Los laburantes, las madres de Plaza de Mayo, los derechos humanos, la solidaridad, la igualdad de oportunidades, la justicia, las reivindicaciones y luchas populares: Osvaldo Bayer está ligado indisolublemente a todos estos asuntos elementales. Lo hizo a través de sus libros (siempre estarán por ahí sus historias del gallego Soto, ícono de la Patagonia rebelde, y del poeta Severino Di Giovanni), de millares de artículos periodísticos y de una militancia presencial, recorredora, de fogonear testimonios a como dé lugar. Acá nomás está su campaña para bajar al general Roca de los monumentos, su empeño en alumbrar el despropósito de tener como héroe al militar que masacró a los indios en la campaña del desierto, los esclavizó y les quitó sus tierras para repartirlas entre las familias patricias, la sociedad rural argentina.
Desde el lunes, cuando murió, aparecieron centenares de historias personales, las experiencias memorables de haber compartido con él un rato, unas horas, unas jornadas. En esos textos enseguida se entreveían, en la raíz de esos encuentros, las causas populares. Muchos de ellos en El Tugurio, con un whisky compartido a cualquier hora del día. En cada ambiente del Tugurio tenía una biblioteca desbordante, cada una de las paredes forradas de libros, con excepción de una medianera revestida con potus de hojas enormes. El oficio y sus historias me llevaron por allá varias veces: a cada rato lo llamaban por teléfono. Una visita a una escuela de Moreno, una entrevista para una radio entrerriana pautada para el día siguiente, una charla en Rosario.
Ahí hablaba, no en lo de Morales Solá o en lo de los gerentes de la mass media. Estaría, sin duda, entre los 562 argentinos que Mauricio Macri enviaría a la luna para que el país alcance su ideal de republiqueta: entran ahí profundas definiciones ideológicas y estéticas. Bayer tenía un gran sentido del humor y los tempos y el carisma del narrador oral fabuloso. En la despedida preciosa que escribió Esteban, su hijo, lo presenta ansioso por partir hacia un congreso en La Pampa, o hacia una asamblea de un sindicato patagónico, o a la Universidad de Berlín. Tenía 91 años, lo había dado todo y quería dar todavía más.