El cuento por su autor
Este cuento recrea partículas de mi pasado. Hubo noches así, noches de desventura y comicidad, en las que conocí a gente tan perdida como yo, la que yo era entonces. Gente un poco border, un poco ingenua, a la que el destino mortificaba de manera intermitente, que pasó a mi lado un tiempo breve, por lo general, hasta el amanecer. Caminé Madrid mil veces, de noche, sin plata para el metro. Conocí a hombres y mujeres, músicos, poetas o delincuentes, siempre pobres, inquietantes. Luego Buenos Aires me entregó su divino perfil menesteroso, y caminé igual. En esos trayectos, tuve hermanos por azar que perdí en el camino. Pero permanecen intactos, en la memoria. Bueno, no. Intactos no, llenos de máculas. Reescritos. Aquí el narrador está inspirado en un ser de edad indefinida al que conocí en Madrid una de esas noches, con mi amiga Sonia. Nunca le preguntamos el nombre, para qué. Pero lo invitamos a tomar chocolate con churros, un seis de enero a las seis de la mañana. Estaba seco. Vivía, según dijo, en un cuartito de mala muerte en Malasaña. Cuando Malasaña era sucio y verdadero. Cada semana se veía obligado a empeñar algún objeto, que nunca lograba recuperar. Así, había perdido casi todo. Vestía un trajecito maltrecho y anotaba poemas que parecían manchas de mosca en su anotador. Salimos a fumar y lo perdimos. No lo volvimos a ver. Mi amiga Sonia podría ser una de las hermanas de este cuento. Yo sería la otra, si no fuera porque soy los tres. Cada frase soy. Las palabras y las ideas son los órganos preferidos de mi cuerpo. Me recuerdan que no existo salvo cuando me comunico con alguien. Aunque sea breve, lo que dura un cuento.