La oleada feminista hizo entrar el agua en los vestuarios, hubo que arremangar el dobladillo de los joggings y dejar que se cuele para animarnos a salpicar las fisuras que tienen las paredes, para que entre la humedad que nos permita reparar y pintar de nuevo y si es necesario levantar otras paredes. Adentro y afuera de las canchas, lijar y pulir. Que se derrame el polvo en forma de preguntas que vayan a trote vivo, trabajar sobre esa molestia que produce el trabajo abdominal, ir a los ligamentos de mundiales y torneos coperos y practicar otra forma de entrenarlos. Otra manera de elongar: como aquella vez que la voz del estadio fue la de una piba que relataba el Mundial de Rusia 2018, entre sponsors y fiebre futbolera se vio otro relato, uno que sabía deletrear el apellido de un jugador pero que también sabía que cuando la pelota está afuera hay que destapar la olla: narrar en el medio de un partido el endeudamiento, la precarización de nuestras vidas, la lucha por el derecho al aborto, por nombrar algo de lo que esa experiencia pudo poner en carne para traducir (nos) que los deportes no se juegan en cancha cerrada y bajo techo, que no hay líneas que separen la cotidianeidad del ajuste de un partido que miran todes.

Este año, mientras la selección Argentina de fútbol -femenino vale aclarar- jugaba el repechaje contra Panamá para clasificar al mundial de Francia el año que viene, un niño amigo dijo por lo bajo “Si juega Messi acercan la cámara, en cambio a ellas no”. El deporte en general necesita menos primeros planos, el cutis y el pelo canchero le sobran a las anotaciones que ensayamos en la pizarra de un deporte feminista. ¿Qué deporte? ¿Cómo? ¿Quién? ¿Para donde levantamos el vuelo si queremos planear una militancia deportiva? ¿Por cuáles de las pistas despegamos hacia un deporte que se empiece a pensar políticamente? No tenemos respuestas pero a veces las mejores jugadas se construyen en el juego mismo, sin entrenamiento y con la convicción de que el deporte es (y puede ser) otra cosa.

Armemos scrums para empujar nuestros encierros: pica la bronca de un básquet que aunque gane medalla olímpica empuja a lxs pibxs afuera de la cancha, se nos desgarran los músculos cuando intentan privatizar los clubes de barrio y nos hablan de modernización, mojamos las patas en el borde de una pelopincho y nos preguntamos por qué las personas trans y las travas no entran en esos natatorios cissexistas en donde lo único que sale a flote es el patriarcado. No, no queremos ser más esta heterosexualidad obligatoria… ¿O era esta humanidad?

 

Este año jugamos a cubrir los juegos olímpicos, como si fuéramos un matutino de ese nuevo mundo en el que queremos vivir, con hashtag sobre papel llamamos a nuestra cobertura #losjuegosdelhambre y dibujamos una mascota olímpica con la leyenda de Susy Shock : “para dar luz hay que prenderse fuego” . El fuego llegó, cuando junto al colectivo Ni Una Menos y aliades nos metimos en la cancha de Racing para decir “No le hagamos el aguante a la violencia machista” o cuando llenamos de pañuelos aborteros la cancha de Arsenal para alentar a las pibas que entre pase y pase también pudieron ver las gradas llenas de feminismo, uno que anda diciendo que en sus botines hay revolución.

Metimos asambleas de deportistas, como detonadoras de un dispositivo que quiere ser titular en los feminismos. Estiramos los músculos de la incomodidad, abarrotamos una resistencia que tiene sus raíces en pensar que podemos jugar distinto, que puede sonar utópico escurrirnos en el deporte hegemónico y patriarcal para que quede con fractura expuesta, pero estamos para esto. Escribimos y nos hacemos eco de cada sílaba, porque en cada entrega ponemos cuerpo y aunque duela al día siguiente, el amanecer nos va a encontrar trotando y respirando un aire nuevo.