Los rulos desafían la belleza hegemónica, esa que se alza potente al costado de las autopistas, siempre lisa y dorada, como si esa fuera la verdadera cabellera del mundo. Lo mismo pasa con las pieles, intervenidas con photoshop hasta borrar todo rastro de poros pero con el cabello hay un ensañamiento, y la historia del colonialismo no es ajena a este apartamiento. Como señala la escritora y activista estética Desirée Bela-Lobedde Boleche al día de hoy, en el siglo XXI, cada vez más mujeres vuelven a lucir su cabello natural. Desirée es autora del libro Ser mujer negra en España, y columnista en el diario Publico.es. Desde Barcelona dice a Las12: “Somos política de los pies a la cabeza. Nuestros cuerpos lo son, y este patriarcado rancio que maneja a La Sociedad a su antojo lo sabe bien. Y no solo lo sabe, sino que se atreve a legislar sobre nosotras y nuestros cuerpos sin contar con nosotras. Nuestro cabello afro es política. El cabello de las mujeres negras constituye una fuente de resistencia frente a una cantidad de opresiones, muchas veces invisibles, que nos atenazan desde tiempos inmemoriales”. Desirée reivindica el cabello afro natural como símbolo de resistencia y lo hace desde el activismo estético, porque dice que desde hace siglos llevar el pelo afro natural ha significado resistir: “Resistimos con nuestro cabello que, por resistir, se resiste incluso a someterse a la ley de la gravedad y crece hacia arriba, desafiante, enmarcando nuestros bellos rostros. Resistimos ante el orden de un canon de belleza eurocentrado y blanco que se nos impone hasta la saciedad”. De este lado del Atlántico, Dríade Aguiar, editora y columnista de Mídia Ninja y activista de Fora do Eixo de Brasil, coincide: “Pienso que el pelo enrulado es como la epítome, la gran figura, la cosa que a veces más invalida a una mujer negra porque durante mucho tiempo fue lo que podía ser domado, lo que podía ser corregido. El rulo era lo que podía ser organizado en una mujer negra. Es imposible cambiar su color de piel pero es posible cambiar su pelo. Domesticar el pelo de una mujer negra siempre fue un instrumento del patriarcado, del racismo. Y hasta la forma de tener su pelo original, la forma de su pelo natural, es una forma de lucha política”. También en diálogo con Las12, Teresita Garabana, licenciada en Historia (UNT) y Doctoranda en Historia (Unsam), apunta que el pelo enrulado es un tabú y no se lo menciona casi nunca en las fuentes que hablan de las mujeres: “Eso sucede porque se lo vincula históricamente a la cuestión afro, y en Argentina lamentablemente la historia tradicional no le ha dado lugar a los y las descendientes de africanos, por eso el tabú vinculado al pelo enrulado debería enmarcarse en ese contexto”. 

¿Y qué sucede entonces a nivel regional? En Brasil, con su alta densidad de población afrodescendiente, tener el pelo enrulado era, de alguna manera, formar parte de un pasado de esclavitud que invita a pensar en la relación entre cabello e identidad. “Y a reflexionar sobre las prácticas de cuidado y auto-embellecimiento –continúa Garabana– teniendo en cuenta que estas prácticas se realizan en un contexto de desigualdad y marcadas por el racismo.” Aylee Ibañez es cubana y llegó a Buenos Aires en 2013. Es realizadora documental y dice que siendo una migrante negra en Argentina tener pelo mota la ayudó a reforzar su identidad cultural, su identidad afro. Ahora, al estar lejos de su país, conectó con la imagen con la que recuerda a las mujeres de su familia en Cuba, mujeres guerreras que mantienen esos peinados afro. Desde esa visualidad se identifica y la incorpora como parte de su imagen. “Soy esto, soy migrante negra”, dice. Acá, en Argentina, está en contacto con mujeres de origen afro: haitianas, brasileras, dominicanas, africanas, y le gusta eso que sucede en las sesiones de peinado, porque además de tener una cosa ancestral de África, de hacerse las trenzas, son todas mujeres que se conectan a través de un acto cosmético y simbólico. “Hay una carga de prejuicios sexuales en torno a la mujer negra”, observa. “Recuerdo el texto de bell hooks, Devorar al otro, en donde se menciona que esa mirada exótica hacia ese otro implica una dominación y no una integración.” 

