Juan Domingo Perón supo decir, palabras más palabras menos, que aquel que quiera conducir con éxito debe exponerse. Algo de eso es lo que no ocurrió en estos tiempos en la CGT. Y tal vez fue así por la forma en que se reorganizó la central obrera en 2016 más algunos errores propios lo que provocó que la actual conducción no supiera o no quisiera (exponerse) ponerse al frente de los reclamos y del conflicto social que vive el país con la implementación del modelo económico que todavía desarrolla el Gobierno nacional. El silencio que guarda la CGT en esos días de renovados tarifazos, cierres de fábricas, comercios y despidos, por tomar algunos ejemplos, da cuenta de esa especie de temor a exponerse y que no se reemplaza con dos paros generales y un tercero que se abandonó a cambio de un “paliativo” como denominaron al bono de fin de año. Arriesgarse tiene sus costos y sin que esto implique levantar barricadas ni apedrear una formación policial o incluso gritar más fuerte que otros, el representar a los trabajadores y defender sus derechos en momentos aciagos como los de esta coyuntura, no debería tener precio.
La actual conducción de la CGT nació al calor de una derrota electoral. Mauricio Macri ya era presidente cuando se decidió reunificar las tres expresiones que se disputaban la representación de la histórica central sindical. Fue un acuerdo alcanzado casi a las corridas ante la necesidad de contar con una sola voz que hable con un gobierno recién llegado y que está lejos de ser amigable con el sindicalismo y el peronismo. Al final no fue una sola sino tres las voces que, con historias sectoriales, personales y posiciones diferentes sobre cómo conducir una central obrera tan heterogénea como compleja, las que debía interactuar con el poder político.
No fue una unidad generada a partir de un programa sino fruto de la necesidad. Al menos dos sectores quedaron fuera de aquel armado aunque nunca renegaron de su filiación a la CGT. Se trata de la Corriente Federal de los Trabajadores (CFT) y el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA) que ante la imposibilidad de alcanzar acuerdos y otras motivaciones sectoriales, prefirieron quedarse al margen del armado de el nuevo Consejo Directivo y del triple secretariado general que ocuparon Héctor Daer, Carlos Acuña y Juan Carlos Schmid.
La primera expresión de la ausencia de acuerdos de fondo se concretó en marzo de 2017 cuando el triunvirato no supo responder al reclamo traducido en “poné la fecha” a un paro nacional. Ninguno se animó, como también decía Perón, a “recibir la inspiración del pueblo” allí presente y dar una fecha de la huelga que se concretó un mes más tarde. Es más que probable que aquel día los triunviros dejaron pasar la oportunidad de convertirse en los conductores (o uno de ellos) de la mayor central obrera de la región. Schmid, entre sus amigos, supo reconocer y lamentar aquel yerro.
Tal vez el peor año de los que gobierna Cambiemos fue el que está concluyendo por los costos que tiene la política económica no sólo en la actualidad sino en los que provocará para los siguientes. En este contexto la CGT realizó dos paros generales, en junio y septiembre, que fueron exitosos y les permitió recobrar oxígeno ante la creciente crítica interna y externa. A esa altura, ya se habían producido una serie de renuncias al Consejo Directivo. La primera fue la del metalúrgico Francisco “Barba” Gutiérrez pero luego le seguirían las de Pablo Moyano, el canillita Omar Plaini, entre otros.
El problema fue que los paros carecieron de continuidad o plan de lucha como se estila decir en el mundo sindical. La conducción que quedó, tras la renuncia de Schmid, insistió con la táctica de la negociación antes que el mix de confrontación y negociación desde una posición de fuerza. Incluso uno de los dirigentes que integran el binomio que quedó al frente de la CGT reconoció que no quería a la central obrera en la calle por temor a que encendiera la mecha del estallido social. Una formalidad que bien puede esconder una inexistente voluntad de exponerse porque lo que reclaman sectores como el Frente Sindical para el Modelo Nacional (FSMN), no es ganar la calles a fuerza de lanzar molotov, sino que la CGT encabece el conflicto social como forma de evitar un posible desmadre y, en todo caso, encausarlo hacia la construcción de frente político.
También es cierto que a la CGT le tocó reunificarse y sentarse con el Gobierno nacional al mismo tiempo en que el peronismo se dividía y se peleaba entre sí. Si se quiere, la central obrera carecía de una contención política partidaria aunque también es cierto que la existencia de un PJ unido no es condición necesaria y excluyente para que la CGT sepa qué hacer frente a un gobierno de corte liberal.
La elección y profundización del perfil más negociador que lograron imponer gordos e independientes, a la sazón los sectores que le dan sustento a Daer, y que acompañó Acuña por orden de su jefe político y sindical, el gastronómico Luis Barrionuevo, no les permitió alcanzar algunos objetivos propuestos como la devolución de los estratégicos fondos de las obras sociales sindicales. La promesa del presidente Mauricio Macri de reintegrar esos dineros quedó en nada, como la totalidad de las promesas electorales que hizo el mandatario, y ni siquiera ocurrió cuando la central obrera garantizó la paz social en los días de la Cumbre del G20. Ante la malaria, ningún trabajador se quejó por recibir el bono de fin de año pero eso no evitó que el Gobierno abandonara sus proyectos flexibilizadores. Por caso, el ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, adelantó que el año próximo el Gobierno volverá a impulsar la reforma laboral. Sin duda un nubarrón en el horizonte de la conducción de la CGT que prevía un 2019 complicado en cuanto a problemas sectoriales, por paritarias, pero que pensaban utilizar para trabajar en la campaña electoral desde los diferentes sectores del PJ donde se referencian. Tan concentrados están en ello que no dijeron nada sobre el tarifazo que anunció el Gobierno. Mientras tanto, en el Frente Sindical está retornando la idea de renovar la conducción de la CGT “para luchar”. Habrá que ver cómo la implementan porque también está la otra consigna que lanzó Ricardo Pignanelli del Smata que dicen que es preciso “profundizar la unidad hasta que duela”.