Tenías pulso para dibujar miniaturas en cáscaras de huevo y pies para bailar en puntas. Manos chicas pero que volaban sobre el piano. Yo te pedía la polonesa de Chopin y vos buscabas la partitura y golpeabas las teclas con la misma convicción con la que defendías a las familias que adoptaban chicos o desafiabas las anorexias de cuerpo y corazón.

Eras chiquita pero parada en piernas fuertes y cuando peleabas fruncías la boca y no había molde que te encaje.

Te levantabas temprano y escribías dividiendo las palabras para que el significado se una y se comprenda mejor. Quedó el armario lleno, los libros subrayados, los archivos que protegías bordeando el animismo y la pasión inagotable que me dejaste por el amanecer y los vasos grandes de café con leche.

Me cuidaste como a un bebé dos veces. La segunda, sé que sufriste más de la cuenta pero también me dio la oportunidad de contagiarme de tu forma frontal y caprichosa de pelear por vivir. Y en tu enojo final entendí que hay un punto en que elegiste no seguir. Pasar a ser parte del aire, o del agua o del árbol que cuidabas.

No paran de hablarnos de vos, de lo que diste, de lo que hiciste, de lo que enseñaste o curaste. Y no logro todavía entender qué es eso de la ausencia, de ese nunca, nunca más que tantas veces angustiado te compartía y que te traía a mi pieza a hablarme o agarrarme la mano hasta que me duerma. "No por lo que la muerte me prometa sino por todo aquello que no podrá quitarme". Lo leímos juntos como tantas cosas que me leías y que nos hacías leer. Con esa forma tierna y rigurosa que empujaba a evitar cualquier indiferencia.

Este es tu cumpleaños más raro. El primero sin tocarte. El del beso contenido. Nunca querías festejarlo y siempre algo hacíamos. Y te encantaba. Esa semana del año en la que tu cumple completaba el rito de juntarnos y juntarnos y volvernos a juntar. Ahora no estás y sin embargo nada podrá quitarte. Te extrañamos mucho mamá. Te extraño mamita. Feliz cumpleaños.