El 12 de abril del 2013, el programa conducido por Mario Wainfeld, Gente de a pie, que salía al aire por Radio Nacional, entrevistó a Osvaldo Bayer en Bar la Farmacia de Flores, que queda en Directorio y Rivera Indarte. El bar estaba colmado y hablaron con él, además de Wainfeld, los columnistas Néstor Restivo, Julia Mengolini, Martín Rodríguez y Sergio Wischñevsky. Aquí reproducimos un fragmento de esa conversación.
Mario Wainfeld: ¿Sos de ir a cafés, has escrito en cafés?
–Si, claro. Siempre he estado yendo al café La Siembra, ahí a dos cuadras donde yo vivo, en Obligado y Monroe, que era antes el bar del Mercado que había cerca y se cerró, pero sigue estando ese bar tan viejo. Ahí voy por lo menos los domingos al mediodía y alguna tarde también, a escribir y a tomarme el cafecito.
¿Escribís con computadora?
–Por supuesto. Tengo 86 años pero estoy actualizado. Empecé a escribir a mano. Cuando empecé a escribir en el diario Noticias Gráficas los viejos redactores escribían primero a mano y después lo pasaban a máquina, porque no podían pensar y manejar la máquina y nosotros los jóvenes nos reíamos de ellos. Después de eso se pasó a la computación. Yo soy viejo pero la manejo muy bien.
Julia Mengolini: Hablando de la evolución de los tiempos, hace muy poco estuviste en Esquel recibiendo el título de ciudadano ilustre. Y en esa ocasión dijiste: “Estoy tan contento porque finalmente la ética triunfó en la vida y quedan representantes como ustedes que no tienen temor y se basan en la ética para tomar estas decisiones”. ¿Evolucionamos en este sentido, al menos?
–No, seguimos igual. Lo que pasa es que finalmente las facciones que empezaron y fueron rechazadas, y que llevaron un fin generoso y bueno, triunfan a veces. Yo fui hace 55 años expulsado de Esquel por la gendarmería porque fundé un diario que se llamó La Chispa y comencé denunciando el trato con que se sometía a los pueblos originarios en esa zona patagónica, y también la explotación de los dueños de la tierra a los trabajadores. Eso a los empresarios no les gustó nada y el diario pudo salir solamente 12 números. Cuando se publicó el número 12 me tocaron el timbre dos gendarmes nacionales para avisarme que tenía 24 horas para dejar la ciudad porque estaba expulsado. Me dijo uno: “Usted publica informaciones que traen intranquilidad a la población y Esquel está en una zona fronteriza”. Les pregunté: “¿Quién lo dispuso a eso?”. Y me dicen: “El comandante general de esta zona”. Me mostraron el decreto de él o la firma de él, no me acuerdo.
¿Qué edad tenías?
–31 años. Y me expulsaron. Y ahora todos los partidos políticos del concejo deliberante de la ciudad votaron para darme el honor de ciudadano ilustre. No fue un triunfo mío, es un triunfo del pueblo de Esquel, antes tan conservador, que ahora logra esto a través de sus representantes. Pero también dije algo que siempre siento cuando me hacen un homenaje, que es recordar y pensar en los tres queridos amigos míos que murieron y no pueden ver cómo ahora, en estos tiempos, se los reconoce y trata: Paco Urondo, Rodolfo Walsh y ese escritor extraordinario que fue Haroldo Conti.
Sergio Wischñevsky: ¿Por qué se interesó en la historia?
