Sin Sol es una de mis películas preferidas, una de las únicas que pude ver más de una vez. Es un documental, una especie de ensayo cinematográfico que también hace uso de la ficción. La vi casi por obligación, sin expectativas y sin haber escuchado nada previamente, como sucede con muchas de las cosas que nos pasan que solo podemos entender después. Me quedaron grabadas no sólo la belleza de las imágenes sino las preguntas que plantea. Y recién ahora me puedo dar cuenta de hasta que punto mi obsesión por conocer Japón y todo lo relacionado con ese país empezó ahí, hasta que finalmente lo conocí.

La película empieza así: hay una foto de tres niños en Islandia y una voz anónima que explica que esa foto es la imagen de la felicidad, y que si el espectador no logra verla, al menos verá la oscuridad. Ya desde el comienzo me atrapó: ¿puede una imagen ser las dos caras de la misma cosa? Porque tal vez eso es lo que hace el director: ir hacia el fondo de las imágenes para ver que esconden algo que en apariencia no se ve. ¿Por qué recordamos unas cosas y no otras? ¿Cómo se construye nuestra memoria? ¿El recuerdo es un capricho, o forma parte del azar? 

Hace poco murió mi abuela y lo primero que se me vino a la cabeza fue qué gestos o qué cosas me voy a acordar de ella. De mi abuelo me acuerdo poco: el chirriar de las chinelas Adidas, la panza sobresaliendo del pantalón, el bigote. En estos días estamos yendo con mi familia a limpiar y vaciar su casa (no hay nada más extraño que una casa que se vacía porque su ocupante de siempre ha muerto) y yo decido quedarme con su ropa y usarla. Como esa creencia japonesa antigua que explica que el alma se traslada a los objetos, quizá si uso sus camisas su recuerdo se quede un poco más conmigo. 

Qué recuerdos de mi abuela elegirá la memoria para que sobresalgan es todavía un misterio. ¿Hay algo más caprichoso que la memoria que selecciona algunas imágenes y borra otras? ¿Es por azar o por una elección consciente que solo algunas nos quedan grabadas? Chris Marker nos hace ver como el recuerdo no puede constituirse como un guion lineal donde los hechos se suceden unos detrás de otros. Si la memoria es determinado conjunto, determinada ordenación de signos, de rastros, aquello que recordamos es tan azaroso como aquello que no. La película es una sucesión de imágenes que arman un espiral, una especie de constelación, como si tomasen cuerpo los versos del poeta ruso Joseph Brodsky “las cosas/ se endurecen en la memoria/ para que uno no pueda mudarlas de lugar”. Quizá la pregunta que me plantea y a cuya respuesta todavía no consigo darle forma es ¿cómo intervienen los muertos en nuestra experiencia? ¿Existe ese diálogo de algún modo? Es que hay ciertas formas de olvido que más que la memoria enriquecen el recuerdo. Como escuchamos en uno de los momentos más emotivos “¿quién ha dicho que el tiempo vence a todas las heridas? Mejor sería decir que el tiempo vence a todas las cosas, excepto a las heridas”.

El espectador no tiene forma de saber si lo que escucha está dicho o pensado por esa voz. Tampoco a quién se dirige. No hay historia, sólo el discurrir de una conciencia. Es el diario de viaje de Sandor Krasna, un operador de cámara húngaro, pero el director elige que sea leído por una voz de mujer. Pienso en la voz que narra mientras se suceden imágenes de Japón, se entremezcla la ciudad pero lo que aparece en primer plano es algo más primigenio. Cine ensayo, experimento donde se entrecruza lo ficcional y el pensamiento, todo el tiempo aparece la pregunta por la memoria pero también aparecen otras que me atraviesan ¿qué significa ser extranjero? ¿Tendrá que ver con la mirada, con una manera de ver el mundo?

Para esa voz, acaso también para el director, las imágenes que filmó sustituyen a su memoria. Por algo se pregunta cómo recuerda las cosas la gente que no filma, que no hace fotos, que no graba en video. ¿Uno recuerda en imágenes?, ¿o los olores pesan más? Porque tal vez la memoria sólo es posible de ser reconstituida a través de la intimidad. Pero la paradoja a la que nos enfrenta Sans Soleil, y quizá la vida misma, es que mientras la memoria se va reconstruyendo, en esa misma operación se va construyendo el olvido. Como si estuviésemos suspendidos en un limbo esperando un desenlace que no llega. Como una tormenta anunciada, donde el cielo está negro, las hojas se levantan, hay viento, todo indica que va a llegar el agua y con ella la liberación, el recuerdo aparece como un relámpago en nuestra cabeza.


Nurit Kasztelan nació en Buenos Aires en 1982. Es poeta, editora y librera. Publicó Movimientos Incorpóreos (2007), Teoremas (Montevideo, 2010), Lógica de los accidentes (Vox, 2013, LIliputienses, España, 2014, 2015), O amor era um jogo instável (Nosotros, Brasil, 2018) y Después (Caleta Olivia, 2018). Co-dirige la editorial Excursiones y tiene una librería atípica en su casa: Librería Mi Casa libreriamicasa.com.ar