La televisión abierta argentina se encuentra atascada entre el pasado que se empecina en ser presente y el futuro que ya es realidad. Tal vez como nunca antes, la pantalla chica local expuso en este 2018 que se va las dos caras de un medio que atraviesa una transición tormentosa, sufriente de los cambios sociales y culturales argentinos. No solo por las nuevas dinámicas en el consumo del contenido audiovisual, sino también por paradigmas culturales que se deshilachan con la energía transformadora que traen las nuevas generaciones. Así, la tele argentina de la temporada que termina mostró la puja entre propuestas que dan crédito a aquella idea que la señalan despectivamente como la “caja boba” y algunas iniciativas que dan muestra que se está a un paso de transformarse en “smart TV”. Alternando algunas buenas y muchas malas, el último año de la emisión analógica (¿o, acaso, el Gobierno postergará el apagón previsto para septiembre de 2019, tal como pretenden los canales?) puede definirse como la temporada en la que todo lo que hasta ese momento era sólido se empezó a disolver en el aire de una TV abierta en crisis y pintada de verde.
Jóvenes de ayer
El que termina será recordado como el año en el que más en evidencia se expuso la transición en la TV abierta. De ser el centro principal de entretenimiento familiar, la “tele de aire” –salvo bienvenidas excepciones– se convirtió cada vez más en el sonido ambiente de hogares compuestos por espectadores de edad avanzada. Un sonido que, lejos de tener una musicalidad agradable, ensordece y sobresalta a cualquiera con tanto programa de panel haciendo del grito un (supuesto) argumento, y de la discusión un (supuesto) atractivo. La extendida televisión panelizada lejos está de mejorar a un medio que necesita reinventarse para no seguir viendo cómo se fugan los televidentes hacia otras plataformas y opciones.
La de 2018 fue la temporada en la que las grandes figuras del medio sintieron en carne propia la gélida indiferencia popular, por no haber sabido adaptarse a los nuevos tiempos. En medio de una crisis económica imposible de negar y de una sociedad atravesada por las mujeres que se animaron masivamente a derribar el patriarcado, Marcelo Tinelli, Mirtha Legrand, Susana Giménez y Jorge Lanata sufrieron el rechazo de los mismos televidentes que antes engrosaban sus audiencias. En una era marcada por la sobreabundancia en la oferta, los nombres sólo son eso: nombres. Y aunque las razones de sus caídas hayan sido diversas, no hay que minimizar el hecho de que ofrecieron más de lo mismo.
La breve temporada de Showmatch fue, apenas, el anticipo de que Marcelo Tinelli debe cambiar para no quedar fuera de registro. Si bien ya no corta polleritas como antaño e incorporó al Bailando a mujeres que hicieron público su feminismo, como Flor Peña y Jimena Barón, Tinelli sigue asociado a un cultura machista que durante años lo convirtió en el rey del rating, pero que en la actualidad huele a rancio. Los números fueron contundentes: en 2018 promedió 13,6 puntos, muy por debajo de los 17,8 puntos del año anterior. La corta temporada no pudo ni siquiera camuflar la debacle en la audiencia, que (casi) siempre se mantuvo por debajo de la que alcanzó 100 días para enamorarse, en la competencia directa con Telefe.
No fue la única figura que sufrió el año. Una situación similar evidenció Legrand, cuyos Almuerzos tuvieron más repercusión por las frases de impacto de sus invitados que por los televidentes que los vieron. En efecto, La noche de Mirtha cayó (casi) todos los sábados con PH, el ciclo de Andy Kusnetzoff que se destacó por el simple hecho abrir el juego de la conversación a personas de muy diferentes maneras de pensar. Otra diva que parece opacarse es Susana Giménez, que en 2018 apenas tuvo tres especiales (con Carlos Tévez, Verónica Castro y Maluma), y ni siquiera pudo completar los cuatro que se habían anunciado originalmente. La crisis económica que afectó a Susana hizo lo propio con Jorge Lanata, pero en otro sentido: el programa PPT demostró que hacer oficialismo ya no acapara grandes audiencias. Un hecho lógico ante una realidad evidente, pero que derivó en que el periodista terminara protagonizado una vergonzante pelea mediática –propia del teatro de revistas– con Marley y su pequeño hijo Mirko, que le ganaron en audiencia con su ciclo de viajes por el mundo.
