El balance de la industria editorial del 2018 podría titularse “Contra el pesimismo”. Esta preposición que denota oposición o contrariedad no implica caer en un optimismo inocuo. Más bien de lo que se trata es de disipar la pasividad política y el escepticismo hacia el porvenir. Escritores, traductores, libreros, editores vienen resistiendo y denunciando desde distintos instituciones y colectivos –la Cámara Argentina del Libro (CAL), la Unión de Escritoras y Escritores, Lxs Trabajadorxs de la Palabra, el Colectivo LIJ– el profundo deterioro que está padeciendo el sector del libro como consecuencia de la política económica implementada por el gobierno de Mauricio Macri. No es una catástrofe –ni tsunami ni terremoto– donde la única “responsable” suele ser la naturaleza. La CAL, una de las entidades que aglutina a más de 500 representantes de medianas y pequeñas editoriales, presentó un lapidario informe sobre la situación del libro argentino: disminuyó la cantidad de títulos publicados en 2018; la baja de ejemplares de la primera tirada se redujo un 50 por ciento; el descenso de las ventas osciló entre un 25 a un 35 por ciento; 35 pequeñas librerías cerraron en todo el país, otras 30 librerías independientes cerraron sucursales, fueron absorbidas por cadenas o debieron reducir sus espacios; hay unas 80 librerías que están en crisis y con problemas en la cadena de pago. Se perdió un 20 por ciento de empleo directo en el sector editorial y un 15 por ciento de empleo indirecto; en el sector librero la disminución del empleo indirecto alcanzó el 15 por ciento y en la industria gráfica se perdieron 5.000 empleos.
DIVERSIDAD EN PELIGRO
Hablar de “estado terminal” –habría que evitar el simplismo de los términos médicos– sería una exageración tan cuestionable como inoportuna. La potente y diversa construcción de una industria editorial independiente de los grandes grupos monopólicos de la edición en español revitalizó la producción de libros en Argentina en los últimos 15 años, al punto de que las apuestas por nuevos escritores y traducciones en la ficción, en las ciencias sociales como en el ensayo filosófico, la poesía, la música y los estudios culturales y de género fueron una suerte de faro para otras experiencias editoriales del mundo de habla hispana. Pero también el impacto se tradujo en cierta posterior apertura en los blindados catálogos de las grandes editoriales, que empezaron a incluir a escritores editados por primera vez en Entropía, Mardulce, Eterna Cadencia o Interzona, como Pola Oloixarac, Julián López, Selva Almada, Ricardo Romero y Enzo Maqueira, entre otros. Si existe algo así como una patria editora, los argentinos estamos orgullosos de la luminosa pluralidad y diversidad de esa patria. El nudo del problema, que se presenta muy enredado, es que todo lo que se destroza no se recupera inmediatamente en la industria del libro. Desmantelar la maravillosa bibliodiversidad de la edición argentina lamentablemente es mucho más rápido y fácil que el esfuerzo que llevó su articulación y crecimiento. En momentos de crisis económica, cuando el consumo se desploma año tras año y cada vez más –imaginar un 2019 apenas “mejor” que el año pasado es pecar de optimistas–, prevalece la imperiosa necesidad de sobrevivencia. ¿“La necesidad tiene cara de hereje”, como dictamina el refrán? La “herejía” de las editoriales, desde las que están bajo el paraguas de los dos grandes grupos –Planeta y Penguin Random House Mondadori– hasta las más pequeñas, es una estrategia conservadora: todos publican menos títulos y menos cantidad de ejemplares. Pero volviendo al sentido del refrán, la frase viene del derecho y dice en latín: “Necessitas caret lege”, que se traduce como “la necesidad carece de ley”, es decir que aquello que se hace impulsado por una necesidad imprescindible no convierte en culpable a los protagonistas del acto en cuestión. Hay paradojas dolorosas, especialmente para las editoriales independientes, como volverse “conservadoras” para sobrevivir en “estado de feria permanente” –expresión que le pertenece al editor Miguel Balaguer, de Bajo la Luna–, cuando se caracterizaron por arriesgar y abrir el panorama con una calidad y profesionalismo excepcionales. Lo que está en peligro es la bibliodiversidad en un contexto de expectativas comprimidas, donde lo que cunde es el temor a vender cada vez menos libros. La contradicción mayúscula de la política económica del macrismo la señaló el escritor y editor Damián Ríos, cuando advirtió que la figura que eligió el gobierno ha sido la del emprendedor. “A nosotros los editores, que somos realmente emprendedores, la economía nos está castigando. La figura del emprendedor es la más castigada por la política económica de este gobierno”, afirmó Ríos.
Hace menos de veinte días –el 14 de diciembre– se realizó el primer Librazo en la Plaza de los Dos Congresos para debatir la situación de precariedad de todos los actores del sector editorial. “Ninguna crisis nace por generación espontánea”, dijo entonces la escritora Débora Mundani a PáginaI12. “Si hay crisis es porque están vigentes una serie de medidas económicas que, de una manera u otra, jaquean a la industria del libro y a todos los trabajadores que formamos parte de ella: dolarización del precio de papel, apertura indiscriminada de las importaciones de libros, inflación, recesión, aumento de tarifas, recorte en el subsidio a las Bibliotecas Populares, retención del 12 por ciento a las exportaciones de los libros. En este momento, no hay una sola medida que proteja al sector y sus trabajadores porque, al igual que en otros sectores de la economía, se optó por el camino de la desregulación en pos de un mercado salvaje, para quienes el libro y la lectura, como espacio de construcción de identidades, ocupan un lugar insignificante. Y esto es un tipo de política pública.”
