En la ruta
Lo único que podría curarme
o que al fin me sacara de este hospicio
es subir a un auto de línea sport
no muy confortable
pero amplio
que lo manejara
un hombre pudiente
potente
y valeroso
o sea temeroso de sí.
Si él aceptara conducir hasta la ruta
(odio el límite de la ciudad,
ese bochorno de la pobreza salpicado por uno que otro
cardo o girasol),
donde comienza la fila larga y azul del lino
o los maizales, amarillos,
si la antena de la radio funcionara
yo podría quitarme este peso de encima
podría mirar las cosas de forma diferente.
Sin que intervenga, sin presión de ningún tipo
este hombre serio o
sonriente
me acariciaría suavemente la nuca
de manera tal
que mi pelo pajizo se convertiría en lacio
mi nudo nervioso pasaría a
relajarse,
y podría mirarlo de frente, sonreírme yo también
o al menos
dibujar un nombre en la ventanilla
sin problema, como si él no existiera.
Entonces yo tomaría el volante
y mientras él descansara
(mirando fijamente la mano contraria)
me pondría a cantar esas canciones de
preguerra
que tanto enloquecieron a la generación
anterior.
Sólo así podría dominar mi ira
solamente así.
Cuando el auto se haya alejado bastante
y el calor sólo sea
esa curiosidad
por las mariposas estrellándose
contra el motor,
y el hombre a mi lado no se inmute
ni se inmiscuya
cuando la
alegría
sea lo único que me plazca.
De Sobre el asma, Ed. de la autora, 1995
Conté con los dedos de mi mano
Conté con los dedos de mi mano
las veces que tuve, no las que amé.
Las yemas de los dedos
se quedaron mirándome, las líneas
de la mano rieron (¿amé
lo que tuve? ¿Quise decir
quiero un poco
de esto o de aquello,
gané, perdí semejante
generosidad?).
Ahora que me aferro
a lo que tengo como a un poco
de nada,
veo líneas que una burla desecha,
y lenta, tiernamente abro
el puño, dejo caer
la arena, vuelvo a tomarla.
De Solo de contralto, Ed. Galerna, 1998