Sesenta años de la Revolución Cubana se cumplen hoy. 60 hechos, personajes, luchas, momentos, avances y retrocesos hablan por ella, le dan un significado y una identidad propia. En palabras –porque la Revolución también se nutrió de muchas palabras–, quedan los extensos discursos de Fidel Castro ante multitudes que lo seguían con fascinación o aquel poema de Nicolás Guillén: “Alcemos una muralla, juntando todas las manos, juntando todas las manos, los negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos”. Queda la obra del comandante de la Sierra Maestra, la presencia del Che Guevara y su prédica sobre el hombre nuevo, la imagen sonriente de Camilo Cienfuegos. Surgen desde el fondo de la historia las gestas que precedieron a esta gesta, como el arrojo y muerte de José Martí en 1895 durante la batalla de Dos Ríos –el apóstol, como lo llaman en la isla– que ya hablaba del antimperialismo a fines del siglo XIX. Vuelve con fuerza el asalto al Cuartel Moncada del 26 de julio de 1953, un fracaso del que germinó el camino a la victoria que transportaría el buque Granma tres años después.
La Revolución Cubana es la entrada a La Habana encabezada por Camilo y el Che al frente de su columna de barbudos, mientras Fidel lideraba la caravana triunfante en Bayamo (tardaría una semana más en llegar a la capital). Es la Primera Ley de reforma agraria firmada el 17 de mayo de 1959. También la nacionalización de las empresas extranjeras en 1960 y el ambicioso plan de alfabetización que comenzó el primer día de 1961, y abrió el llamado Año de la Educación. Un año donde Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución desde la tradicional esquina de El Vedado, en 23 y 12. Es además, y como reza en un inmenso cartel junto al museo de Playa Girón, la primera derrota del imperialismo en América Latina entre el 17 y 19 de abril del 61. O la primera victoria del ejército revolucionario ya con Fulgencio Batista vencido y exiliado desde el 31 de enero de 1959. Moriría en Marbella en 1973.
La zozobra mundial por la crisis de los misiles de octubre de 1962 abrió la primera grieta entre Cuba y la Unión Soviética, cuando Fidel no fue consultado por el retiro de un arsenal que apuntaba desde la isla hacia Estados Unidos. Pero al año siguiente, el líder de la Revolución, haría un viaje tan largo como sus discursos, e impensado para los cánones diplomáticos. Visitó la URSS durante 38 días entre abril y mayo de 1963. De esos años solo sobrevive un hecho político. Porque se cayeron la Unión Soviética y el Muro de Berlín, no queda ni uno de sus misiles, los planes de alfabetización y de entrega de tierras a los campesinos terminaron con éxito, pero el bloqueo de EE.UU. sigue ahí, nunca perecedero.
Contra ese acto de guerra, tal como consta en la Convención de Ginebra de 1948 para la Prevención y la Sanción del delito de genocidio, la Revolución le ha opuesto su internacionalismo, una de sus huellas indelebles. Internacionalismo en los 70 durante la campaña de Angola, donde combatió al régimen racista sudafricano y a sus aliados locales. Internacionalismo en los años más recientes, con miles de médicos diseminados por el mundo para combatir el ébola en África o llevar su conocimiento y profesionalismo a Brasil. Ahí donde la mayoría no quiere ir.
La Revolución es además su medicina prestigiosa, los avances en biotecnología, su solidaridad donde haga falta, pero también sus serios problemas de infraestructura edilicia, sus reformas trabajosas, la burocracia galopante y la baja calidad del combustible, o la escasez de determinados bienes que se intentan superar. Son las críticas que le llueven desde afuera por su sistema de partido único o la intransigencia con la disidencia financiada por organizaciones estatales de EE.UU.
La Revolución ha sido amiga de Hemingway, se enorgullece de la bailarina Alicia Alonso –quien con 97 años es una celebridad–, también de su teatro Karl Marx; canta las letras de sus trovadores, de Silvio Rodríguez a Carlos Puebla o el músico y diputado Raúl Torres (autor de Cabalgando con Fidel, una canción homenaje que se volvió viral en la isla). Es un modelo deportivo que compite a un mismo nivel en varias disciplinas con los países capitalistas desde hace décadas, es el boxeador Teófilo Stevenson y el mejor saltador en altura de la historia, Javier Sotomayor. La Revolución es hija de un pueblo que vivió la crisis de los balseros, que soporta la mutilación de Guantánamo a su territorio impuesta por Estados Unidos, que sufrió atentados como el del avión de Barbados en 1976, que de la política de distensión y visita a La Habana de Barack Obama pasó a los arrebatos coléricos o las acusaciones de ataques sónicos elucubradas por el gobierno de Donald Trump.
Cuba en estos sesenta años ha sido o es un 1º de mayo en la Plaza de la Revolución, el trabajo voluntario que instituyó el Che Guevara, su majestuoso mausoleo en Santa Clara, el tren batistiano que destruyó el comandante argentino hoy transformado en pieza de museo, es su recordado discurso en Punta del Este, la réplica del buque Granma que condujo a los 82 guerrilleros que desembarcaron en la playa Las Coloradas o el cuartel Moncada transformado en ciudad escolar. Es esa historia revolucionaria pero además, La Habana Vieja, patrimonio de la humanidad; Santiago de Cuba donde nació el movimiento 26 de Julio; su oferta de turismo cultural y la preservación de sus hermosas playas; el aniversario por los 500 años de la fundación de La Habana que se cumplirá el próximo 16 de noviembre; sus peculiares almendrones (automóviles Cadillac o Ford de los años 50), el Capitolio o el célebre Museo de la Revolución.
Es uno de los hechos más importantes del siglo XX que este 1º de enero cumple 60 años. Es su Partido Comunista como eje vertebrador. Es Raúl Castro, su conductor de las últimas reformas. Es la nueva constitución discutida en asambleas de ciudadanos. Es Miguel Díaz Canel, su nuevo presidente, el primero que siguió en el gobierno a los dos hermanos Castro. Es también lo que dejó atrás: el período especial que siguió a la caída de la URSS y la referencia más perdurable para los sueños revolucionarios, aún castigados y en retroceso a escala planetaria.
Es un fenómeno político con los mejores índices de educación y salud –incluso por encima de naciones de sobrado desarrollo–, que erradicó el analfabetismo y que es un ejemplo a seguir para la UNESCO por su elevado índice de igualdad de género en las escuelas, según un informe de 2015. La Revolución cubana tampoco será recordada por el culto a la personalidad, porque no existe. Antes de su muerte, el 26 de noviembre de 2016, Fidel Castro dejó expresada su voluntad, que cobró fuerza de ley. No quiso que su nombre fuera colocado a “instituciones, plazas, parques, avenidas, calles y otros lugares públicos, así como cualquier tipo de condecoración, reconocimiento o título honorífico”. La Revolución es su principal legado para las generaciones de cubanos que no la vivieron.