Todo parecía dado para que 2018 fuera el año de Boca, encaminado como estaba desde el mismo comienzo para coronarse bicampeón argentino ganando su segunda Superliga consecutiva, como finalmente ocurrió. Pero en el camino apareció River, con dos golpes que torcieron la historia. El primero ocurrió el 14 de marzo, en Mendoza. Allí el Xeneize sufrió el primer sacudón emocional. Boca perdió 2-0 la final de la Supercopa Argentina, trofeo que dirimieron el Millonario como campeón de la Copa Argentina 2017 y el conjunto que por entonces dirigía Guillermo Barros Schelotto como campeón de la Superliga 17-18.
La excelente actuación de Franco Armani se convirtió en la base sobre la cual River pudo trabajar el partido hasta pasar a ganar, con un penal convertido por Gonzalo “Pity” Martínez. En desventaja, el Xeneize fue por la igualdad pero se encontró ante un Armani invencible, que tuvo una noche consagratoria, para afianzarse en la pelea por un lugar en la lista que Jorge Sampaoli armó para intentar la truncada hazaña de un tercer título mundial. Hubo muchas atajadas, pero siempre se recordará la doble tapada ante Frank Fabra y Nahitan Nández, que terminó en una contra concluida por Ignacio Scocco en el 2-0 definitivo.
Seis meses después, ya por la Superliga 18-19, River le clavó otro aguijón a Boca, y en la propia Bombonera. Y otra vez los verdugos fueron Martínez y Scocco.
Los otros dos enfrentamientos entre millonarios y xeneizes quedarán por siempre en la memoria de los hinchas, porque por primera vez estaban frente a frente para decidir el título de campeón de la Copa Libertadores. El partido de ida fue en La Boca y se jugó el domingo 11 de noviembre. Aquella vez el que pegó primero fue el local, con un gol de Ramón “Wanchope” Abila. El visitante reaccionó inmediatamente, e igualó con el gol de Lucas Pratto no bien la pelota se volvió a poner en juego. Pero Boca se fue al entretiempo ganando 2-1, por el tanto de cabeza que marcó Darío Benedetto, quien había reemplazado al desgarrado Pavón. El Xeneize tenía todo encaminado, pero Izquierdoz se interpuso para que Pratto no conectara un centro y su casi imperceptible peinada se transformó en el 2-2 final.
La Copa se iba a definir en Núñez, en el Monumental, el sábado 24 de noviembre. Con ellos las especulaciones quedaron a la orden del día. Que si Pavón llegaría recuperado de su desgarro. Que quién reemplazaría al suspendido Borré por haber llegado al límite de amarillas. Que si Gallardo-Biscay volverían al esquema inicial de la Bombonera, con Martínez Quarta como quinto defensor para facilitarles las proyecciones a Gonzalo Montiel y Milton Casco. Que si el Mellizo mantendría a Abila-Benedetto como dupla de ataque u optaría por poner a uno y sumar a Zárate o Tevez.
Sin embargo, todos los argumentos futbolísticos se hicieron añicos como los vidrios del micro que transportaba al plantel de Boca para jugar la revancha en el Monumental. Los piedrazos que hicieron estallar los vidrios laterales del transporte cuando éste pasaba por Lidoro Quinteros y Libertador obligaron a suspender el partido de vuelta de la Superfinal, que había congregado y sumado opiniones y parecer de protagonistas de todo el mundo futbolístico. Había jugadores de Boca maltrechos físicamente (como Pablo Pérez) y la mayoría conmocionados por el ataque de miembros de una fracción de la barra brava de River. La violencia del fútbol argentino se hizo dueña y señora y la peor enemiga de la Superfinal, y dejó a la multitud que esperaba el partido frustrada, confundida, preocupada por abandonar el Monumental sin que corriera riesgos su integridad física.
Otra vez las especulaciones, otra vez las indecisiones de la Conmebol. Y otra vez la peor decisión de la Conmebol: mudar la final de la Copa Libertadores de América a España. Una paradoja inimaginable, sólo posible por los desmanejos de la entidad madre del fútbol sudamericano y también de la AFA, que apenas si pergeñó un desabrido comunicado para defender los derechos de River y Boca a dirimir el título en Argentina.
Y esa historia que se terminó de escribir en Madrid suena harto conocida. En el Santiago Bernabéu, la casa del Real, River se coronó campeón de América. Le ganó 3-1 a Boca, que se había puesto en ventaja con un golazo de Benedetto. River no reaccionaba, creaba jugadas pero le faltaban cinco para el peso para que se convirtieran en goles. Hasta que acertó una en la segunda etapa, y Pratto marcó el 1-1. Con el resultado igualado y en suplementario, Biscay jugó la carta de Quintero. Y éste le respondió marcando un golazo, el más recordado de lo que va de su trayectoria futbolística. Perdiendo, Boca se desesperó. Y hasta Andrada empezó a merodear el área de Armani buscando el empate heroico. La audacia del uno de Boca permitió que River llegara al 3-1, con un contraataque que definió una película que vio al Pity corriendo en soledad para marcar.
Delirio millonario en el Bernabéu. Tristeza y frustración xeneize en la Casa Blanca. River, campeón de la Copa Libertadores de América, en una final inédita ante su rival de toda la vida. Boca, subcampeón, tras una derrota que le costará muchísimo saldar.
De cuatro superclásicos oficiales en 2018, River ganó tres, y empataron uno. Con dos de esos triunfos, River bordó dos nuevas estrellas en su camiseta: la de la Supercopa Argentina y la de su cuarta Libertadores. Pintaba para el año de Boca, que puso su abultada billetera al servicio de conseguir un título que le es esquivo desde 2007. Fue el año de River, que apostó a darle solidez a la base que construyó en el comienzo de 2018.