Wos levanta la copa, y un teatro Opera repleto y enfervorizado estalla. Es la última escena de la final del Freestyle Master Series, la liga que congrega a los jóvenes hip hoppers argentinos: un movimiento con tal potencia que fue creciendo de las congregaciones espontáneas en plazas, el ya legendario El Quinto Escalón, a expresiones multitudinarias como las del sábado o la final de Red Bull Batalla de los Gallos en el Luna Park, donde Valentín “Wos” Oliva también terminó llevándose los laureles. Quien crea que el piberío solo se entusiasma con el rock and roll, el trap o el reguetón, se estará perdiendo una escena vibrante y de alto valor artístico.
No es novedad, claro. Todo el que esté al tanto de lo que sucedió en New York en los años ’70, y el arrasador movimiento que desencadenó en ambas costas de Estados Unidos –con consecuencias violentas en los ’90, hay que decirlo- sabrá disfrutar esta escena argentina, con una liga que este año fue desarrollando sus batallas y conformando una tabla que en el Opera consagró al campeón, pero también tuvo descensos y clasificados a un repechaje para la liga 2019. Para dar una idea del crecimiento de la escena, el encuentro en el Opera (que agotó sus localidades) generó 36 mil seguidores nuevos en Instagram, otro multitudinario encuentro en la fan zone de Beatflow en Palermo y una audiencia de 254 mil personas a través del streaming de Urban Roosters: algo está vivo y latiendo en un género a veces ninguneado por colegas músicos.
Entonces, ¿qué se vio sobre las tablas de la sala de Corrientes al 800? La última fecha de FMS presentó a diez rappers enfrentados en cinco batallas, con DJ Zone a cargo de las bandejas y el Misionero como uno de esos hosts que podría levantar hasta el ánimo de un velorio. Con un jurado de tres expertos en la materia (Juancín, NahueMC y Tata), los pibes tienen que improvisar con las palabras que van tirando las pantallas, con una temática en particular, intercambiando raps y terminando con un segmento a capella que desencadena otro beat punzante para desenfundar rimas hirientes. Porque, a la manera de los boxeadores, los performers pueden abrazarse y darse la mano, pero en las rimas se tiran con todo. Y cuando un párrafo cierra demanera contundente y precisa la sala se viene abajo, con un “Woooooo!!!” gutural y general y la mano haciendo el gesto de lo picante, elevando aún más la temperatura. Replik contra Cacha (que aun ganando su batalla, por el sistema de puntajes acumulados terminó descendiendo); Dani vs. Stuart; Dtoke vs. Klan y MKS vs. Trueno (el otro descendido) hicieron algo más que calentar el ambiente para la batalla final: en sus rounds dieron cuenta de un movimiento artístico y estético que no es una mera fotocopia de otras escenas y otras épocas, sino que refleja el aquí y ahora de jóvenes artistas que ponen garra y corazón, pero sobre todo la necesaria creatividad para destacarse en un asunto que no es para flojos.
Basta ver las cosas que definen una batalla de raps: aunque abundan las puteadas, cuando uno de los contendientes se queda en la mera pulla sin más sustento que insultar por insultar nomás, la balanza ternmina inclinándose al otro lado. El tempo preciso, la métrica exacta, el remate que calza en el ángulo son cosas que intervienen en el arte del hip hop: la réplica que toma las palabras del otro y las convierte en un retruco ingenioso y de doble sentido puede definir un campeonato. La combinación de escenas de la vida cotidiana y alusiones a la situación socioeconómica dan un anclaje con lo real que da testimonio de que no se trata de un mero jueguito de palabras. Por eso, para cuando llegó el momento del enfrentamiento central, a pesar de lo extenso de la velada (tres horas y algo de intercambios, con recesos para repasar imágenes de grandes momentos del año FMS y de competencias en otros países), el clima del Opera estaba a punto caramelo. El marplatense Alejandro “Papo” Lococo llegaba segundo, esperando destronar a un Wos que ya suma triunfos en El Quinto Escalón, la Double AA Argentina y la coronación internacional en la Red Bull, donde venció al mexicano Aczino. Pero al cabo, y más allá del favoritismo de la sala, Oliva dejó claro por qué es el nombre a seguir de cerca en el hip hop argento. Filoso y rápido, capaz de absorber los “golpes” verbales de Papo (ningún improvisado en el asunto, ganador de la Red Bull en 2016) y devolverlos con gracia, el veinteañero de Capital Federal fue construyendo un triunfo indiscutible.
Esa imagen final, el pibe con la copa y un teatro de pie y en arengada combustión, fue el perfecto cierre para un año generoso en el rap independiente argentino, un fenómeno surgido desde la base y sin construcciones artificiales de ninguna industria. Sobre el epílogo, el Misionero celebró la potencia de todos y auguró un 2019 con más rimas para agitar el ambiente. Los freestylers argentinos tienen con qué sostener la promesa.