¿Es posible romper la trampa que las elites nos proponen para el 2019? ¿Es “inevitable” que la mayoría de la población (nunca las elites) tenga que atravesar primero un camino plagado de sufrimientos para iniciar un proceso virtuoso de desarrollo? La novedosa articulación entre fracciones de las elites económicas y políticas que se expresa en el gobierno actual construye una promesa de “futuro venturoso” para lograr una transformación profunda de las estructuras de protección social que aún hoy, con todas sus deficiencias, nos diferencian de la mayoría de los países subdesarrollados. Veamos en qué consiste y cómo podemos contrarrestarla desde la acción política.
El diagnóstico de las elites es simple: Argentina no se desarrolla porque “vive por encima de sus posibilidades”. “tiene un Estado sobredimensionado que asfixia al sector privado”. “el mercado laboral es rígido”. “los sindicatos operan como mafias”, “se sostienen industrias artificiales”, “nos cerramos al mundo”, en definitiva, porque “está enferma de populismo”. Para “curarla” es preciso realizar reformas estructurales “dolorosas pero necesarias” (laboral, previsional, impositiva), achicar fuerte el gasto público, abrir la economía. Legitimar esas reformas requiere un profundo cambio cultural que coloque al individuo, sus capacidades y sus méritos, en el centro de la vida social. Que desacredite a la política como fuerza transformadora y a gran parte de su dirigencia por corrupta, y por sobre todo, que exima a las elites económicas, que por definición son actores decisivos en la acumulación de capital, de cualquier responsabilidad en el proceso de empobrecimiento y estancamiento económico.
En efecto, las grandes empresas, sus dueños, sus directivos y las asociaciones que las representan, han desplegado durante décadas un conjunto de prácticas nocivas para el desarrollo del país: la búsqueda recurrente de prebendas y privilegios para obtener ganancias extraordinarias, la sistemática colocación de gran parte de esas ganancias en activos financieros radicados en el exterior, la colonización de parte del entramado estatal para capturar la decisión pública y orientarla en su propio beneficio, la colusión con funcionarios de distintos gobiernos para repartir obra pública y concesiones de servicios, el lobby para evitar el cumplimiento de compromisos asumidos y la construcción en el espacio público de un discurso que las exima de toda responsabilidad y que presente a las grandes firmas como “víctimas de la voracidad del poder político”. De esta forma, presentan la corrupción estructural que las tiene como protagonistas ineludibles, como un mal propio de la clase política, en especial de los funcionarios de los “gobiernos populistas”.
¿Cómo romper esta trampa? Argentina necesita aumentar su aparato productivo y mejorar sustantivamente sus niveles de productividad para iniciar un proceso de desarrollo que permita integrar a todos sus habitantes. La experiencia histórica comparada brinda un conjunto de políticas públicas consistentes que permiten diseñar instrumentos de financiamiento novedosos para apalancar el proceso, orientarlo estratégicamente, realizar innovaciones incrementales, construir nuevas ventajas comparativas, reconvertir progresivamente industrias obsoletas, fortalecer entramados productivos, establecer mecanismos de control que garanticen que cada recurso público invertido en el proceso de desarrollo se aplique a esos fines y no a otros, que no se “pierdan” abultando las ganancias extraordinarias de las empresas ni los bolsillos de los funcionarios públicos.
Un proceso de transformación estructural de tal magnitud no se construye desde el escritorio. No es tecnocracia ni voluntarismo. Necesita un fuerte sostén político que sólo puede darle la articulación de actores e instituciones comprometidos fuertemente en el proyecto de desarrollo nacional: sindicatos, corporaciones de pequeños y medianos empresarios, organizaciones de la economía popular, actores del sistema científico y tecnológico, asociaciones profesionales, agrupaciones partidarias, movimientos sociales. Cualquier liderazgo político que pretenda romper la trampa que nos proponen las elites tiene que buscar primero el objetivo de construir este amplio arco de apoyos e involucrarlo activamente en el proceso. Asumiendo que estos son los actores realmente existentes, sin pretensiones de construir sujetos ideales para el desarrollo, ni asumiendo que sólo con el poder gubernamental alcanza para realizar tamaña tarea. Un liderazgo que reconozca, dialogue, comprometa, innove, en síntesis, que construya con esos actores, que no se conforme con conducirlos. Un proyecto de desarrollo nacional interpela a la sociedad, no le “habla a los mercados”. Para contrarrestar el poder económico no alcanza solo con la acción firme del Estado, el poder social es imprescindible para construir y sostener ese proyecto en el largo plazo. Y hay que empezar a articularlo ya.
* Directora del Centro de Innovación de los Trabajadores (UMET-Conicet).