La lucha de una madre y del movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans lo hicieron una vez más. Por Lucía Pérez y por quienes no están, víctimas de la violencia machista y patriarcal. La lucha de Marta Montero pidiendo justicia por Lucía desplomó barreras institucionales, sacudió el polvo de la Procuración General de la Provincia de Buenos Aires arrancándole el compromiso a su titular, Julio Conte Grand, “de trabajar para revocar ese fallo aberrante” que dictó el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 que integran Aldo Carnevale, Pablo Viñas y Facundo Gómez Urso, conocidos en Mar del Plata por el tenor denso de sus resoluciones misóginas y que suelen disculpar a femicidas y a abusadores. Ese camino que inició Marta desde el dolor inenarrable de la pérdida de una hija sometida por los dealers Matías Farías y Pablo Offidani con una participación absuelta de Alejandro Maciel determinó parte de esa organización multisectorial y colectiva. Pese a los atentados y las amenazas que sufrieron ella y su familia, nunca estuvo sola: la trama poderosa de feminismos tejió redes en las calles, en los barrios, los trabajos, las universidades y las escuelas para decir basta. Paren de matarnos fue consigna y advertencia, el núcleo duro de los sentidos hilados contra la escena de muerte que se había derramado sobre el cuerpo de Lucía en tantas versiones aberrantes. Y el 19 de octubre de 2016, el primer Paro Nacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans fue marea global nacida de la furia contra el terror que un pacto de machos pretendió imponer desde el silenciamiento y el descarte de vidas. Era la escena colonizante jugando con los cuerpos de las pibas de las periferias, de las más pobres. “Las hijas de la clase obrera”, bramó con indignación Marta Montero. Encontrarse en Asamblea agitó la construcción en manada para preparar aquel 19-O en la Mutual Sentimiento y volvió a hacerlo dos años después, tras conocerse el fallo absolutorio de los femicidas y su contenido despreciativo, revictimizante, prejuicioso y de nula perspectiva de género, que hasta puso en duda la existencia de la violencia machista. Ese armado se logró en una verónica razante verde-violeta, convocada por el Colectivo Ni Una Menos el 3 de diciembre frente a los tribunales porteños, y al otro día en la Central de Trabajadorxs de la Economía Popular (Ctep), esta vez con Marta y su hijo Matías, ese aliado precioso que desde la muerte de su hermana acompañó cada decisión de lxs compañerxs. Con los puños en alto, los gritos al cuello, las sentadas obstinadas hasta acordar estrategias y construcciones a largo plazo. Nadie se movió del playón de la Central hasta consensuar qué fuegos de memoria en acción iban a encenderse al otro día, en el multitudinario segundo Paro Nacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans.
La Fiscalía General bonaerense a cargo de Fabián Fernández Garello apeló el jueves 20 de este mes el fallo ante el Tribunal de Casación y apuntó sobre Carnevale, Viñas y Gómez Urso por incurrir “en un razonamiento viciado que desemboca en conclusiones contradictorias y arbitrarias como consecuencia de la absurda valoración de las pruebas producidas”. El documento, firmado por el fiscal que actuó en el juicio, Daniel Vicente, remarca que el Tribunal “cae en estereotipos de la mujer y adicta –pese a que no entienden que sea un consumo problemático–, para justificar su consentimiento a mantener relaciones sexuales”. Trabajadoras judiciales de todo el país repudiaron la sentencia y exigieron la formación en perspectiva de género de todxs lxs agentes de Justicia. La aprobación de la Ley Micaela en sesión extraordinaria dio cuenta de esa fuerza colectiva que el 5 de diciembre hizo temblar la tierra una vez más en las calles y en las plazas de todo el país. La semana pasada, juezas, fiscales y secretarias de Justicia asentaron la urgencia de aplicar la perspectiva de género en las estructuras judiciales en el documento “La sociedad está hablando, y nosotras, las mujeres de la Justicia, estamos escuchando”. Nada de esto hubiera sucedido sin ese abrazo global de identidades que se quieren vivas, libres, desendeudadas, descolonizadas y deseantes. Si el primer Paro Nacional fue una medida política inédita en la historia del movimiento feminista que abrió la discusión sobre las herramientas que posibiliten vivir libres de violencias de género, económicas, laborales, institucionales y coloniales, este último Paro retoma aquella agenda pero reformulada de múltiples formas sobre cómo desarmar las jerarquías patriarcales de dominación con capacidad de determinar la vida y la muerte. En espacios transversales de autocuidados y de reparación de daños con lógicas no punitivistas. “Queremos justicia, no mano dura”, manifestaron estudiantes de escuelas secundarias presentes en las asambleas y los paros. “Tenemos que luchar por Lucía desde la palabra”, desafió Marta. “Desde ese sentido poderoso que le damos como mujeres a nuestros reclamos y a los reclamos por nuestras hijas, amigas, hermanas, para no perder más chicas.” Sin lugar para la inercia, diría la antropóloga Rita Segato. Con armados “de bien político” en clave feminista. O sea, en ese movimiento permanente de la vida de todas y por todas. El que interpela los latidos de un mundo sin hegemonías.