DISIDENCIA Y ALERTA
Mirar la cultura en general y la literatura en particular como una especie de refugio o vía de escape de la realidad parece llevar involuntariamente agua al molino del neoliberalismo, que busca desterrar el conflicto en el terreno de la política en pos de la trampa del artificio de un consenso que no encuentra correspondencia con la realidad material. La cultura, los libros, son campos de batalla de las ideas. Como ejemplo reciente, está la inauguración de la 44° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que demostró la centralidad del conflicto y la polémica, para desgracia de unos cuantos que profesan una especie de culto hipócrita por la “paz” –palabra sobrevaluada– y todo aquello que esté desconectado y aislado de la densidad que aporta la vida política y social. “El lugar del escritor es el del conflicto con la autoridad”, dijo Claudia Piñeiro en la apertura de esta edición en la que unos 200 estudiantes, docentes y trabajadores de los institutos terciarios de la Ciudad se manifestaron en contra del proyecto de la Universidad de Formación Docente (Unicaba), que finalmente fue aprobado por los legisladores de la ciudad, de espaldas a la comunidad educativa. Piñeiro, que fue una de las escritoras que más participó en el debate en torno al aborto legal, se solidarizó con los manifestantes. A diferencia de la mudez inadmisible del ministro de Cultura de la Ciudad, Enrique Avogadro, y la provocación de Pablo Avelluto –entonces ministro de Cultura de la Nación, ahora degradado a secretario–, que calificó de “fascistas” a los manifestantes que no respetaron “el uso de la palabra”, Piñeiro escuchó y la escucharon –al principio con dificultad, pero poco a poco fue ganando terreno con su palabra– porque precisamente captó la imperiosa necesidad de “la disidencia como estado de alerta”, algo que señaló Griselda Gambaro, también en la Rural, cuando le tocó inaugurar la Feria.
EQUIPO DE TERROR
“El mejor equipo de los últimos 50 años”, frase de Macri lanzada bajo el entusiasmo desbocado de la asunción presidencial, en diciembre de 2015, perdió al jugador “más prestigioso” en el ámbito cultural. Alberto Manguel renunció a dirigir la Biblioteca Nacional (BN) y fue reemplazado, desde el 1° de agosto pasado, por Elsa Barber, la primera mujer en dirigir la Biblioteca, también la primera bibliotecóloga de profesión en hacerlo. La crónica de este final anunciado empezó cuando dijo que por la reducción presupuestaria no tenía “ni un mango para comprar un grano de café”. Antes, como si hubiera preparando la escalada que estalló con su renuncia por “motivos de salud” –advertencia y recomendación del oncólogo de Manguel–, el escritor, desde la Feria del Libro de Bogotá, donde Argentina fue el país invitado, cuestionó el stand argentino, desplegado a la manera de una cancha de fútbol. “Pido disculpas en nombre de todos los argentinos por el vergonzoso escenario de un estadio de fútbol montado en una fiesta de libro”. El autor de Una historia de la lectura se fue de la BN sin grandes logros que mostrar, excepto el hecho de haber conseguido que un puñado de fundaciones y particulares aportaran los 400.000 dólares que salió la adquisición de la biblioteca de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, integrada por unos 17.000 ejemplares, para donarla a la Biblioteca Nacional.
El Festival Internacional de Literatura Filba, dirigido por Gabriela Adamo, celebró su décima edición con una conferencia inaugural de la escritora francesa Catherine Millet, que se atrevió a cuestionar la “sororidad”, una palabra medular del 2018. “El concepto de sororidad es muy problemático. Más allá de que yo pueda experimentar tanta solidaridad y compasión por un hombre que sufre como por una mujer, esa palabra está demasiado ligada al vocabulario religioso para que pueda apropiármela”, reconoció la autora de La vida sexual de Catherine M. La oleada de revelaciones sobre abusos sexuales cometidos por el francés Jean-Claude Arnault, “el Harvey Weinstein de la Literatura” –o el “Weinstein de Suecia”, apodo que se ha ganado más allá de que no sea sueco de nacimiento–, así como las denuncias de que al menos en tres ocasiones habría revelado antes de tiempo el nombre el ganador del Premio Nobel de Literatura, desencadenaron una crisis mayúscula que puso en jaque al establishment literario nórdico y se resolvió en una decisión: en 2018 no se entregó el premio más importante de las letras mundiales. El año pasado brilló con mayor intensidad el Premio Cervantes, considerado el Nobel de Literatura en Castellano, concedido a la poeta uruguaya Ida Vitale, envidiablemente lúcida y genial a los 95 años. La sorpresa para el árbol navideño de los artistas fue el regreso de los Premios Nacionales, después de tres años, cuando parecía que estaban suspendidos y más que “desdibujados”. Lo ganaron Daniel Guebel (Novela) con El absoluto, Liliana Heker (Cuento y Relato) con sus Cuentos Reunidos y Juan José Sebreli (Ensayo Filosófico) con Malestar en la política, entre otros premiados.
En una carta que en 1937 le escribe León Trotski a Angélica Balabanof, una militante alejada del marxismo desde los años 20, polemiza contra el pesimismo: “¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños”.