Ya comimos, todavía tenemos vino en el vaso cuando te digo algo. No sé qué. No importa. Importa que vos cerrás los ojos y te llevás, abierta, una mano a la frente. Después hacés que no con la cabeza. Negás. Negás y al mismo tiempo una sonrisa amplia, infinita, invariable, se te dibuja de oreja a oreja.

Así.

Así. Ése sos.

Y el mundo no nos sobra tanto.

 

Hoy es el último día del año en que vivió mi padre. Mi viejo nada va a saber del fin del 2018, pero nosotros sí. Es el último día del último año que coincidí, sobre la tierra, con mi papá. Es eso. Porque coincidí cuatro décadas con él, hasta hoy, que se termina el último año que alcanzó a conocer. Podría haber sido más. Y podría haber sido menos. Bien visto, en la historia de la humanidad, el tiempo que ocupamos es exiguo. Apenas un instante; el tiempo que tardamos en tomar vuelo, alto, tan alto como podemos,  brillar, y después apagarnos: la estela que dejamos detrás, como ninguna otra cosa, cuenta quiénes somos. No sé cuánto significa tu estela para la humanidad. Sí sé cuánto significa para mí.

Ya pasó tu cumpleaños, pasaron los de Julián y Sabina, van pasando los de tus nietos -Clara, quizás por ser dos de noviembre, dijo que te vio en el cumpleaños de Maite-, pasó también el de tu esposa, mi mamá, Pirucha, y por fin pasó Navidad. Ahora, acá estamos. A punto de enfrentar otra prueba. Porque hoy es el último día del último año en que vos viviste. Es así. Lo digo y me parece irreal, aunque al mismo tiempo, por solo enunciarlo, se hace concreto.

Por eso, aprovecho:

Te veo sentado en la mesa de un bar, te veo estirando los brazos, hacia arriba, con los dedos puestos en v para llamar mi atención, como si hubiera fuerza en el mundo que pudiera hacer que la perdiera; te veo andando, una poco ladeado ya por la calle Sarmiento, por San Lorenzo, por la Solari, saliendo del Cairo, de la Apolo, bajando a abrirle a un paciente, ¡bajo a abrirle!; te veo en Funes, en el césped, sentado en un sillón de plástico verde, te veo con un vaso de whisky en una noche igual a la de hoy, los dos tenemos whisky, fumamos y miramos el cielo que empieza a mancharse de fuegos artificiales; te veo en la cabecera, sos la cabecera, ya hablamos de fútbol y ahora hablamos de cine que es lo mismo porque lo único que importa es hablar, hablar con vos; te veo trayendo el desayuno, la radio mal sintonizada y un té con leche que hierve; te veo trayendo la cena, te veo trayendo el almuerzo en Carmen y en Funes, te veo esperando, te veo sin poder esperar, te veo atragantándote con una tarta, te veo picando cebolla a las siete de la mañana, te veo tocando bocina cuando nadie está listo, te veo fundiendo plomo antes de ir a pescar, te veo enrollando las vendas y te veo golpeando los botines para que se les salga el barro, te veo haciendo el asado, te veo no sabiendo qué hacer cuando otro lo hace, te veo fumando en el auto, te veo jugando al tenis con estilo lunfardo, te veo garrapateando números en la agenda, te veo dándole un beso a tu esposa, mi mamá, y te veo volviendo del jardín con Juan, haciéndole una marca que nunca se va a borrar.

Y cuando por fin termine el último día del último año en que vos viviste, cuando se rompa el mecanismo, cuando finalmente se desarme el motorcito de éste año y se desparramen sobre la mesa las piezas del último minuto, cuando ya nada quede, cuando todo pueda ser, voy a decir, voy a pensar, a sentir eso que es, estrictamente, la verdad. Así, la verdad: Bolita, Jorge, Profe, Sansa, Maestro de los Maestros, Cabezón, Jorgito, Abuelo, Papá: donde quiera que estés, estás con nosotros.

Entonces sí.

Feliz año nuevo, que lo mejor, siempre, está por venir.