Está probado estadísticamente que un alto porcentaje de los presos que reciben capacitación en la cárcel no reinciden en el delito. Si además esta enseñanza tiene que ver con generar un medio de expresión y emprendimiento productivo, tanto mejor.
Desde hace seis años, Coco Cerella dicta un taller de afiches en la cárcel de Devoto por los que ya pasaron más de 500 internos, miles de trabajos y anécdotas. Lo que comenzó como una iniciación al diseño en el Centro Universitario Devoto (CUD), dio vida a una imprenta (Esquina Libertad) y una vocación que en Coco crece y se alimenta día a día con nuevos desafíos: este año comenzó a impartir sus clases de diseño en un instituto de adolescentes y su sueño más grande es que la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (Fadu), donde es también docente, escuche su pedido de incorporar la carrera de diseño gráfico en la cárcel.
Mínimo recurso que es el máximo: la imaginación. Y mucho por decir. Por eso poco importa que los alumnos sólo cuenten con papeles, revistas, plasticola, lápiz y papel. Ni software, ni familias tipográficas, ni elementos cortantes, ni internet. Sus mensajes acerca del derecho al trabajo, a la educación y a la Vivienda, entre otros, son contundentes.
“Me gradué como diseñador gráfico en la Universidad de Buenos Aires (FADU-UBA) en diciembre de 2001. Durante la misma semana en que el país se desmoronaba, yo tenía un título universitario quemándome las manos”, arranca, visceral, Cerrella. La vida, hasta ese momento fácil, comenzaba a mostrar otros matices. Tiempo antes, y con tan sólo 20 años, había sufrido un accidente de auto que lo dejó en coma un tiempo y rehabilitándose otro tanto. Eso sí, ni bien se recuperó terminó la carrera y en 2007 comenzó a dar clases en la universidad. Ahí, descubrió su verdadera vocación, aunque fue tiempo después donde tomó la dimensión social que tiene al día de hoy.
“Mi accidente a los 20 años sin dudas fue un gran quiebre en mi vida. Ahí tuve, por primera vez, contacto con el dolor humano. Fue muy formativo. En la cama 114 del Hospital Fernández, me prometí que no iba a dedicar mi tiempo a cosas que no me hicieran bien. Es un privilegio que te lata el corazón, entonces esa fue y es mi brújula. Pero como a los 30 me desencanté totalmente de la profesión. Se había transformado en ir a reuniones, hacer presupuestos, poner el reloj para ver si me rendía el tiempo. Al punto de que teniendo buenos clientes y yéndome bien, me di cuenta que no quería eso para el resto de mi vida. En esa búsqueda profunda, conozco a un ingeniero y una antropóloga de mi misma edad, creadores de la Asociación Civil Ingeniería Sin Fronteras Argentina, y a través de ellos a Estela Camarota, educadora hace años en la cárcel quien me hace el puente para enseñar. Allí, lo primero fue una reunión con diez detenidos que quería armar una cooperativa de trabajo, hacer una imprenta. Comencé enseñándoles lo básico, cómo armar un volante, original para imprenta y luego arranco lo del afiche para poder llegar a más internos. Yo soy un apasionado por la docencia, pero con ellos comprendí mi propósito. El diseño como un medio para otra cosa. Como una herramienta. Sobre todo porque ahí adentro los pibes tienen cosas para decir. Y eso hace a la diferencia”.
A la par, Cerella diseña afiches que han sido reconocidos y exhibidos en 36 países y numerosas ciudades, incluyendo Les Arts Décoratifs, Louvre, París.; y publicados en el libro “The Design of Dissent” de Milton Glaser y Mirko Illic.
Además de dictar otros talleres como “Afichismo extremo” donde aplica lo aprendido por él de la experiencia en la cárcel para recorrer el camino inverso: le quita las herramientas tecnológicas a los diseñadores acostumbrados a todo para que trabajen sin nada y surja la esencia. Que de eso se trata el buen diseño.
“Estoy convencido de que la mejor política de seguridad posible es brindar educación, brindar dignidad y brindar oportunidades a tiempo. Todo el resto es un parche”, remata.