–Yo estudié historia en la universidad de Hamburgo en Alemania y cuando regresé quise hacer periodismo para tener un idioma absolutamente claro y no escribir libros de historia para academicistas. Por eso quise hacer periodismo. Entré en el diario Noticias Gráficas por Rogelio García Lupo y me gustó tanto que nunca paré. Empecé con los estudios históricos pero decidí hacer investigaciones sobre los personajes escondidos y perseguidos. Mi primer investigación y mi primer libro fue sobre Severino Di Giovanni, que en esa época, siempre en el aniversario de su fusilamiento, salía en los diarios recordado como el asesino más peligroso de la Argentina. Con la investigación salió todo, por supuesto que era un libertario absoluto, sus escritos y sus libros, pero también las cartas de amor, para mí las más hermosas que he leído en mi vida, además escritas en italiano, que es el idioma del amor sin ninguna duda. Publiqué ese libro y así me fue: el libro fue prohibido por el presidente Lastiri. Una desgracia. Porque si a uno lo prohíbe Yrigoyen o Perón bueno, vale la pena, pero que te prohíba Lastiri hay que ser desgraciado. Me enteré por el diario que lo había prohibido. Cuando yo era estudiante secundario, que rendía libre, trabajaba como cuidador en el club Correo y Telégrafos, que ahora es Comunicaciones, tenía en el Bajo Belgrano un campo de deportes. Yo cuidaba la pileta, era guardavidas. Tenía la pileta de 1 a 7 de la tarde, me sentaba al lado de una baranda y observaba por si alguien gritaba auxilio. Siempre veía a un tipo que venía vestido muy moderno, bien a lo macho, con sombrero pajizo. Lo primero que hacía era venir a la pileta, venía a la baranda y todos los días me hacía la misma pregunta. “Y, pibe, ¿cómo están las minas hoy?”. Yo tenía 18 años y me daba mucha vergüenza esa pregunta. Siempre le contestaba con un monosílabo. “Bien”. Ese señor llegó a presidente de la nación, era Lastiri, y fue el que prohibió mi libro. Mirá si lo conocía al tipo. En ese tiempo era secretario privado del presidente del club. Y llegó a presidente: cosas argentinas.
Martín Rodríguez: Vos rescataste de la historia a los anarquistas y los pueblos originarios luchadores y, al mismo tiempo, sos partidario de la no violencia. ¿Como es esa tensión, en tu vida y tu trabajo?
–En esa época, cuando publiqué el libro de Severino, la juventud ya era partidaria de la violencia porque creían que era la única forma de liberar al país. En mi generación mis más queridos amigos estaban algunos en Montoneros y otros en el ERP. Yo escribí ese libro y vi que un hombre tan valioso como Severino Di Giovanni se perdió en la violencia y no logró nada. Lo escribí con esta intención y para que se aprendiera. Desgraciadamente se tomó al revés, como que yo tomaba esa figura para que se imitara, y no. Severino se equivocó en el camino. Es una pena. Era un alma tan plena de cualidades. Yo conté la vida de un hombre noble y violento para cuestionar la violencia. Cómo se perdió ese hombre que, tal vez, si hubiera seguido el camino de la difusión de las ideas, qué lecciones hubiera dado. Es una vergüenza que en Balcarce haya todavía una estatua de Uriburu, su fusilador, el primer golpista y fusilador de obreros.
Néstor Restivo: Hablaste sobre tu rol de historiador, pero tu rol en prensa fue y es muy grande. Fuiste Secretario General del gremio en los 60, trabajaste en Clarín hasta que te echó Magnetto y en 2010 encabezaste una lista para ser secretario general otra vez. Tu experiencia en el medio ¿qué te hace reflexionar de nuestro oficio hoy?
–Realmente no tenemos en Argentina lo que se denomina libertad de prensa porque se la ha dado la prensa a grandes empresas o a herederos del señor que fundó el diario La Nación. La información tiene que ser de derecho público, por eso me parece muy bien el paso de la Ley de Medios, lástima que la ha parado la justicia. Los sindicatos, las asociaciones barriales y diferentes representantes deberían estar en los directorios de cada radio y de cada diario y de cada medio y no en poder del gran capital, que trae la información del que se le da la gana. Cuando fui Secretario, sufrí cárcel y por suerte me mandaron a la cárcel de mujeres, en una dictadura, muy raro pero en fin, no la pasé mal. Hay que seguir democráticamente luchando por una prensa que traiga todas las voces, de todo el pueblo.
Mario Wainfeld: ¿Cómo se hacía La Chispa? ¿Cuántos eran, qué elementos técnicos tenían para trabajar?
–Lo hacía casi todo yo, lo escribía porque era semanal, tenía tiempo de hacerlo, pero además me ayudaban un grupo de jóvenes voluntarios de Esquel. Estuvieron en el homenaje y los abracé y les agradecí cómo se jugaron por mí en aquel tiempo. Lo imprimíamos en unos talleres privados con dinero de nuestros bolsillos y teníamos canillitas independientes que vendían el periódico. Fue una hermosa experiencia en una ciudad medieval: era el gobierno de Frondizi en Buenos Aires, pero allá no se sentía para nada.
