Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, afirmó que la Argentina deberá renegociar su deuda externa si quiere recuperar el crecimiento y el empleo. Y arriesgó que esa negociación deberá hacerse con quita. Fue una campana en medio de los análisis que evitan el tema de fondo: el riesgo país por la deuda tocó niveles de default técnico.
Si la Argentina exhibe un riesgo de 820 puntos básicos, el foco recae sobre la fragilidad de la economía de Cambiemos más que en la futura contienda electoral. Un sistema con ese riesgo país es una economía sin capacidad de repago de compromisos. Más aún: es un régimen fiscal sin solvencia ante un escenario de vencimientos de deuda que pone en riesgo el cumplimiento del programa fiscal y financiero.
Todos sabemos que 2018 finalizará con un decrecimiento bien por encima del 2.8 por ciento en el Producto Bruto Interno. Eso produce un efecto multiplicador negativo sobre los ingresos públicos que reduce la recaudación y profundiza la recesión. Los datos de la economía real son los peores desde 2002 y algunos, como la inflación, hay que ir a buscarlos lejos, en el 1991 o el 2002.
Cambiemos elude explicar que las reformas estructurales que emprendió no podrán revertir la situación de colapso que atraviesa la economía. Es posible pasar de este escenario a uno en el que predomine un círculo virtuoso solo si se revierte la arquitectura básica del modelo diseñado por el macrismo desde el día cero. No es posible modificar el estado de cosas con un déficit financiero y fiscal que se financia sin ingresos generados por las exportaciones. Tampoco es posible conseguir encaminar un sistema sin conflictos, con recortes fiscales que administra el Estado sin sensibilidad ni exentos de intereses creados. Si la prioridad es solamente pagar intereses de la deuda (que superan los 14.500 millones de dólares si se toma el 2019), la afectación sobre la sociedad será la más dura de los cuatro años de Cambiemos.
La Argentina con Macri es una cáscara de nuez navegando en el océano.
Para evitar el default el Gobierno se ha garantizado un acuerdo stand-by pactado con el FMI que permite el financiamiento necesario para hacer frente al repago de la deuda en moneda extranjera hasta diciembre de 2019. Sin embargo, existe una fuerte incertidumbre en torno a cómo podrá financiarse el Gobierno que surja de las elecciones presidenciales. La próxima gestión heredará un abultado stock de deuda pública:
* Entre octubre de 2015 y el segundo trimestre de 2018 la ratio que surge de la relación deuda pública sobre PIB aumentó en 39,8 puntos porcentuales hasta llegar a un 77,4 por ciento.
* Se espera para el cuarto trimestre del 2018 un ratio del 105,5 por ciento.
* En los últimos tres años la Argentina ha tomado deuda por 163.023 millones de dólares. El Tesoro Nacional fue responsable de 137.288 millones de dólares (84,2 por ciento del total). *Lamentablemente las posibilidades de que el próximo Gobierno pueda afrontar todos los vencimientos de deuda en moneda extranjera resultan prácticamente nulas si la situación macro-financiera no mejora, si el stock de deuda en dólares sobre el PBI resulta tan elevado y si no logra reducirse el nivel del riesgo país argentino. Todo ello en un contexto financiero internacional crecientemente hostil.
El problema reside en que si no hay divisas para bajar la penosa relación deuda/exportaciones seis veces, no habrá dólares reales para enfrentar los años que vienen.
La situación se agrava aún más cuando se tienen en cuenta todas las demás fuentes de demanda de divisas que, en un futuro, ejercerán presión sobre las reservas internacionales.
El problema es cómo se encara en 2019 (o antes, en la campaña) una posición ante el FMI. El Fondo es parte del problema, ya que con cada desembolso hace más severo el ajuste. Los mercados saben que ese remedio tiene un componente de riesgo político muy alto. La oposición deberá esgrimir no sólo el camino para sortear el ajuste,recuperar el crecimiento económico y mitigar la angustia colectiva. La sociedad luce derrotada por un Gobierno que apalea y destroza las economías familiares y empresarias. No solo está en crisis la economía de los sectores populares. Ahora se suman la clase media, las pymes sobrevivientes e incluso grandes empresas nacionales que empiezan a tener balances negativos. Incluso ese sector para evitar la implosión necesita de otro modelo industrial y macroeconómico.
Para pensar en alternativas es imprescindible recrear una economía productiva traccionada por la demanda, que frene la fuga de capitales y que ponga límites a la extrema y destructiva financiarización de la vida colectiva. Debe priorizar patrones de comportamiento claros, que promuevan un set de inversiones públicas relevantes. Mientras crean empleo servirán para abaratar los costos logísticos de la economía regionalizada. Es el caso de los ferrocarriles, las centrales energéticas, los cruces trasandinos, una nueva y potente hidrovía, todas las autovías. Una política económica activa permitirá reconstruir y apalancar el desarrollo del sector industrial dinamitado por Cambiemos con su política de apertura comercial y financiera.
Es falso que no existan recursos financieros internacionales para una recuperación productiva. Hay créditos multilaterales por fuera de las entidades post Bretton Woods. El mundo moderno ya tiene activo, por ejemplo, el banco el Banco de los BRICS, del cual son parte varios países latinoamericanos que no fueron fundadores originales de esa institución. Tiene el BIFI, Banco Internacional de Financiamiento de Infraestructura, integrado por todos los países emergentes de Asia más Japón, la mayor parte de los países europeos y Gran Bretaña, además de Brasil y México en nuestra región.
La Argentina necesita 10 años de financiamiento que podría devolver en 30 años. Un nuevo sistema de acumulación de capital permitiría repagar mientras se conforma un país distinto. La mayoría de los países que logró un progreso sustentable debió invertir en su sector productivo y en su infraestructura. El inicio de un desarrollo inclusivo, moderno y permanente debería sepultar los acuerdos regidos por una ideología de ajuste permanente. Llevada a la práctica, esa ideología termina destruyendo las bases materiales y los pilares de desarrollo de largo plazo.
Pensar la alternativa y convertirla en políticas es una tarea de la oposición en conjunto con la clase trabajadora y los empresarios. Si no, continuará el retroceso.
* Observatorio de Deuda Externa, Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo.