Autor y compilador junto a Silvana Carozzi y Beatriz Davilo del libro de reciente aparición "Populismo: Razones y pasiones"; Juan Giani se propone desentrañar el término que aparece a menudo como lapidario sinónimo de desbordes demagógicos o liderazgos intolerables. Por eso Rosario/12 le hizo las siguientes preguntas.

-- ¿Cuál sería una primera aproximación al populismo?

-- Las primeras experiencias que se autocalifican como populistas surgen a fines del siglo XIX en Rusia y Estados Unidos. Aún con notorias diferencias, muestran rasgos en común. Una fuerte base campesina, un discurso redentor de masas excluidas, un tono culturalmente romántico y una enfática repulsa a los mecanismos de representación política realmente existentes. Lo interesante es que, visto en perspectiva posterior, son movimientos que reivindican plenamente su condición de "populistas" y hacen de esa identificación un arma de combate.

Tanto en uno como en otro caso rápidamente surgen quienes lo cuestionan severamente, tildándolos de grupos cargados de un atavismo peligroso y una retórica entre inviable y mesiánica. En el caso ruso sus críticos más drásticos son los marxistas luego llamados bolcheviques (principalmente en la figura de Plejanov), y en los Estados Unidos los que se conocen en aquel tiempo como republicanos. Ambos hablan en nombre de la modernidad y el progreso, y condenan al populismo como una anomalía que entorpece el curso necesario de la historia. De alguna manera ese es el sentido que se va consolidando posteriormente.

Hay además aquí un dato llamativo. En el siglo XIX, la palabra democracia tiene un sentido similar. Quiero decir, se la usaba como sinónimo del despotismo de las mayorías y el descontrol social. Sin embargo, al día de la fecha ser "demócrata" es políticamente correcto y ser "populista" un demérito.

-- ¿Se podría señalar alguna otra faceta decisiva?

-- En esa misma sintonía, aunque desde otra perspectiva, el término populismo se relaciona con una determinada constitución del sujeto político. Si para el liberalismo clásico el agente es el individuo y para el marxismo la clase, se entiende por populismo una forma específica de agregación de intereses asimilada a la noción de pueblo. Esto permite entender a su vez en parte el maridaje que se da en algunas oportunidades entre populismo y experiencias terceristas, alternativas a las derechas y las izquierdas clásicas.

-- ¿Cuál sería la connotación que hoy se impone en Argentina y América Latina?

-- Es evidente que en la actualidad hay una reactivación de esta visión del populismo como un rasgo enfermizo de la política. A nivel local el gobierno de Cambiemos utiliza el término como camino para denostar el proceso kirchnerista, al cual vincula con la demagogia irresponsable y los liderazgos autoritarios. Es la reaparición de viejos prejuicios en su versión más rudimentaria y tendenciosa. Y a nivel internacional han surgido un conjunto de fenómenos de rasgos xenófobos y adversos a la globalización (Trump en Estados Unidos, Matteo Salvini en Italia) a los que rápidamente se califica de populistas. Mirado con un poco más de profundidad, podría pensarse que la cadena de exclusiones que genera el capitalismo neoliberal va generando reacciones antisistémicas, y con algo de oportunismo ideológico se busca denigrar sus componentes disruptivos rotulándolos de populistas.

-- ¿Es un modelo político en retroceso o hay signos de recuperación?

-- Aquí hay un punto importante. En el debate actual, sintéticamente, hay dos corrientes de opinión. Una que considera que los llamados populismos remiten a un determinado momento de la historia y conllevan ciertos aspectos programáticos (básicamente ubicados en la crisis de la integración dependiente y primarizada de las economías latinoamericanas al mercado capitalista allá por la 1930 y la consiguiente aparición de los nacionalismo de base obrera y campesina); y otra, con la que me siento más identificado, que ve al populismo como una determinada estrategia de articulación de una voluntad colectiva con, cierta, independencia de los contextos en los que emerge y los programas de gobierno que pretenden llevar a cabo. Aceptada esta segunda acepción, su vigencia es indiscutible.

-- ¿Qué características tendría esa estrategia de articulación?

-- En primer lugar una dicotomización del espacio político, entre un régimen de poder que deviene excluyente y una suma de demandas insatisfechas que se nuclean para quebrar esa hegemonía ya intolerable. En segundo lugar, alguna forma de liderazgo claramente predominante que permite congregar esa heterogeneidad constitutiva de demandas; y en tercer término un conjunto de tradiciones, emociones y vivencias propias de cada nación que le otorgan densidad cultural a esa identidad en formación.

-- ¿Qué relación directa tiene con el peronismo?

-- Múltiples. Si aceptamos la tesis de que el populismo es un fenómeno históricamente situado, el peronismo es un caso típico. Un nacionalismo de masas, industrialista, que desestructura bruscamente la hegemonía liberal-oligárquica precedente y con una conducción omnímoda que despierta impresionantes y encontradas pasiones. Y si siguiésemos el punto de vista de que es una constitución específica de identidad política, es difícil no ver en ciertos rasgos irreverentes del kirchnerismo una particular forma de populismo.

-- ¿Hay populismo de derecha y populismo de izquierda?

-- Sobre esta cuestión hay posiciones disímiles. Ernesto Laclau Y Chantal Mouffe sostienen que efectivamente la desestructuración radical de un orden de dominación puede canalizarse tanto en un sentido progresista como en uno reaccionario, y que la contingencia que rige la vida histórica exige que sea el decisionismo político quien precise los rasgos, digamos, ideológicos, de una construcción populista. Jorge Alemán, por ejemplo, no se siente a gusto con esta perspectiva, y prefiere postular que una insurgencia para merecer el mote de populista debe garantizar una deriva tendencialmente anticapitalista.

En cualquier caso, y esto es lo que importa destacar, estamos definitivamente afuera de la manera en que las derechas bastardean el término, y lo utilizan como ariete discursivo para denostar proyectos políticos que han incorporado derechos para los sectores más desposeídos de nuestros pueblos.