La presión estética se traduce en una violencia autoejercida sobre nuestros propios cuerpos en un intento de encajar sí o sí en un molde. Eso es lo que conlleva descolonizar el cuerpo. Desirée subraya: “Necesitamos parecernos más a las personas (blancas) que nos rodean porque eso facilita nuestra existencia. Eso es lo que implica la asimilación: ceder y aceptar unos cánones porque, de lo contrario, si llevamos nuestro pelo natural, somos foco de comentarios, prejuicios y hasta del manoseo de las personas más osadas que se atreven a invadir nuestro espacio personal metiendo sus manos en nuestra corona afro. Porque al final, la percepción que se tiene de las personas negras, también en cuanto a su físico, tiene mucho de racismo, porque el patriarcado que nos atraviesa, además de machista, también es racista. Y eso, para mí, es muy político”. ¿Cómo se vincula este tema con los debates sobre el racismo? La relación entre el pelo afro y el racismo se mantiene por los posos coloniales que al día de hoy siguen presentes en la sociedad, en cualquier sociedad. “A las personas negras se las enjaulaba y se las exhibía, despersonalizándolas y cosificándolas. Se las calificaba y se las anunciaba como ‘exóticas’ y esa cualidad no nos la hemos quitado de encima al día de hoy. Nos llaman exóticas, y se dice lo mismo de nuestro cabello y se supone que nos tiene que gustar porque la mayoría de la gente no conoce el origen colonialista –y, por ende, racista– de ese calificativo. Se nos tilda de exageradas si no lo aceptamos como un halago; pero no es un halago.”

Entonces, una vez más, también en relación al aspecto de esas cabezas muchos conceptos se fueron hilando desde marcos patriarcales. Históricamente, aquel modelo estético que aparecía en los figurines de los periódicos del siglo XIX era una mujer blanca, delicada, elegante y ociosa. Un cuerpo entero bajo control, que también se veía en las imágenes de antaño respecto del cabello y el peinado. “El pelo se usaba recogido, envuelto en redecillas, y a eso se sumaron las peinetas y peinetones primero, reemplazadas luego por sombreros adornados, característicos de la belle epoque. Si vemos bucles son artificiales y formaban parte de esa composición estética: solo algunos bucles, hechos a propósito y en determinados lugares estratégicos.” En definitiva, las cabezas se hacían notar y mucho, pero no mostrando el pelo. Disciplinamiento y ocultamiento de las caderas y del pelo suelto para que solo destaquen los adornos.   

Romper la cabeza hegemónica

El debate se enriquece cuando nos encontramos con testimonios de mujeres blancas latinoamericanas que también cargan un sufrimiento en su crianza por haber nacido con rulos en la cabeza. Desde niñas se nos impone un modelo de belleza hegemónico y por eso resulta muy valioso el camino que cada unx transita para poder salirse. “Para ser bella hay que ver las estrellas, decía mi mamá, que desde mis ocho años me hacía la toca”, recuerda la periodista Julia Mengolini y admite que aceptó sus rulos recién a los treinta y cinco, después de años de usar productos para borrarlos. “Sinceramente ya no sabía cómo era mi pelo. Tenía rulos pero no los dejaba ser a fuerza de productos muy potentes que a lo largo del tiempo hicieron estragos, y me obligué a dejarlos como un yonki deja la droga. Esa transición no fue fácil pero a medida que fueron apareciendo, cada vez más marcados, más fuertes, más potentes, la verdad es que me empezó a empoderar.” Gabi Alonso, es docente y performer, tiene cincuenta y cinco años y también atravesó tiempos conflictivos para sentirse cómoda con su imagen. Atravesó la adolescencia durante la dictadura, cuando había que estar prolija y eso era complicado para su cabeza. Con el tiempo comprendió que el pelo también marca una historia en la vida de las personas y se dio cuenta de algo: había negado la rama paterna de la familia, de donde venían sus rulos, porque tienen raíz negra. ‘Yo soy eso también’, dijo, y fue oportuno para entender quién es.

