Cuando Silvio Solari dice que es carnaval, Gualeguaychú aprieta el pomo. Su grito ya es marca registrada: cada noche, Solari pronuncia el clásico “¡Bienvenidos al carnaval del país!” y los 500 metros de corsódromo vibran a puro ritmo de batucada. Unas 900 personas que dan cuerpo a cuatro carrozas, en el marco de una movida que cuesta 18 millones de pesos, demanda 500 mil lentejuelas y requiere 70 mil plumas.

Para conocer a Solari hay que cruzar la puerta a la pasarela y llegar a “la previa”: el lugar donde se ajustan los últimos detalles de las comparsas, se ordenan las carrozas y se cosen detalles rebeldes. Faltan treinta minutos para que empiece la segunda noche de carnaval, y en medio de ese manojo de ansiedad Solari se baja de una carroza y recuerda cómo empezó todo: a partir de 2005 se convirtió en locutor suplente, y después, en 2008, se instaló como la voz definitiva del evento. Su grito de largada, cuenta el Osvaldo Principi del carnaval, le genera “una adrenalina especial”. Y aunque el evento dure unas pocas noches, para sus protagonistas es el premio de todo un año de trabajo. En el caso de Solari -igual que para la mayoría de los que hacen el carnaval- la tarea se suma a sus propias rutinas laborales. Este técnico electromecánico trabaja en una empresa telefónica desde hace 20 años, pero espera 10 meses para poder para calzarse el traje de carnaval. 

La comparsa Ará Yeví en su desfile del pasado fin de semana por el corsódromo.

EL COMIENZO Sería incorrecto decir que la fiesta empieza en el corsódromo. Por la tarde, en la costa del río y los bares de la ciudad se larga sin aviso esa carrera que termina entrada en la madrugada, pero que tiene un punto álgido en el desfile de comparsas. Cada una de ellas tiene un relato, y para contarlo de la mejor manera posible los clubes delegan la tarea a un director artístico: aquel que propone ideas, boceta trajes y concibe carrozas. Uno podría pensar que una comparsa está hecha de cuerpos esculturales con purpurina y una batucada potente. Pues bien, lo es: pero también importa proponer un tema, dar un mensaje, narrar una historia. 

La comparsa Marí Marí (del Club Central Entrerriano), 22 veces ganadora del primer premio del evento, presentó un tema, quizás algo ambicioso: “La manifestación de la lucha constante entre el bien y el mal con la que convivimos interiormente”, tal como explica el comunicado de la comparsa. Pero el carnaval no es maratón de lectura ni desfile de modelos. Si el relato está pensado, toca a la dirección musical de cada club definir el pulso de su comparsa. Juan Carlos Álvarez está a cargo de la música de Kamarr, una tarea en la que está embarcado desde mayo, cuando comenzaron las prácticas. “Cada domingo de este año nos juntábamos en la chacra de un directivo del club para los ensayos generales de cuatro o cinco horas –repasa–. Y durante la semana, hacíamos  los arreglos particulares más específicos”. Sobre la carroza rebotante de los músicos de la comparsa, se lo ve justo en el medio, con las cuerdas y los vientos detrás y los teclados y las voces adelante. Si algo falla, Álvarez debe estar cerca para solucionarlo. La autocrítica de una comparsa es fundamental, por eso, durante la época de carnaval, el grupo se sigue reuniendo: “La idea es ver cuáles son los puntos flojos, y si hace falta ensayar para mejorarlos, aunque en época de competencia trato de dejarlos descansar”.

Trajes, colores, lentejuelas y una preparación que dura todo el año para lucirse en verano.

CARNAVAL DE CASAMIENTO Álvarez empezó en esto en el año 86 y pasó por varias comparsas. Con tanto tiempo entre plumas y carrozas, se enamoró de una pasista –hoy coreógrafa y portabanderas de Kamarr– y el año pasado, en la última noche del carnaval, se casaron en pleno corsódromo, después de completar la ardua tarea de convencer al juez de que llevara el libro hasta la pasarela. No hubo caminos de rosas, coros secundados por violines, ni velo de tul: después de dar el sí, el novio se quedó tocando con su batucada amiga. La novia, por su parte, se sacó la ropa y se quedó bailando con su traje de carnaval.

