Es un país dislocado, en transiciones extremas. El gran ariete de batalla del macrismo para ganar las elecciones fue la supuesta corrupción del kirchnerismo. Y dicen que será también el eje de la que viene. Es para matarse de la risa, porque según la Universidad Austral –insospechable de choriplanera– el 53 por ciento de los argentinos está convencido de que el presidente Mauricio Macri y “todos o casi todos” sus funcionarios son corruptos.
No hay ni indicios de kirchnerismo en el estudio. El trabajo se llama “Indicadores internacionales de la corrupción Argentina 2018” y está sostenido por Transparencia Internacional, el Banco Mundial, el Foro Económico Mundial, la Corporación Latinobarómetro y el Banco Interamericano de Desarrollo. La encuesta no tendría importancia si no fuera que están denunciando a un gobierno de empresarios con los que todas estas instituciones han simpatizado.
El estudio investiga la convicción de la gente y concluye que la mayoría del país está convencido de la corrupción del macrismo. Las grandes corporaciones mediáticas se esforzaron por difundir expediciones para agujerear el desierto patagónico en busca del mítico Eldorado kirchnerista, y apenas se preocuparon por informar sobre las numerosas cuentas offshore de los funcionarios, en especial, las cincuenta del presidente, o de negociados como la deuda del Grupo Macri con el Correo o los actos de favoritismo a sus empresas.
La realidad atravesó toda esa protección y la mayoría de la sociedad está convencida de la corrupción de Macri y su gabinete. Pero la encuesta va más allá y asegura que más del 60 por ciento estima que no se avanzó o se avanzó muy poco en la lucha contra la corrupción. Transparencia Internacional y las demás siglas, la mayoría de ellas con sede en Washington, dicen que los argentinos, que han visto la forma en que jueces y fiscales se salteaban garantías elementales para meter presos en forma irregular a ex funcionarios del gobierno anterior, serían los que piensan que no se avanzó en la lucha contra la corrupción.
La encuesta coincide con el inminente estreno de la novela de Jorge Lanata, especialista en humo, y sobreactuaciones nunca comprobadas. La serie se emitirá por la plataforma Netflix, también con sede en Estados Unidos y que ya ha intervenido en otras campañas contra Chávez, en Venezuela, con la serie El comandante, y contra Lula, en Brasil, con la serie El mecanismo. Tendría que haber una ley que prohíba a las empresas extranjeras de medios intervenir con tanta alevosía en los procesos políticos internos de cada país. La basura política que distribuye Netflix coincide con las políticas de fake news y lawfare que impulsan en la región los servicios de inteligencia norteamericanos.
A Washington no le interesa si gobierna Macri o Vidal, pero sí que no vuelva el “populismo”, que en sus distintas expresiones en la región, tuvo el tupé de marcarle el terreno y ponerle un límite. Hay internas en el oficialismo y presiones sobre el gobierno para que sus operadores judiciales coaccionen a jueces y fiscales para avanzar sobre Cristina Kirchner, como sucedió con Lula.
Pero los datos de la encuesta no son tan antojadizos. La corrupción del macrismo se hace a la vista. La que no, fue descubierta por investigaciones que se realizaron fuera del país en busca de otros objetivos, y el macrismo cayó en la volteada. La Nación silenció los Panama Papers hasta que pasaron las elecciones, pero después tuvo que publicarlos para no quedar en evidencia ante el mundo. Los favoritismos con las empresas de Nicky Caputo, el amigo de Macri y con las del Grupo Macri, son ostensibles, igual que con otras empresas de miembros del gabinete. Es una forma de corrupción diferente, a una escala mucho mayor, de negociados entre grandes corporaciones y el Estado manejado por ejecutivos de esas corporaciones.
Vale la pena transcribir un párrafo del estudio: “Como ejemplo reciente y revelador de contradicciones –entre el decir y el hacer–, vale recordar la discordancia de haber logrado sancionar una ley de responsabilidad penal de las personas jurídicas privadas (Ley 27.401) y a la vez permitir a muchas de las empresas que se han declarado partícipes en hechos de corrupción continuar en licitaciones o proyectos de participación público-privada”.
