“Evito dar entrevistas porque me desconcentro mucho”, advierte Cristián Heyne, mientras se acomoda en el sofá de una de las salas de un estudio de grabación ubicado en el barrio de Monte Castro. A siete años de su última estadía en Buenos Aires, en la que estuvo trabajando con la cantautora local Deborah de Corral en su disco Nunca o una eternidad, el productor chileno volvió en diciembre a este lado de la cordillera para supervisar la grabación del próximo álbum de su compatriota Fernando Milagros, con el que comenzó a vincularse en el disco San Sebastián (2011). No obstante, este santiaguino es mundialmente conocido por haber sido el arquitecto del pop chileno del siglo XXI, y, por ende, el de su mayor ícono: Javiera Mena. Aunque, curiosamente, su formación es como periodista. “Estudié Periodismo y Comunicación Social, y dentro de esta última, al menos en mi escuela, había un área bastante importante que tenía que ver con la teoría de la comunicación, que tiene una filosofía y una poesía que influyó en mi visión de la producción”.
Luego de introducirse en la segunda mitad de los noventa en la escena chilena como músico, por intermedio de las bandas Christianes y Shogún, con la que aún sigue editando material, Heyne se animó a probar suerte en la producción. “Muchos de los discos que se hicieron en Chile a comienzos de los 2000, eran de bajo presupuesto y tenían muy poco control en la relación entre artista, productor y sello. Eso abrió un espacio para que estéticamente las cosas se hicieran de otra forma”, recuerda el también integrante del proyecto Tormenta, cuyo álbum debut, Primera parte, salió en 2017. “No podía trabajar con los ingenieros que había en mi país porque no me gustaban los resultados. Nunca estudié sonido ni nada de eso, y así se hicieron muchos discos. Los que llevé adelante a finales de los noventa, al igual que los de Javiera, Dënver y Gepe, tienen un poco de esa estética construida en base a la libertad. Creo que a ellos como compositores, para desarrollar lo que desarrollaron, les influyó que no hubiera un tercero, un sello o algo buscando direccionarlos de alguna forma”.
Al momento de describir la identidad sonora que diseñó, el alquimista de 45 años expedita: “Me gustan las melodías intensas, las voces secas, la agresividad sucia y rugosa de la voz, y los contrastes entre atmósferas”. Aunque el boceto nació tras recibir la llamada del grupo La Ley para que le produjera un tema. “Era chico, tenía 25 años, y me invitaron a grabar a México. A la vuelta, me pregunté qué se podía hacer en Chile para desarrollar este oficio. Y mi visión en ese momento fue la de pensar a mi país como un taller para hacer pequeñas obras muy minuciosamente. Siento que cuando comencé a trabajar con Javiera tuve el espacio, sobre todo en los dos primeros discos, para desplegar una construcción sonora llena de elementos frágiles. Pero que terminan por armar una obra vasta, con muchas capas, y que se pueda escuchar por años. Ese fue mi motor durante un tiempo. Luego, en 2008, se sumó otro: construir una estética chilena paralela a la que manejan productores muy buenos como Cachorro López, que entienden el pop de otra forma. Y ahí conocí a Gepe y Dënver”.
A pesar de que gracias a Javiera Mena la movida musical del país vecino fue considerada la “Suecia de Sudamérica”, a causa de su pop elegante y exquisito, así como bailable y reflexivo, el disco debut de la cantautora, Esquemas juveniles (2006), paradójicamente fue editado en la Argentina antes que en Chile. “Ese disco partió en 2004”, afirma Cristián. “Por un amigo en común, me acerqué en el verano de ese año, tras conocernos en 2001. Había escuchado unas canciones suyas en MySpace, y le propuse producirla. Acá se encontraban Sebastián (Carreras) y Martín (Crespo) del sello Índice Virgen, y por allá estaba yo y (el periodista e influencer) Cristián Araya, que fue como su embajador en ese entonces porque la introdujo entre todos sus amigos convencido de que era una persona única. Y tenía razón. Sus composiciones eran increíbles. Es muy importante cuando sucede algo así, que un chileno tiene un reconocimiento fuera. Fue un asalto porque iba en contra de un sonido de guitarras instalado en los noventa, que era el de (el grupo) Los Tres”.
Si bien la artista chilena, que actuará el 20 de enero en la Ciudad Cultural Konex, lanzó en 2018 su flamante álbum, Espejo, a través de la multinacional Sony Music, la relación laboral entre música y productor finalizó su ciclo en su trabajo anterior, Otra era (2014). “En el caso de Javiera y de Gepe, que también acaba de firmar con Sony, son artistas que eran fértiles en la búsqueda de la masividad”, revela quien creó, junto a Mena, el sello Unión del Sur, y más recientemente Demony, con el que publicó singles de la agrupación Marineros. Y aunque Heyne destaca de la nueva generación de artífices de su país a las bandas Niños del Cerro, Patio Solar y Playa Gótica, al igual que la avanzada trapera, su legado radica en convencer a una generación de que era posible la universalidad del pop local. “Yo venía de los noventa, donde los músicos querían firmar con sellos porque sabían que era una opción. Y estos chicos no tenían esa lógica. De eso sí me siento responsable: de haber puesto un grado de ambición que esa escena no tenía”.