José Palazzo se ríe ante la pregunta de si alguna vez le baja la adrenalina. Y contraataca con otra pregunta: “¿Tuviste resaca alguna vez?”. El ideólogo y alma mater de Cosquín Rock dice que “a veces, cuando te levantás de una resaca bestial y tenés una comida familiar, por ejemplo, te tomás una copita de vino y arrancás”. Entre carcajadas, el productor y músico continúa: “Con ese paralelismo de adicto, te digo que dejé las drogas pero al trabajo sigo pegándole con la misma firmeza. También tiene que ver con que me gusta mucho lo que hago y con que mis hijas son grandes, y no tengo pareja, entonces tengo la sensación de que puedo hacerlo ahora. Muchas veces pienso qué va a pasar dentro de un par de años, cuando el físico me diga ‘Loco, vamos a bajar un par de cambios’. Por ahora estoy bien, disfruto de lo que hago y me acostumbré a vivir en un avión. Este año dormí menos de cincuenta noches en casa, todo el resto fue paliza”.
El derroche de adrenalina es porque Palazzo lleva adelante Cosquín Rock desde 2001, primero en la célebre plaza Próspero Molina de la ciudad cordobesa, luego en un predio cercano al lago San Roque y desde 2011 en el Aeródromo Santa María de Punilla. El año pasado, además, el festival más federal de la Argentina se hizo internacional, y ya cuenta con sedes en México, Colombia, Perú, Paraguay, Uruguay y Bolivia, y tendrá su primera incursión en España. A eso, el productor le suma su trabajo junto a Charly García, La Renga y Don Osvaldo, más otros shows que se hacen en Córdoba durante el año.
La próxima edición de Cosquín Rock se realizará el 9 y el 10 de febrero, con artistas como Las Pelotas, Ciro y Los Persas, Skay y Los Fakires Babasónicos, Don Osvaldo, Las Pastillas del Abuelo, No Te Va Gustar, El Mató a un Policía Motorizado, los españoles Ska-P, Los Espíritus y Non Palidece y Attaque 77. Los Auténticos Decadentes contarán con carpa de circo propia para reproducir su Unplugged, y por primera vez habrá lugar para la música urbana y para la electrónica. El blues y el heavy metal tendrán sendos “templos” en el predio del Aeródromo.
–Desde Córdoba exportaste un modelo de festival, como sucede en otra medida con el Lollapalooza. ¿Sos el Perry Farrell argentino?
–Tengo la sensación de que Perry Farrell no está en la producción ejecutiva de los Lollapalooza. Mis amigos me dicen “Bueno, a vos te toca laburar” (risas). A lo mejor en algún momento tenga que salir de la producción, pero a mí la programación es algo que me pierde, porque me encanta. Tengo que salir de la producción ejecutiva para poder ser el Perry Farrell argentino (carcajada).
–Pero sos consciente de que no hay muchos ejemplos más de semejante exportación de la marca y el concepto del festival, ¿no?
–Lo más curioso es que el Cosquín Rock es un festival argento. Lo planteamos como un festival argentino que le da posibilidades a artistas latinoamericanos de tocar en otros países. Esto empezó como una gira, pero ya estamos craneando el tercer Cosquín Rock en México y Colombia, vamos a hacer el primero en San José de Costa Rica, también en España. Va a haber comidas argentinas y vamos a llevar un enólogo...
–Pero no sólo es un festival argentino: es cordobés.
–Sí, porque no sólo tenemos que lidiar con lo complicado que es trasladar proyectos de Argentina hacia otros países –porque no a todos los artistas les va bien afuera–, además tenemos que remar con que somos del interior. Y hemos trasladado un concepto de un festival argento desde Córdoba, con el nombre de un río de Córdoba, a toda América latina. Y ahora vamos a España, vamos a ver qué pasa.
–¿Y por qué pasa todo esto?