¿Y qué mensaje transmiten los medios hegemónicos en relación al pelo de las mujeres? ¿Cómo contribuyen a la construcción de esta imagen? En los medios de comunicación se ven peinados artificiales, prolijos. Las normas son mucho más estrictas para las mujeres que para los varones, también en cuanto a la edad y al peso. “Dentro de ese paradigma no entran los rulos naturales –aporta Mengolini–, en todo caso entran unos rulos de buclera, no los reales. Creo que tiene que ver con que los rulos reales siempre muestran algo más salvaje y eso en la tele molesta. Y como toda norma estricta impuesta a las mujeres, termina siendo una consecuencia sumamente disciplinadora. Eso tuvo consecuencias, sobre todo en las décadas pasadas, en cómo nos criamos, y en cómo nos vimos el pelo.” En ese sentido, la televisión siempre mostró que lo supuestamente hermoso y bello era el pelo lacio, el pelo prolijo, el pelo achatado, y eso fue reproducido por muchas aunque no salgan en televisión. “Me parece que la tele tuvo efecto en la generación de sentido: nos educó para ser lacias”, concluye Mengolini. 

Por otra parte, en Brasil, donde la esclavitud se abolió en 1888, todavía es común caracterizar como “lindo pelo” al pelo lacio y como “feo pelo” al enrulado. El dato que suma Garabana explica que hasta hace relativamente poco, lo más común era que las mujeres se expusieran a tratamientos varios de alisado del cabello. “En el 2017, un estudio mostró que cerca del 95 por ciento de las mujeres entrevistadas se habían hecho alguna vez un tratamiento para alisarse el pelo, algunas inclusive siendo niñas. Cuando se les preguntó por qué lo hacían, señalaron que con el cabello lacio se sentían ‘más bonitas y más aceptadas, más cerca del patrón de belleza’.”

Pero algunxs, en la búsqueda de rupturas de modelos de belleza, eligieron tener rulos. Laura Wittner, escritora y traductora, se siente muy afortunada por haber vivido de ambos lados de la frontera capilar: “nací lacia y a los dieciséis me hice la permanente: muchas nos la hacíamos, supongo, porque no había opciones tan a mano como ahora para automodificarse (ni piercings más allá del lóbulo, ni tatuajes, ni rapado, ni pelo verde). Después de esa única permanente mi pelo decidió darme el gusto y desde entonces tengo rulos”. La música Andrea Álvarez comenta: “Nací con el pelo lacio”, sin embargo se declara convencida de que el ondulado tiene mucho más que ver con su personalidad. “La libertad de elegir cómo quiero verme sin importar los demás. Aceptar esa individualidad es lo que nos empodera. Hoy veo rulos más libres y felices. Veo cabezas más libres por dentro y por fuera” dice.

Las nuevas generaciones y las mujeres más grandes están poniendo su pelo como protagonista y desde el feminismo están quebrando esa lógica perversa. Hay mucha más aceptación entre las pibas y eso se refleja cotidianamente. “Las pibas hablan de la menstruación, desnaturalizan la depilación, ya saben que hacer comentarios sobre el cuerpo ajeno está mal y cuestionan la dictadura de las dietas. Aparece con mucha frecuencia la idea de que todas las chicas son hermosas y que hay muchas maneras de ser hermosa. Por eso creo que en todas las revoluciones hay marchas y contramarchas, momentos de avance y reacciones frente a estos cambios. Pero ningún cambio social es en vano, nunca se vuelve al punto anterior”, cierra Garabana. 

Hermosas son siempre las que luchan.