La ficción supera a la realidad
La crisis económica, sin embargo, no fue obstáculo para que la ficción vuelva a entregar programas que elevaron el nivel de la TV abierta argentina. Haciéndose cargo del tiempo histórico que le tocó transitar, 100 días para enamorarse corroboró que la tira diaria lejos está de ser un género menor si asume riesgos: también puede entretener a la vez que ampliar conciencias. A veces sólo es cuestión de comprender que la “fábrica de hacer chorizos” quedó en desuso.
La ficción protagonizada por Nancy Dupláa, Carla Peterson, Juan Minujín y Luciano Castro supo hacer de una comedia romántica sobre la crisis de los 40 uno de los mayores aportes a los cambios culturales que atraviesan la sociedad argentina. Sin caer en el alegato aleccionador ni en el subrayado imperativo, la tira de Underground abordó con sensibilidad y profundidad la identidad de género, la despenalización del aborto, las familias ensambladas, o el consumo del alcohol y las drogas. Emocionando y haciendo reír en dosis justas, el guión escrito por Ernesto Korovsky, Silvina Fredjkes y Alejandro Quesada expuso en el prime time temáticas que nunca descuidaron las diferentes miradas que sobre ellas existen entre los televidentes. La actuación de Maite Lanata, interpretando a Juani, la adolescente trans, fue una de las notas destacadas de una ficción que tuvo en las composiciones de Jorgelina Aruzzi y Juan Gil Navarro a personajes secundarios funcionales al relato.
El gran año de Underground no sólo estuvo signado por la tira de Telefe, que fue la ficción más vista de 2018. La productora de Sebastián Ortega y Pablo Culell también logró lo que parecía imposible: hacer que una segunda temporada sea más exitosa que la primera. Ese fue el caso de El marginal 2, la primera precuela de la TV argentina, que alcanzó en la gélida y ajustada TV Pública a promediar 9,4 puntos de rating a lo largo de sus ocho episodios, por encima de los 2,6 puntos que había alcanzado en su temporada inicial. Más violenta que la primera, narrando la construcción de poder de los hermanos Borges en el penal de san Onofre, El marginal 2 también puede pensarse como un caso exitoso de sinergia entre la TV abierta y Netflix, teniendo en cuenta que la permanencia de la primera temporada en la plataforma multiplicó su audiencia. ¿Acaso puede la plataforma de streaming ser, a la vez, tanto verdugo como promotor de la ficción argentina?
Las buenas del 2018 en materia televisiva no se limitan a Underground. No es casualidad que justamente las propuestas que asumieron algún riesgo –sea en el lenguaje adoptado, el género elegido, en la estética seleccionada o el plan de programación– atrajeron una audiencia a la que la TV abierta no suele interpelar. La biopic Sandro de América, en Telefe, fue otro de los puntos altos de la temporada. La ficción centrada en la vida de Roberto Sánchez, ese personaje tan místico como único, le impregnó un aire renovador al género, adentrándose en la vida y obra del músico que supo hacer delirar a sus “nenas”. La mirada y sensibilidad de Israel Adrián Caetano permitieron no sólo traspasar el mero registro celebratorio a la figura de Sandro, sino que construyeron una ficción popular de autor. Las múltiples facetas del músico (interpretado con justeza en sus diferentes etapas por Agustín Sullivan, Marco Antonio Caponi y Antonio Grimau) encontraron en la ficción un tono variopinto, en el que convivieron el romanticismo, la cursilería, lo kitsch y lo grasa sin perder el aire barrial del Gitano.
Un aspecto interesante y que seguramente explica, en parte, la buena recepción de Sandro de América está relacionada a la manera en que Telefe programó la ficción. La decisión de Darío Turovelzky, director artístico del canal, de no emitir la ficción en formato semanal y elegir programarla de lunes a jueves fue un acierto. La breve pero intensa temporada de tres semanas, cuyos capítulos se podían ver a través de telefe.com de a cuatro por semana, resultó ideal para atraer espectadores a la TV abierta en tiempos digitales. Una búsqueda artística y de exhibición que tal vez expliquen el liderazgo absoluto de Telefe en 2018, donde se impuso cómodamente a El Trece en todos los meses del año.
