Lara tiene apenas quince años, pero sabe muy bien que nació en un cuerpo con el cual no se siente nada a gusto. Son fieles testigos de ello los vendajes que, desde la mañana hasta la hora de acostarse, aprisionan firmemente su miembro viril, a pesar de las recomendaciones de los médicos, la amable vigilancia de su padre y las consecuencias físicas que le trae aparejada esa cárcel de tela y cinta adhesiva. Lara sabe muy bien que en la vida quiere ser dos cosas. Una chica, primero y ante todo. Luego, bailarina. Talento y constancia no le faltan, aunque el ingreso a una escuela secundaria especializada en la enseñanza del ballet no está exento de admoniciones: su cuerpo podría no estar preparado para las enormes presiones del oficio y el exigente período de prueba puede ser definitorio. Girl, la ópera prima del belga Lukas Dhont, tuvo su estreno en la última entrega del Festival de Cannes (allí obtuvo la prestigiosa Cámara de Oro al mejor debut como realizador y el premio al Mejor Actor de la sección Un Certain Regard), recorrió una ingente cantidad de eventos cinematográficos internacionales y el próximo viernes 18 de enero desembarca en la plataforma Netflix, que sigue apostando, cada vez menos tibiamente, por apretar una parte del cine de autor internacional con sus manos tentaculares. A diferencia de otras películas recientes con temática trans, la historia de Girl no recorre los conflictos inherentes a la salida del closet. Tanto Lara como su padre y su hermano pequeño –recientemente mudados a Bruselas, precisamente para acompañar el sueño de la joven– saben muy bien que aquel muchacho nacido hace tres lustros, naturalmente bautizado con un nombre de varón, ya no existe. A pesar de las marcas en el cuerpo que, poco a poco y gracias a los tratamientos hormonales y a una operación quirúrgica en el futuro cercano, comenzarán también a ser parte del pasado. Tampoco el centro del interés pasa aquí por la relación entre la protagonista y el resto del mundo o el rechazo del entorno fuera de su casa (aunque la interacción con las otras bailarinas ofrece sus momentos de extrañeza e incluso de incomodidad, la comprensión y la amabilidad son la regla y no la excepción) sino, fundamentalmente, con los procesos internos que Lara debe sobrellevar. Y todo ello, toda esa enormidad, en una edad en la cual el descubrimiento de la sexualidad suele ser complejo, incluso para aquellos cuyo sexo biológico e identidad de género coinciden.
Lara practica sus battements, brisés y cabrioles hasta que los dedos de ambos pies han derramado una buena cantidad de sangre. Los médicos que acompañan su preparación para la extirpación de los órganos sexuales masculinos no recomiendan ese esfuerzo. Pero Lara insiste. La decisión está tomada: será ambas cosas, una mujer bailarina, o no será nada. La película de Lukas Dhont, joven realizador de 27 años, sigue a la protagonista con esa cercanía realista que los coterráneos más famosos en el terreno del cine, los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, han transformado en marca de estilo nacional con calidad de exportación. En la habitación de baile de la escuela, con Lara al límite de sus capacidades físicas, su imagen reflejada en espejos y ventanales; en su habitación, único momento en el cual se permite analizar en detalle su cuerpo –su pecho aún chato, su espalda, su pene–; en las calles y en el subte, llevando a su hermanito a la escuela; en las visitas a los médicos y psiquiatras que la preparan para el gran salto, la cámara se pega a ella y nunca se despega. Y su mirada (sus miradas) son las que marcan el ritmo de la narración. Posiblemente el mayor desafío a la hora de llevar Girl del papel a la pantalla era hallar a la persona ideal para interpretar el rol de Lara. Alguien que supiera actuar y bailar. Para ello, la audición diseñada por la producción estuvo abierta a jóvenes de cualquier sexo biológico e identidad de género. De los cerca de quinientos participantes Dhont eligió finalmente a Victor Polster, un chico cisgénero de quince años que cumplía con ambos requisitos, a pesar de no haber participado de un rodaje con anterioridad. La excesiva corrección política inherente a algunos sectores radicales no tardó en arremeter contra esa elección, luego de las primeras proyecciones en Cannes: ¿por qué no elegir a una joven trans para el papel? Si lo que debe primar en la realización de una obra son las elecciones que permitan lograr, en cierta medida, las intenciones artísticas, poco puede recriminársele aquí al director. La naturalidad y sutileza con la cual el joven actor encarna a Lara, la complejidad emocional que logra transmitir en términos estrictamente físicos, son irreprochables. La idea seminal de la película tiene su origen en la lectura de una noticia en el periódico y el posterior encuentro entre Dhont –quien para ese entonces tenía dieciocho años y todavía no había asumido su propia homosexualidad– con una joven trans de quince años llamada Nora. Una chica que, ante todo, deseaba ser bailarina. El guión del propio realizador y Angelo Tijssens, apoyado en conversaciones con personas transgénero, psicólogos y médicos especializados en cambios de género, transformó a Nora en Lara. Y a aquella noticia de la sección sociales en un relato de ficción que universaliza el arduo tránsito en busca de la identidad propia.
En una escena temprana, Lara agujerea una de sus orejas de manera casera, con un trozo de hielo a modo de improvisada anestesia. Tal vez no tiene tiempo (cree no tenerlo) para asistir a un local de piercing, cuyos métodos serían indudablemente menos dolorosos. La impaciencia por los cambios que tardan demasiado en llegar será una de las marcas de su personalidad. Una impaciencia típica, por otro lado, de esa edad en la cual las ansiedades resultan tan difíciles de saciar. La imagen es un anticipo de otra secuencia cercana al final de la proyección, quizás la más inolvidable. Para el realizador, según declaraciones al sitio especializado Sensacine durante la exhibición de la película en el Festival de San Sebastián, “la esencia del film está reflejada en ese acto. En alguien que, literalmente, no puede soportar un cuerpo que siempre se le ha dicho que es masculino. Escribimos esa escena como una metáfora que, a mi entender, funciona muy bien en esta experiencia física”. Para algunos espectadores, ese momento clave de Girl será un poco excesivo. Para otros, marcará una forma de literalidad que el film había evitado hasta ese momento. Para un tercer grupo, finalmente, ejemplificará a la perfección la angustiante sensación de no pertenecer a un cuerpo que el espejo refleja día tras día, noche tras noche.