Desenterrando Sad Hill

España, 2017

Dirección y guión: Guillermo de Oliveira.

Reparto: Ennio Morricone, Christopher Frayling, Clint Eastwood, Álex de la Iglesia, Joe Dante, James Hetfield.

Duración: 86 minutos.

Disponible en Netflix.

7 (siete) puntos.

 

Me amarán cuando esté muerto

They'll Love Me When I'm Dead

EE.UU., 2018

Dirección: Morgan Neville.

Reparto: Peter Bogdanovich, Gary Graves, Danny Huston, Oja Kodar, Cybill Shepherd, Beatrice Welles.

Duración: 98 minutos.

Disponible en Netflix.

6 (seis) puntos.

 

La gente acude al arte, a las películas, para encontrar allí lo que la religión no les brinda, asegura Christopher Frayling, voz experta en el cine y la vida de Sergio Leone. Entre los muchos títulos que guardan una relación intensa con el público, destaca Lo bueno, lo malo y lo feo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), el film que cierra de la denominada "trilogía del dólar" del director italiano y da rúbrica de estrella a ese discípulo aventajado que sabrá ser Clint Eastwood.

El trío que conforman Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach, convive entre miradas de soslayo y el afán puesto en un tesoro escondido entre cadáveres, en plena Guerra de Secesión. El cementerio circular, de ópera mortuoria, le permite a Leone una de las escenografías más geniales, que le llevan a dilatar el tiempo y exasperar la espera del tiroteo final. Una estilística que le ha situado a la altura de los mejores realizadores cinematográficos de todos los tiempos, además de renovar al western, ese género que hasta entonces sólo se creía norteamericano.

Pues bien, el cementerio Sad Hill existe. Sus 5 mil tumbas fueron construidas por el Ejército Español para el rodaje en el Valle de Mirandilla, en Burgos. El imaginario colectivo hizo el resto. Así que sólo fue cuestión de tiempo para que un grupo de locos por el cine se encargara de reunir fuerzas y voluntades suficientes para hacer aflorar las rocas que descansaban bajo tierra y grava crecida, con el afán puesto en revitalizar y adorar ese lugar sagrado: el cine, a recordar, es una cuestión de fe. En este sentido, basta la melodía inicial de Ennio Morricone para caer rendido a tamaña fascinación, y si no, preguntar a James Hetfield, líder de Metallica, una de las voces encantadas con dar testimonio en el documental del español Guillermo de Oliveira.

"Me amarán cuando esté muerto", sobre Orson Welles.

Los notables Joe Dante (Gremlins), Álex de la Iglesia (800 balas), Sergio Salvati (cámara de Leone), suman pareceres junto a los verdaderos protagonistas del relato: los responsables de tamaña empresa. Cuando Sad Hill emerge en su esplendor, y el atardecer recibe la luz de un proyector de cine al aire libre, quienes aportarán sus voces y rostros mayúsculos para el delirio no serán otros más que los propios Ennio Morricone y Clint Eastwood. Tocar el cielo es poco.

Bien, es cierto que Desenterrando Sad Hill no es nada extraordinario (entrevistas a cámara, relato cronológico, inserts informativos), pero sí lo que retrata. Y eso no es poco. Además, se cuelan fragmentos de entrevistas con Leone, junto a un inevitable interés renovado por esa película gigante. En este sentido, algunos apuntes se vuelven sumamente actuales, como el que refiere a la mirada crítica de Leone sobre hechos sociales y políticos que la película disfraza de otros tiempos históricos -la guerra civil americana-, mientras registra sus imágenes durante la mismísima España franquista, alude a las trincheras de la primera guerra, y a los campos de exterminio en la segunda. Los grandes directores de cine sabían lo que hacían. Mejor volver a ellos para aprender.

Tanto Desenterrando Sad Hill como Me amarán cuando esté muerto pueden consultarse en la grilla de Netflix. La particularidad del segundo documental es que resulta del impulso mismo de Netflix, parte responsable en la concreción de Al otro lado del viento, película maldita de Orson Welles, que descansaba sin terminar en una bóveda francesa como resultado de problemas legales y financieros, y con la revolución iraní como telón de fondo. En fin, es complicado. La cuestión de coyuntura está en que la película puede verse ahora en esta plataforma, con un montaje aproximado a la idea supuesta por Welles (¿cuán aproximado?, ¿cómo saber lo que la cabeza de Welles escondía?), y con un metraje que supera las dos horas.

De esta manera, Me amarán cuando esté muerto oficia como complemento del film más reciente de Welles, y en cierto sentido continúa esa estela incandescente que es la figura de su extraordinario director. Reflejado entre dos y más espejos, Welles hizo de sí un personaje caleidoscopio, al que asir se ha vuelto imposible. En este rompecabezas de piezas siempre faltantes, el documental aporta como rasgos de interés algunas de las voces de primera mano de esa película traumática, en donde John Huston interpreta a un director de cine durante su última película. Entre ellas, el cámara Gary Graver, quien fuera una especie de escudero del gran director, mientras ocupaba el tiempo en trabajos alimenticios (con directores como Ed Wood y Al Adamson) que le permitieran proseguir junto a Welles. Graver participó también en películas eróticas: entre ellas, la mítica 3 A.M. (1975), cuya escena de ducha fuera montada por el propio Welles, anécdota que el film corrobora.

Desde luego, el testimonio de Peter Bogdanovich se revela sustancial, ya que el director de Luna de papel no sólo se dedicó a subrayar en vida la valía de Welles sino también a ayudarle en todo proyecto. Bogdanovich, de todos modos, no deja de arrojar cierta nota amarga cuando rememora aquellos años al lado de ese torbellino humano, genial y déspota. El documental, por su parte, se dedica a ejercer un paralelo entre los personajes de Al otro lado del viento y las vidas de sus protagonistas, como si allí descansara alguna clave secreta, legible. El intento, como siempre sucede con Welles, es fútil.

A la vez, Me amarán cuando esté muerto perfila el lugar del monstruo incomprendido, alejado de Hollywood. Y se adivina algo perspicaz, que dependerá de quién mire cómo sea juzgado. Es cierto que Welles fue obligado a un calvario como consecuencia de Citizen Kane, hoy irónicamente considerada por el mainstream una de las mejores películas de la historia. Hollywood, se sabe, castigó a Welles en vida: nunca más libertad creativa, nunca más dinero. Le quedó el exilio. Ahora bien, ver esto relatado desde un documental de Netflix, en donde es esta misma firma la encargada de finalizar uno de los proyectos legendarios del director, suena a artimaña. Por un lado, no deja de ser signo de los tiempos: el cine está reformulado, ya no es sólo la gran pantalla, y Netflix lo esgrime con una carta ganadora: es decir, por lógica, Al otro lado del viento debió ser estreno en cines, pero fue Netflix quien lo hizo posible. Por el otro, hay un peligro latente en creer que lo que Netflix (o similares) ofrecen sea, de veras, cine. De hecho, si se trata de juzgar el nivel de producción que la marca planetaria ofrece, éste se revela cada vez más estándar, mientras maniata a muchos espectadores que esperan con ansias a que un algoritmo les dicte qué ver a continuación.

Tampoco quedar en las malas y ser desagradecido, que Al otro lado del viento tiene más cine que mucho de lo que se puede ver en la cartelera comercial. Y sí, sólo por Netflix. Pero ojo, Welles siempre es Welles. Acá está lo que importa.