El mismo país que fue crispado por la fuerte campaña de denuncias contra el gobierno anterior ahora se amanece frente a una corrupción mayor que las denunciadas, por parte de los que impulsaban esas denuncias. Es una transición abrupta, sin escalas. Y esta vez, a la corrupción se suma el desastre económico a todos los niveles, de las empresas y de las familias, de los patrones y de los trabajadores.
Esa conjunción le está diciendo a la sociedad que el gobierno que ha destrozado sus economías, sus salarios y sus expectativas, y la empuja a la emigración o a la miseria, el mismo que motorizó las denuncias contra el gobierno anterior es, además, un gobierno corrupto en una escala aún mayor a la que denunciaba. Son transiciones en la subjetividad de la sociedad cuyas derivaciones todavía son difíciles de adivinar
Llega el fin de año y los megaaumentos que el gobierno se apresuró a anunciar en transporte, gas, agua y electricidad, así como los quebrantos y cesantías a raíz de la caída estrepitosa de la actividad económica, son peores de lo que se esperaba. El gobierno quiere adelantar las malas noticias antes del lanzamiento de la campaña. Quiere que salten ahora los precios para poder decir dentro de cinco o seis meses que pudo bajar la inflación. Y se aprovecha de la pasividad desconcertante de sus víctimas.
Los que denunciaron antes son denunciados ahora y entonces “todos son iguales”. La suma produce parálisis, anestesia el cuerpo social y la parálisis habilita las medidas antipopulares. Son transiciones salvajes y vertiginosas provocadas por la ruptura de los espejismos virtuales de la manipulación mediática. Este gobierno no oculta la corrupción, sino que busca naturalizarla como parte del desempeño normal de las grandes empresas. Los empresarios de la causa de los cuadernos que dicen confesar que pagaron coimas para cobrar sobreprecios, han sido puestos en libertad.
Después de anunciar medidas antipopulares, como los aumentos desaforados al transporte y los servicios, se dan explicaciones que los medios oficialistas justifican y repiten.
Es decir que la megacorrupción no es tal para este gobierno sino que es parte de operaciones normales de las corporaciones que activan la economía por lo que la sociedad sale beneficiada. Y el cierre de las escuelas constituye “un bien para todos”. El escándalo que produjo el anuncio revirtió la medida y las escuelas seguirán funcionando, pero esa explicación grafica la técnica del oficialismo.
Si a alguien le va mal por la crisis, no tiene derecho a responsabilizar al gobierno que, aún cuando baja los salarios, actúa por “el bien de todos”. La culpa es de cada quien. Buscan con bastante éxito revertir la culpa sobre las víctimas de esas políticas y que en vez de reclamo con bronca haya desmoralización. Es el efecto de la famosa meritocracia y de la frase mentirosa del “yo me hice con mi esfuerzo, nunca le pedí nada a nadie”. Pero este gobierno de ricos la desmiente porque beneficia a los ricos, y se aprovecha del esfuerzo de los pobres, a los que busca convencer de que lo poco que tienen es lo que mereció su esfuerzo y que no se merecen nada más.
No hace falta convencer a todo el mundo. Hay una parte de la sociedad que está conforme con el status quo, ubicada a la derecha. Es el núcleo duro que se sostiene por interés y por ideología. Tienen que convencer a otro 20 o 25 por ciento entre las capas medias y los pobres menos politizados. Y con eso reúnen un peso muerto que lentifica la capacidad de respuesta del conjunto.
El macrismo está convencido de que este escenario sobrevivirá a otro año de crisis y medidas impopulares como será el 2019. Cree que el “todos los políticos son iguales” lo favorece porque piensa que en última instancia los resabios de la vieja bronca que mantiene pueden convertirlo en voto silencioso para Macri. Apuesta a que seguirán funcionando los cerrojos con que aseguró la subordinación de esa subjetividad. Los indicios son ambiguos y lo único seguro es que hay una transición muy fuerte en el edificio de indignación que construyó Cambiemos. Ellos apuestan a que perdure, pero se les puede caer encima.