“Ni presa, ni muerta, ni madre, ni infeliz”, se llama el apartado sobre Interrupción Voluntaria del Embarazo del libro El negocio de la salud, pacientes, médicos, sanatorios, obras sociales, prepagas y laboratorios. Cómo empoderarnos sin perder la vida en el intento, de la periodista Soledad Ferrari, editado por Aguilar. “Porque hay mujeres que no quieren cesárea, ni parto natural, ni nada. Hay quienes no desean tener un hijo, al menos no de manera inesperada, no por un descuido.” El aborto, durante 2018, se instaló en la agenda política. Luego de ser tratado por séptima vez en el Congreso, la Cámara de Diputados le dio media sanción a la ley para despenalizarlo y que se pueda practicar en el sistema privado y en el sistema público de manera gratuita durante las primeras catorce semanas.
Ferrari rescata la experiencia de legalización del aborto de Uruguay con la menor tasa de muertes vinculadas a la interrupción del embarazo de Latinoamérica. Y cuenta la historia de Marina Acosta que se fue a vivir a Montevideo y quedó embarazada en el último año del colegio. Ella fue con su mamá al Hospital Pereira Rosell. Se atendió con un ginecólogo que confirmó el embarazo y, el mismo día, le dieron un turno para asesorarla. Tuvo que esperar cinco días para confirmar su decisión y en la tercera consulta firmó el consentimiento. Era menor de edad, pero firmó ella y no su mamá. El médico le recetó misoprostol para que pudiera abortar en su casa. “Estaba todo bien con él, pero se me vino el mundo encima. Yo no tenía en mis planes ser madre, ni el padre, no a esa edad. Por suerte esto me pasó en Uruguay donde el aborto es legal y, si bien fue lo más doloroso que me tocó vivir, podría haber sido peor si lo hubiera tenido que hacer a escondidas”. Ferrari concluye: “Está demostrado que en los países en donde el aborto es legal se redujo la mortalidad en las mujeres gestantes”.