Las noticias ya no eran buenas para Bolsonaro. Además de las denuncias de corrupción que involucran a un hijo, su mujer y otros colaboradores, cuando se avecinaba su toma de posesión salió la encuesta habitual sobre las expectativas del nuevo gobierno, que normalmente son muy altas. Pero el nivel de optimismo sobre el nuevo gobierno fue el más bajo desde la redemocratización en Brasil: más bajo que el de Collor, de Cardoso, de Lula y de Dilma.
Pero lo más significativo tuvo que ver con uno de los temas centrales del discurso de Bolsonaro. Cuando se supo que él pretende bajar un decreto, como primer acto de su gobierno, sobre la revocación del Estatuto del Desarme, liberando la compra y la portación de armas, salieron dos sondeos, ambos desfavorables. Cerca de 2/3 de los brasileños están en contra de la gran medida con la cual él pretende promover –paradójicamente– la seguridad de las personas. Veremos si él lo mantiene, a pesar de ese índice negativo. Será el primer síntoma de cuánto Bolsonaro pretende tener en cuenta la opinión pública o si, por el contrario, toma esa medida con el apoyo de Sergio Moro. Asimismo, hubo manifestaciones dentro del Poder Judicial y de parlamentarios alegando que una ley no puede ser revocada y tendría que pasar por la votación del Congreso. De este modo, sería una primera medida de impacto que pudiera quedar en el camino.
La lluvia en Brasilia tampoco presentaba el escenario para el cual Bolsonaro había prometido 500 mil personas en el acto de toma de posesión. La militarización de Brasilia, como no había pasado ni siquiera con los gobiernos militares, creó un clima hostil a la participación de las personas, resultando en una convocatoria poco numerosa.
Además de eso, la forma brutal de tratamiento a los periodistas generó reacciones negativas, a tal punto que franceses y chinos se retiraron de la cobertura. La principal columnista de Folha de Sao Paulo dijo que vivieron el día más vergonzoso de los medios en Brasil.
El discurso de Bolsonaro no sorprendió en nada, salvo para los que esperaban un tono más conciliador. Temprano en la mañana, grotescamente Bolsonaro empezó a gobernar por mensajes en Twitter, al estilo Trump, con duras agresiones a la revista Veja, que se agregan a las amenazas del dia anterior, de limpiar a las universidades brasileñas del marxismo, de modo que en vez de formar militantes se debe formar personas para el mercado.
Su discurso tuvo el mismo tono ideológico que sus discursos de campaña, aun prometiendo combatir a la ideología. Los ataques al socialismo, a la bandera roja, prometiendo que Brasil se librará de todo lo políticamente correcto, de las políticas de género, etc. etc. Demuestra que él no se ha bajado de la campaña.
De hecho su gobierno está constituido, en lo esencial, por tres núcleos: los militares, los Chicago Boys y el equipo de Lava Jato. Bolsonaro no se da cuenta que no fue él quien ganó las elecciones. El fue el candidato que le quedó a la derecha brasileña –básicamente el gran empresariado y los medios– que lo utilizaron para impedir el retorno del PT al gobierno y para dar continuidad al modelo neoliberal. El gobierno, de alguna manera, ya no depende de Bolsonaro.
Queda por resolver el peso que puedan tener los ministros de relaciones exteriores, de educación, de ciencia y tecnología, de derechos humanos, de medio ambiente. Sobre todo al de relaciones exteriores se le pronostica vida corta, por las posiciones de subordinación radical a la política de EE.UU., con graves efectos económicos negativos para Brasil, respecto a China y a los países árabes. Además de los conflictos dentro de Itamaraty, con las posiciones absurdas de salida de Brasil de pactos como el del medio ambiente y de migración, así como el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel.
El gobierno de Bolsonaro tiene certezas en el plan económico y en el endurecimiento de la represión, pero muchas incertidumbres, que la toma de posesión de Bolsonaro no han disipado. El presidente con menor apoyo en la historia política reciente de Brasil, como Michel Temer, entregó la banda presidencial a quien fue elegido en base a la exclusión de Lula y a una campaña brutal de internet y de noticias falsas. Lo que es cierto es que la más profunda y prolongada crisis brasileña no termina, apenas cambia de forma.