Es psicoanalista infanto juvenil y coordinadora de Salud Mental del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Por las consultas que se han multiplicado en la última década, y en particular en los últimos años –señala–, se fue especializando en el tratamiento de adolescentes que han tenido conductas sexuales abusivas. En los primeros meses de 2018, publicó el libro En carne viva. Abuso sexual infantojuvenil (Editorial Topía), que aporta herramientas para la prevención, el diagnóstico y el tratamiento del problema. En una primera parte, trabaja la temática del abuso como traumatismo, analizando cómo se sale de esas situaciones y los efectos que producen. Y en una segunda parte, aborda “las conductas sexuales abusivas” de adolescentes con niñxs o con otros adolescentes más chicos. Hace pocas semanas, publicó en la revista Topia un artículo bajo el título: “Adolescencia y poder: ‘escraches’ en escuelas secundarias”, donde cuestiona esa forma de denuncia de conductas machistas cometidas por adolescentes. “Mi perspectiva es la de una psicóloga clínica que trabaja en un hospital y en el consultorio con adolescentes de escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires, y que participa en reuniones mensuales interdisciplinarias e intersectoriales entre equipos que trabajan con adolescentes desde Salud, Educación y Desarrollo Social”, aclara. “En los últimos dos años las adolescentes han comenzado a problematizar el modo en que se producen los intercambios entre chicos y chicas dentro y fuera de la escuela. Los modos de la seducción, los juegos de la sexualidad, las diferencias entre seducción y violencia. El cuestionamiento de los binarismos (femenino/masculino; heterosexual/homosexual); las preguntas por las identidades y sexualidades: flexibilidad y movilidad que podría dar como resultado una identidad fluctuante; maternidades, paternidades adolescentes e interrupciones de embarazos; las formas que toma la violencia sexual y las formas de la violencia de género”, escribió en el artículo de Topía, donde publica habitualmente. “Las adolescentes se agrupan constituyendo organizaciones de chicas que tienen como objetivo empoderarse para nombrar y sancionar conductas patriarcales de los varones pares. Ganar espacio en el universo simbólico. Son ellas las que llegan primero para otorgar sentido a lo que sucede; ‘marcan la cancha’. Expresión que da cuenta de haber soportado un padecimiento profundo por haber quedado durante generaciones en un lugar de subordinación”, señaló en la revista. Y agregó: “Los varones que ejercen algún gesto de insistencia o algún tipo de presión para imponer sus condiciones con las chicas pueden quedar señalados como “abusadores”, y no podrán ingresar, ni a las fiestas, ni a las columnas de las marchas, ni a otros espacios colectivos que a partir de ese momento estarán bajo el derecho de admisión de ellas. Los varones señalados quedarán “escrachados” en una lista negra que circulará por las redes sociales. Deberán aceptar que fueron abusadores y pedir disculpas; pero tanto si lo aceptan como si no lo aceptan ya que no se consideran tales, serán sancionados siendo separados de la participación colectiva. Prácticas que nos abren a preguntarnos cuánto habrá en esto último de reproducción de un sistema desigualador y cuánto de transformación”.
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