Julia Mengolini: Estamos en Flores y no podemos eludir que es el barrio del Papa. En el campo nacional y popular no nos podemos poner de acuerdo sobre su figura, hay una discusión. ¿A vos qué te pasó?
–Yo tuve una decepción evidente. Para mi Bergoglio es la figura de Poncio Pilatos porque durante la dictadura no hizo nada por ningún desaparecido, y si lo hizo, lo hizo por unos curas jesuitas, dice él, porque hay versiones diferentes de la historia. Ahí la Iglesia Católica debería haberse levantado para defender la democracia y la vida y en cambio se callaron la boca y estaban en la catedral dándole la comunión a Videla, Massera y Agosti. Yo lo digo por más enorme admiración que tengo por el obispo Angelelli que perdió la vida poniendo la cara y yo fui gran amigo del obispo de Neuquén De Nevares, que vivía con absoluta sencillez, salíamos a caminar los dos, tenía una vida absolutamente humilde. Cuando era chico, en Belgrano, mi madre era muy católica y me mandó, pese a que mi padre no era religioso, era un socialista de base, le permitió a mi madre mandar a uno de los tres varones a lo que se llamaba entonces la “doctrina”. Mi maestra era la señorita De Nevares, de 81 años. En ese entonces se decía señorita si era soltera. Era finales de los años 30 y ella me enseñó la doctrina social de la Iglesia, el tema que después tomó Angelelli. De ahí también salió mi tendencia del socialismo en libertad. Una vez conversando con el Obispo De Nevares me preguntó de donde tenía esa idea del socialismo en libertad. Y le conté de mi infancia en Belgrano y la maestra de doctrina católica que tenía su apellido. Él se sonrió y me dijo: “esa señorita era mi tía y si yo me hice cura, fue por lo que me enseñó ella. Y vos te hiciste socialista con la misma maestra”.
Martín Rodríguez: De todas las historias posibles que nos podrías contar y sobre las que escribiste, me gustaría que nos cuentes la historia de Arbolito y el coronel Rauch.
–Es increíble cuántas ciudades argentinas tienen nombre de genocidas. Hay una ciudad de la Pampa que se llama Ataliva Roca, cuyo único mérito fue ser hermano de Julio Argentino. Ataliva vendía los terrenos que conseguía su hermano en la conquista del desierto. Sarmiento, que era muy pícaro, inventó el verbo “atalivar”. Decía “el general Roca conquista tierras y su hermano ataliva”. Quería decir que cobraba las coimas. Igual sigue el nombre, que le pusieron los alcahuetes de un regimiento que estaba cerca. Coronel Rauch es increíble. Quiere decir Humo además. Este señor fue contratado por Rivadavia para exterminar a los indios ranqueles y nosotros lo hemos premiado con la calle más larga de Buenos Aires. Hay que leer los hermosos documentos de Belgrano, Castelli o Moreno, que hablaban de los pueblos originarios como sujetos de derechos iguales a los nuestros. Cuando Belgrano llega al Paraguay devuelve los territorios y termina con la esclavitud, la mita, el yanaconazgo. No era un pensamiento de época el de Rivadavia. Hay que leer los comunicados de Rauch, que están en el Archivo de la Nación. Dice por ejemplo “hoy para ahorrar balas hemos degollado a 27 ranqueles”. Eso lo dice un europeo católico contratado por el gobierno argentino. Otro comunicado dice “los ranqueles no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad”. Y claro, en eso nos ganan los pueblos originarios, para ellos nadie es dueño de nada, todo es comunitario. Había un ranquel muy joven, de 18 años, que siempre espiaba al ejército. Siempre veía la dirección que tomaban y montaba su caballo e informaba a los ranqueles que levantaran las tiendas y se fueran porque venía Rauch a matarlos. Los soldados veían algo que creían que era un arbolito, porque era un indio joven que tenía el pelo muy largo. Y le quedó el sobrenombre. En una batalla lo esperó al coronel y Arbolito le cortó la cabeza. Yo fui a dar una conferencia a Rauch y pedí que se le cambie el nombre. Lo tomaron los estudiantes y todavía no lo logramos, pero lo vamos a lograr. Es una vergüenza. Sus comunicados son uno más brutal que otro y sin embargo, lo premiamos.