La riqueza de la vida de Cornelius Castoriadis podría resumirse en la insólita circunstancia de haber sido filósofo griego, psicoanalista francés, marxista internacionalista, e incluso economista y matemático. A primera vista, resulta extraño, como si su trayectoria intelectual se hubiese fragmentado en distintas etapas. Pero ocurre más bien lo contrario. En su obra fundamental, La institución imaginaria de la sociedad, todos sus saberes e identidades aportan elementos que ayudan a conformar una trama teórica compleja que es, a un tiempo, una crítica de la sociedad burocrática y un programa para su liberación y superación. Durante los últimos años de la Segunda Guerra, con Atenas ahogada por Hitler, Castoriadis se inicia en la militancia trotskista. Esto lo lleva a ser perseguido tanto por los nazis como por los grupos stalinistas en los que el joven Cornelius había militado desde el inicio de la ocupación, con solo quince años. La experiencia concreta de vivir bajo la amenaza de un ataque surgido del propio comunismo lo alejó para siempre de la defensa de la URSS y de la creencia en un Estado socialista de tipo soviético. En 1945 se marcha a París con una beca de estudios, toma contacto con el trotskismo francés y así conoce a Claude Lefort, con quien inicia una amistad cargada de recelos y admiraciones mutuas. Castoriadis y Lefort fundan el grupo Socialismo o Barbarie, que será a su vez una revista de enorme influencia en los circuitos intelectuales y políticos franceses durante casi dos décadas de actividad ininterrumpida.
François Dosse (historiador, autor de Paul Ricoeur: los sentidos de una vida, Michel de Certeau: el caminante herido y Gilles Deleuze y Félix Guattari: biografía cruzada) hace hincapié en la historia y desarrollo de Socialismo o Barbarie, espacio en el que Castoriadis y sus camaradas llevaron a cabo una crítica sistemática del régimen soviético: “esta tendencia destaca que la Unión Soviética ha dado origen a una nueva clase parasitaria que ejerce un poder convertido en totalitario (...); una forma históricamente nueva cuya singularidad consiste en generar una clase dominante que acapara todos los poderes y cuyos intereses son opuestos a los del proletariado. El imperativo revolucionario, por lo tanto, es ahora derrocar a esa clase burocrática”, escribe el autor. Los análisis de SoB se centran –no sin largas polémicas y enfrentamientos– en las insurrecciones y revueltas obreras en el seno del régimen stalinista, pruebas fehacientes del carácter contrarrevolucionario del llamado socialismo soviético. La crítica de Castoriadis llega incluso a constituir una ruptura con el marxismo ortodoxo en favor de una praxis (verdaderamente) revolucionaria.
Lector apasionado de Freud desde su juventud, a mediados de los años sesenta, Castoriadis comienza a frecuentar los seminarios de Jacques Lacan. Luego de varias relaciones de pareja (su hija Sparta comenta que Cornelius –más de una vez– termina una relación y comienza otra en un mismo día, siendo incapaz de vivir sin estar con una mujer), se enamora de una psicoanalista millonaria salida del diván del propio Lacan: Piera Aulagnier. A medida que crece el interés por el psicoanálisis (y especialmente por la investigación de lo imaginario), disminuye la intensidad de SoB, que acaba por disolverse en 1967. Cuando estalla el Mayo del 68 y su famosa proclama (“La imaginación al poder”) muchos señalarán a Socialismo o Barbarie como la influencia fundamental detrás de la más visible Internacional Situacionista de Guy Debord (quien fuera miembro, durante un breve lapso, de SoB). Fiel a su antiburocratismo, Castoriadis rompe también con Lacan por una serie de desacuerdos en torno a la dinámica del “Pase” (instancia en la que un tribunal de analistas “autorizan” a un analizante a convertirse en analista). Hay algo de megalomanía en la serie de rupturas de Castoriadis (con Marx, con Lacan, pero también con sus camaradas y filósofos contemporáneos a los que se acerca para luego alejarse, como es el caso de Lyotard, Derrida o Deleuze), una energía y confianza en sí mismo que lo acompaña desde muy joven. Si en la adolescencia leyó de un tirón En busca del tiempo perdido, en la adultez emprende la titánica tarea de corregir a Marx a través de Freud.
Castoriadis comprende al individuo como una psique en cuya estructura profunda opera una “imaginación radical” (magma del inconsciente) que al ponerse en contacto intersubjetivamente con otras psiques da lugar a un “imaginario social instituyente”. Como señala Dosse: “el par instituyente/instituido es fundamental en Castoriadis: por un lado el polo de las transformaciones, las mutaciones, el cambio, el de lo instituyente; por otro lo que ya está presente como institución reconocida y legítima, lo instituido”. Lo social, entonces, “es lo que somos todos y lo que no es nadie, lo que jamás está ausente y casi jamás presente como tal, un no-ser más real que todo ser, aquello en lo cual estamos sumergidos (...) Es lo que no puede presentarse más que en y por la institución, pero que siempre es infinitamente más que institución, puesto que es, paradójicamente, lo que se deja formar por ella, lo que sobredetermina constantemente su funcionamiento y lo que, a fin de cuentas, la fundamenta: la crea, la mantiene en existencia, la altera, la destruye”, escribe Castoriadis en La institución imaginaria de la sociedad. En este sentido, su filosofía es una apuesta en favor de la autonomía instituyente del individuo y de la sociedad, en contra de la alienación y la manipulación burocrática de las singularidades y colectividades. La vida de Castoriadis (como la dialéctica de lo instituyente y lo instituido operando desde el magma de la imaginación radical de lo inconsciente) es un volcán en permanente actividad. Lacan supo ver ese fuego inextinguible. En sus Escritos, le escribió como dedicatoria: “A Cornelius Castoriadis, tan resplandeciente como sus nombres, para que haga jugar sobre mis carbones sus luces”.