La noche del 2 de marzo de 2016 en La Esperanza, Honduras, Gustavo Castro Soto, miembro de la organización “Amigos de la tierra”, escuchó como Berta Cáceres preguntaba “¿Quién está ahí?”. Unos instantes después, oyó el disparo que terminó con la vida de la activista. Castro Soto también resultó herido y tuvo que fingir su muerte para que no lo rematen.
La hondureña cofundó el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras para luchar por los derechos de los indígenas y la cultura Lenca. Lideró y organizó un movimiento contra la instalación de la represa hidroeléctrica “Agua Zarca” en el río Gualcarque. Ganó el Premio Internacional Goldman (conocido como “el nobel del ambiente”) en 2015 por su trayectoria, lo que aumentó su conocimiento público aunque no alcanzó para frenar las amenazas de muerte que recibía debido a su militancia.
Ambientalista, feminista, indígena y latinoamericana, son los atributos que explican su grandeza y su asesinato. La mataron por defender el derecho al agua y el cultivo de alimentos de su comunidad.
Berta se oponía a una situación que aún sucede en Honduras: llenan los ríos de represas para generar energía barata con la que alimentar mineras multinacionales que se llevan los materiales para el extranjero y dejan menos riqueza de la que encontraron cuando llegaron.
Una lógica que en América Latina se repite cambiando los nombres de los ríos o de los recursos naturales que se disputan. Empezó en 1492 con las colonias y aún no termina.
Honduras no es un caso aislado y Berta no es la única que fue asesinada. Según los datos de Global Witness, solamente en 2017 se registraron 207 asesinatos de defensoras y defensores del ambiente en el mundo. Con una tendencia en aumento, este fue el peor año del cual se tiene registro. El número crece principalmente porque se duplicaron las muertes de opositores a la agricultura de gran escala. Es la primera vez que el sector agrícola es más peligroso que la minería para los activistas ambientales.
América Latina es la región con el mayor número de asesinatos con casi el 60% del total mundial. Producto de sus riquezas naturales, economías extractivas y sus democracias falibles, Brasil cuenta con 57 ambientalistas muertos, el 80% de ellos vinculados a la defensa del Amazonas. Le sigue Colombia, donde en 2017 ocurrió el último respiro de 24 personas debido a conflictos por tierras. En México pasaron de 3 a 15 asesinatos en el último año y en Perú subió de 2 a 8 el número de homicidios.
Cada vez son menos personas las que se quedan con una mayor porción de la torta y cada vez son más los ambientalistas que mueren intentando cambiar las reglas de este juego perverso. Es urgente cambiar la concepción de que los temas ambientales son una preocupación de lujo. Cuando visualizamos un ambientalista en América Latina solemos imaginarnos un noruego rubio de ojos celestes con estudios universitarios, sin embargo, los ambientalistas que mueren en nuestro continente son las y los mestizos, afros, campesinos e indígenas con sus derechos vulnerados.
Luchar por el ambiente es luchar por el tipo de modelo productivo y la distribución de la riqueza natural y económica. Es vital entender esto para explicar la cantidad de asesinatos que ocurren.
Berta Cáceres, ambientalista, feminista, indígena y latinoamericana, es el símbolo de la lucha por otro modelo productivo en América Latina. Un sistema para todas y todos, que sea inclusivo, democrático, ecológico y feminista.
Inti Bonomo. Docente y Lic. en Ciencias Ambientales (UBA).