Reza la sabiduría popular que en la cancha se definen los tantos. Y ahí están los relatos pensados, las carrozas construidas, las lentejuelas y las mostacillas cosidas y vueltas a coser para resistir los pasos frenéticos al ritmo del repiqueteo del bombo. Solo falta ver qué pasa en el corsódromo. Y en eso está Pamela Martínez, reina de la comparsa Ará Yeví durante el verano y abogada el resto del año, dueña del lujo y la responsabilidad de bailar justo al frente de la carroza de los músicos de su club. “Cuando la banda va tocando el vivo la gente explota, pero hay que estar a la altura de la circunstancia, tratar de conectar con todos en el público”, recomienda. Mientras desfila, intenta saludar a todos, los señala, les sonríe, hace un gesto con las manos para indicar que canten más fuerte, tal cual reza el decálogo de la buena reina de la comparsa.  Y por supuesto, trata de convencer al público más difícil: aquel que se sienta en la platea como si fuera el living de su casa y ve pasar a las comparsas como por televisión. Cuando el paso se desacelera, intenta hacerse tiempo para alguna foto, aunque vuelve rápido a su centro. Ser la reina es, de algún modo, ser la anfitriona del cumpleaños y la protagonista de la fiesta no puede casarse con ninguna mesa. 

El tema de Ará Yeví de este año cuenta una mirada que muchos de los que hacen el carnaval comparten y que tiene que ver con lo que se vive durante las noches que transcurre el evento. “Nos propusimos mostrar que este puede ser un tiempo y un espacio donde ignoramos el tiempo de los relojes –cuenta Martínez-, donde dejamos de lado los horarios y el pulso lo marcan los tambores”. 

Para el visitante, el Carnaval de Gualeguaychú es un evento de verano, pero para quienes trabajan en cada una de sus instancias es un fuego que se alimenta lentamente  durante largos meses de labor artística, física y técnica.  O en palabras de la reina de Ará Yeví: “Lo que pasa en estas noches es el motivo por el que trabajamos el resto del año”. El carnaval en Gualeguaychú elige arder en vez de perdurar, y una vez consumido el fuego, se convierte en el motor de trabajo para la próxima edición.

Un clásico: los cuerpos esculturales, aquí de una integrante de Ará Yeví.

20 AÑOS DE CORSÖDROMO

El corsódromo de Gauleguaychú equivale a unas 22 canchas de tenis. Gracias a sus dimensiones, permitió que en la primera noche de la edición 2017 unas  27 mil personas hacieran zumbar sus palcos y que cada comparsa pusiera 290 personas en escena y carrozas que superan el tamaño de un monoambiente promedio. Pero este enorme predio –el más grande del país, el segundo más extenso del continente, detrás del de Río de Janeiro- no fue el escenario del carnaval desde siempre. A fines del siglo XIX las comparsas desfilaban por la calle 25 de mayo, desde Rocamora hasta Mitre,  ida y vuelta. El evento se hacía por la tarde: en el punto entre el que el calor menguaba y la falta de electricidad podía suplirse con luz natural. Hacia la década del 30 la fisonomía del carnaval comenzó a cambiar: en las veredas se montaban palcos y en la calle, pasarelas de madera.

Pero el verdadero quiebre se dio en 1978, con la formación de la comisión del carnaval, cuando a las comparsas que llegaban de otras provincias y hasta de Brasil y Uruguay empezaron a sumarse nuevas y de formación local. Por esos años nacieron Papelitos del Oeste, O Bahía y las tres comparsas que desfilan este año. En ese entonces,  la última dictadura militar dejó a la ciudad sin trenes y convirtió a su estación en un edificio abandonado. Por esos años Gualeguaychú ya pensaba en un proyecto de las dimensiones de los sambódromos brasileños, y para 1997 -hace exactamente 20 años- decidió convertir crisis en oportunidad: se levantaron los rieles, se parquizó la zona y se recuperó el edificio, hoy conocido como la Casa Rosada, donde funcionan oficinas administrativas y de prensa, mientras los galpones de la locomotora están a disposición de las comparsas. 


DATOS ÚTILES

  • Fechas de carnaval: las próximas noches de carnaval serán las del sábado 4, sábado 11, sábado 18, sábado 25 y domingo 26 de febrero. 
  • Transporte: para quienes desean ir y volver al término del evento, varias empresas de colectivos, como Flecha Bus, ofrecen servicios alrededor de las tres de la mañana, poco después del término del desfiles de las comparsas.
  • Precios de las entradas: para las primeras tres fechas del mes (4/02, 11/02, 18/02) las entradas tienen un costo de 210 pesos, mientras que para las últimas dos (25/02 y 26/02) el precio es 240 pesos. En Capital, se pueden adquirir en Av. Roque Saenz Peña 1146 (Agencia Adrogué Bus) y a través de la página web oficial del carnaval: www.carnavaldelpais.com.ar. También se pueden comprar en las boleterías del corsódromo  (Maestra Piccini al 1000, esquina Ayacucho). Contacto: [email protected]