadas, este año no hubo premio Nobel de Literatura, salpicada la Academia Sueca por escándalos sexuales. El Nobel de Física, mientras tanto, también fue noticia: después de 55 años, se lo llevaba una mujer, la canadiense Donna Strickland, tercera damisela reconocida con el galardón desde 1901, por allanar el camino hacia “los pulsos de láser más intensos jamás creados por la humanidad”.
En tevé, las mujeres lideraron naciones, depusieron a longevos varones, cocinaron poderosas pociones. Revigorizadas brujitas ya no sufren la pira ni se desviven por conjurar hechizos de amor: en los reboots de The Chilling Adventures of Sabrina o Charmed, la magia ha servido -entre otras cosas- para discurrir subrepticiamente sobre los derechos de la mujer, y cargarse a más de una bravucona entidad masculina. Además, hito sci-fi para la longeva Doctor Who: ha tenido por primera vez a una mujer interpretando al extravagante doctor alienígena, tras más de cinco décadas de andanzas intergalácticas. Hubo también añorado reencuentro con la ficcional periodista Murphy Brown, que Candice Bergen volvió a interpretar tras dos décadas.
La presidente Claire Underwood (Robin Wright) continuó con sus maquinaciones, adueñándose –como se merecía hace rato– de House of Cards tras el despido de Kevin Spacey; y en la aclamada The Handmaid’s Tale, temporada 2, la distopía recrudeció misóginos horrores que se hacen eco de misóginos horrores de la propia realidad.
En cine, algunos de los grandes éxitos de taquilla (Ocean’s 8, A Star Is Born, A Wrinkle In Time, MammaMia! Here We Go Again…) tuvieron sonada coincidencia: mayoritario elenco femenino, desbancando definitivamente esa perenne tontería de que las mujeres protagonistas no venden entradas.
En música, Beyoncé devino primera mujer afro en liderar el line-up del festival Coachella. Janelle Monaé lanzó Dirty Computer: un disco ciento por ciento feminista y queer, acompañado por una “emotion picture” que muestra el estado de vigilancia y persecución contra las identidades disidentes. Janet Jackson ingresó ¡finalmente! al Rock & Roll Hall of Fame. Y el premio Eurovision lo arrebató la israelí Netta Barzilai con su tema Toy, donde converge pop dance oriental con letra feminista. Activistas francesas empañaron el regreso del rockero femicida Bertrand Cantat: ante presiones sostenidas, los conciertos del asesino galo fueron sucesivamente cancelados.
Volviendo al asunto de los aniversarios, se cumplió exactamente un siglo desde que las sufragistas británicas lograran el voto femenino. UK celebró con todas las pompas, desde muestras de arte hasta marchas, inaugurando además estatuas de las líderes sufragistas Emmeline Pankhurst y Millicent Fawcett. En Estados Unidos, las mujeres hicieron historia en las últimas elecciones al presentarse en cifras récord como candidatas a gobernadoras, al Senado, a la Cámara de Representantes. Y el movimiento anti-armas movió a cientos de miles de personas: su cara visible, Emma González, de apenas 18 años.
En cocina, consagrada la francesa Christelle Brua como la mejor repostera del mundo, pasándole el trapo a los varones pâtissiers, por decisión de la prestigiosa asociación Les Grandes Tables du Monde. Mientras, la chef Dominique Crenn llegó a los titulares por ganar tres estrellas Michelin con su restaurante, Atelier Crenn, en San Francisco; primera vez que una mujer recibe tantas estrellas de la prestigiosa guía en Estados Unidos.
En materia deportiva, la delantera Ada Hegerberg ganó el primer Balón de Oro femenino; la Federación Neozelandesa de Fútbol -siguiendo el modelo noruego- se comprometió a pagar igual salario a sus selecciones masculina y femenina. La Fórmula 1 comprendió que mantener a las azafatas como chicas florero tenía tufillo a naftalina sexista, y retiróa las famosas “grid girls”. La World Surf League anunció que otorgaría el mismo premio en cash a varones que a mujeres profesionales. Y pocos meses después de ser mamá, Serena Williams deslumbró en dos finales de Gran Slam, instalando en el ínterin el debate por la restrictiva pilcha “reglamentaria” para tenistas con su comentadísimo catsuit. Párrafo aparte ameritan las más de 150 muchachas deportistas que alzaron la voz contra Larry Nassar, el ex médico del equipo olímpico de gimnasia norteamericano, condenado a entre 40 y 175 años de cárcel por haber abusado sexualmente de decenas de atletas durante las dos décadas que laburó para la Federación de Gimnasia de Estados Unidos.
Las olas extensivas del tsunami #MeToo llegaron también al mundillo de la moda; y los fotógrafos fashion Bruce Weber, Mario Testino, Patrick Demarchelier y el estilista Karl Templer fueron acusados de abuso sexual, intimidación y comportamiento coercitivo. En las mejores pasarelas, de -por ejemplo- la Semana de la Moda de Nueva York, diseñadores como Prabal Gurung, Christian Siriano, Carly Cushnie, la casa Chromat, entre otros, dispensaron ropa body positive, modelitos inclusivos glam para curvilíneas. Y la firma de lencería Victoria’s Secret tuvo que salir raudamente a disculparse por sugerir que ni mujeres trans ni mujeres con carne en los huesos encajaban con su definición de fantasía y beldad. Por cierto: el concurso de belleza Miss America avisó que quedaba eliminada la bikini para el año próximo: ahora va la “belleza interior” de “mujeres de todas las formas y tamaños”; los tacones, opcionales.