Otras de las propuestas que rompió con la fuera de tiempo comodidad habitual de la TV abierta fue Morir de amor. La ficción de Telefe y Cablevisión Flow, protagonizada por Griselda Siciliani, se animó al género con un oscuro thriller romántico, cuya historia de muerte y sexo resultó extraña y encantadoramente perturbadora. La dirección de Anahí Berneri (Alanis) le imprimió a Morir de amor el registro estético sórdido y truculento que la propuesta necesitaba.
La buena recepción de las ficciones que transgredieron la fórmula, sin embargo, expuso aún más a aquellas que se pensaron con lógicas del pasado. El caso de Pol-Ka es sintomático en este aspecto. La productora de Adrián Suar tuvo un año para el olvido, con la fallida –en todos los aspectos– Mi hermano es un clon, una telecomedia que apeló a la fórmula y no prendió en el público. Con El lobista, en todo caso, pareció que la audiencia no acompañó a una interesante propuesta, que se metió en el mundo del poder y la especulación financiero con oportunismo temporal. Sin embargo, la ficción de Rodrigo De la Serna pareció sufrir los embates de la emisión semanal (comenzó en 13 puntos de promedio y terminó en 7,7). De hecho, la serie fue la ficción argentina más vista en Cablevisión Flow en 2018.
La recesión económica y los problemas laborales no sólo encontraron bálsamo en la ficción argentina sino también en algunas propuestas de entretenimiento que tuvieron como denominador común a la música. El concurso La voz argentina volvió a acreditar la idea de que la emoción, la competencia y la música es un cóctel que acapara altos índices de audiencia si cuenta con la producción y el jurado acertado. A diferencia del “big show” de La voz argentina, el más artesanal La peña de morfi también revalorizó al género musical en televisión, con un ciclo que le dio espacio a interesantes intercambios y fusiones artísticas, con músicos de los más diversos géneros que mostraron su talento entre recetas gastronómicas y entrevistas al paso.
Pantalla ajustada
Ningún balance televisivo puede tener pretensión integral si no contempla la crítica situación de la TV Pública. El plan de ajuste y achicamiento implementado por la gestión de Hernán Lombardi al frente del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos (SFMyCP) de sus asunción se profundizó con saña este año. La renuncia a fines de 2017 de Horacio Levin a la dirección ejecutiva de la emisora –cargo que un año después sigue vacante– auguraba que el “plan de austeridad” iba a ser, en realidad, un plan de “ajuste” al que no todos estaban dispuesto a llevar a acabo. El posterior alejamiento del periodista Jorge Sigal a la Secretaría de Medios Públicos (y la de Ana Gerschenson a la dirección de Radio Nacional) terminaron exponiendo el objetivo del Gobierno en los medios públicos.
La decisión del gerente de noticias, Néstor Sclauzero, de eliminar las ediciones de los noticieros de la TV Pública que se emitían los fines de semana, dejaron a buena parte de los argentinos en un “apagón informativo” desde las 7 de la tarde del viernes hasta las 7 de la mañana del lunes. Un despropósito para el rol que debería cumplir el canal público, que impidió coberturas por personal del canal de hechos trascendentes como el G-20, las elecciones presidenciales de Brasil, la inauguración de los Juegos Olímpicos de la Juventud, o los superclásicos entre River y Boca por la final de la Copa Libertadores.
La “paritaria cero” propuesta por las autoridades del canal para los trabajadores es apenas un aspecto de una política cultural para la que los medios públicos son considerados un “gasto”. En 2018, el canal estatal se convirtió en un espacio para la emisión de latas, repeticiones de viejos ciclos y programas grabados, con apenas seis horas y media emitidas en vivo. La merma en el volumen de producción propia cayó considerablemente y la emisora ni siquiera cuenta ya con la posibilidad de emitir en vivo y en directo los “eventos deportivos de interés relevante”. El silencio de las autoridades del SFMyCP ante la decisión de Cablevisión de quitar del abono básico a Pakapaka y de trasladar a un lugar marginal en la grilla a Canal Encuentro son claras señales de la indefensión del sistema de medios públicos, justo en un momento en el que muchos argentinos –atravesados por la crisis económica– encuentran en la TV gratuita tal vez la única posibilidad audiovisual para informarse y entretenerse.