–Hay dos cosas. Primero, la gran reputación que tiene el rock argentino gracias a Soda Stereo, Charly García y Los Fabulosos Cadillacs, que durante años se rompieron el orto laburando por Latinoamérica. Por otro lado, porque peleamos mucho para trasladar esta experiencia con la impronta que le hemos dado al festival: que puedas comerte un vacío o un choripán, que en casi todas las sedes se haya vendido fernet... aunque en algunos lugares no sabían ni qué era. Cosquín Rock fue muy cuestionado porque se vendía alcohol, y yo salí a explicar que hace 50 años existe el festival de folklore al que va toda la familia y se deben vender, no sé, 50 mil litros de vino. Entonces, ¿por qué no se podía hacer en el de rock? Y medio que el debate se sepultó. En Chile no se puede vender alcohol en los shows, salvo que saques una licencia que cuesta tanta plata que a ninguno le conviene hacerlo. Nosotros lo hicimos y fue la gran novedad, porque sólo se había vendido alcohol en fiestas electrónicas. Y no es un detalle menor, porque tiene que ver con la impronta del festival. En mis ratos libres, yo he ido a Coachella, a Bennicassim, Roskilde, Glastonbury... He ido en carpa con mis hijas, en motorhome, a un hotel cercano, en todos los formatos de experiencia. Y en todos los casos está buenísimo colarse una cervecita y pasar un momento agradable; eso no va a hacer que me den ganas de pegarle un sopapo al que está al lado porque le gusta otro grupo. Y Cosquín se la ha venido bancando así.
–Una de las particularidades de Cosquín Rock es que las “tribus” conviven desde el principio.
–Cuando empezamos, nos decían que podía ser muy conflictivo, porque estaba el antecedente de La Falda. Pero era otra época del país, la intolerancia estaba a flor de piel y... pasaron cosas (risas). La realidad fue que, sin quererlo, lo fuimos cambiando desde el mensaje que se tiraba desde el escenario. El otro día, en twitter uno me puso: “Che, Palazzo, ¿trap?” Y yo me pongo a pensar: hay 130 artistas, el trap está en uno de los cinco escenarios alternativos, ¿qué podrá molestarle? Y los peores somos nosotros, los rockeros, que somos fachos absolutos respecto a los gustos musicales. No hay más facho que el ortodoxo de los Redondos o de los Rolling. Y yo me incluyo, porque somos tipos que creemos que la otra música no debería existir. ¡Pero hay para todos!
–Además, Paulo Londra, uno de los principales representantes del trap argentino, es cordobés.
–Y le canta a lo mismo que La 25: al barrio. A las letras les cambiás la métrica y le ponés una base de Chuck Berry, y es La 25 (carcajadas). Es la realidad.
–Si sos rockero y no tenés esa amplitud, ¿por qué decidiste que el festival la tenga?
–Porque decidimos dársela con el equipo de trabajo que tenemos. A mí me cayó la ficha cuando programamos los Cosquín Rock de Chile, Colombia y México, donde la variedad musical es totalmente desprejuiciada: en un mismo escenario convivían la cumbia, el hip hop, el ska punk y el hardcore. Entonces dije: “Vamos a experimentar”. Lo llamé a Mufasa, a quien Mario Pergolini me había recomendado como alguien importante dentro de la movida, y le propuse armar eso. Por eso decidimos trasladar el heavy metal al hangar, que va a ser como un templo para los fanáticos del género y darle una carpa específica para los que les gusta el hip hop y el trap. Eso nos permitió que cada estilo tenga su ámbito.
–Hace poco, Daniel Grinbank dijo que este era el peor momento de la historia argentina para programar shows internacionales. ¿Coincidís?
–Totalmente. Es como ir al casino: puro azar. Hicimos Luis Miguel en un lugar para 9 mil personas y se agotó; era para hacerlo en un lugar para 12 mil, pero no sabíamos qué iba a suceder. Mis socios de Chile, Colombia y México me están hablando de las programaciones de sus festivales de 2020... Estas reglas de juego son muy injustas para el productor argentino. En 2001 yo hice Cosquín Rock, ¿sabés lo que fue eso? Pero ahora hay un doble problema: por un lado, el dólar; por otro, no hay consumo. Es como dice Daniel: no sabemos cuánto nos va a costar lo que estamos vendiendo; por ende, no sabemos a cuánto venderlos. Pero, además, la gente antes de pagar una entrada tiene que pagar el gas y la luz, y comer. Es súmamente difícil.