Tetas verdes fritas.
Son lo que son.
Y lo son tan auténticamente.
Yo estaré dentro. Florecerán y floreceré; se marchitarán y me marchitaré. No quedará de ellas más que los huesos con su jugo sabroso. Estaré dentro, macerada. Seré apenas un pedacito de cosmos en el seno comestible. Así es como lo veo pero es imposible que lo diga. He aprendido a no decirlo, a no confesar que el jazmín tiene tetas de rocío y dos manos nacidas de tres cigüeñas. Las mismas que le llevaron muñecos rotos, de regalo, al niño dios de los crisantemos.
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Las grandes tetas fieles son montañas.
Montañas peligrosas para el corazón, para los tímpanos, para la digestión, para la melancolía. Adentro hay grandes fuegos, civilizaciones enteras que se oyen al apoyar el oído en la ladera. Senderos azules de besos negros, azúcares centenarios, endovenosos. Y los cuatro infinitos, uno sobre otro, en cada teta fiel de montaña real y maravillosa. Los cuatro infinitos son iguales y el quinto infinito también es exactamente igual, así hasta el último infinito que se parece mucho al primero, al segundo, al tercero, al cuarto y al quinto. Pero todo esto quizás lo atribuimos a la imaginación, y erramos, porque no estamos dentro del tiempo amarillo para apreciarlo.
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Tesla.
Tetas eléctricas.
Tetas libres.
Hablo del rayo cósmico.
De los cristales y los espejos.
Truenan las tetas teslas, dieléctricas, inalámbricas. Edison hace manualidades con los hilitos de cobre y manda a los niños huérfanos a venderlos en el infierno. Edison chupa su propia estatua y baila en la pista punchi‑punchi, sin parar, dale que va, con la botellita de agua dolarizada.
La nave Tierra vuela con sus tetas encendidas, sus tetas‑teslas de amor radiante que diseminan una lluvia de estrellas diminutas como flores de acacias por el cielo del primer infinito.
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Las tetas ciclistas.
De puro verano.
Pesadamente cargadas de indios ranqueles y nubes que se asombran. Son ya caminos las tetas. Tienen un blanco magnífico que nunca vio el sol. Parecen titubear, se mueven para acá y para allá. Saltan, saltan, saltan y sobresaltan, las blancas tetas saltan.
Son así.
Albas y asombrosas.
Desde adentro sopla un viento tremendo.
Se ocultan de sí mismas lo mejor que pueden.
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Las tetas veladoras son temblorosas y valientes.
Cuando se corta la luz encienden los pequeños pabilos con cuidado de no quemarse, de no incendiar sus plumas espesas y sus difíciles tormentas, llenas de tetas‑relámpagos, de pezones que despiertan hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y se encuentran en el cuarto infinito, que por un momento es el de la realidad, por una noche, o dos semanas, aunque el tiempo de todos los infinitos siempre es intermedio y erótico.
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Tetas bebestibles.
De ron.
Cuba libre.
Sueño, despertar, noche, amanecer.
Nada saben decir las tetas borrachas.
Luego, un día, de repente, abren las puertas del calabozo y se van.
Tan redondas y seguras que no ven sus propios pies. Abren los ojos y notan que la tierra ya no existe. Nunca existió.
Y lloran leche de culebra feliz.
Leche de magnolias celestes.
Leche de luciérnagas subversivas, conjuradas.
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Tetas de solución fisiológica.
Esterilizadas.
Hervidas.
Castradas.
Inodoras.
Incoloras.
Insípidas.
Tetas rancias que hablan sin parar setenta horas seguidas. ¡Qué tetas tan charletas! ¡Cuánta diversión blablablá! Un batallón de tetas en gel que dirige procesiones, y cantan salmos al Papa Taragüí, y se ponen el chaleco de la caridad cristiana, ¡felices los pobres! sean pobres los pobres para que las tetas cristianas suban al podio del edén. ¡Palmas, palmas, palmas, para las santas tetas! ¡Palmas, palmas, palmas! ¡Vayan a las villas, las santas tetas, a brillar!
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Tetas machas.
Que vagan a medianoche, y prenden cigarrillos, y ofrecen su amorío sobrenatural de doble hoja y doble jornada, doble género, doble corte y confusión; estrellita en la garganta, nuez de Adán, dulce cenicienta con barba y minishort.
Tetas síntesis de dios,
vírgenes tetas estiradas hasta el amor y la manguera.
Guerra de tetas cowboy,
soldadas tetas,
gendarmes tetas de frontera,
por la paz y la soberanía
del fetiche,
tetas de alto rango,
de poliuretano cósmico
y metacrilato sideral.
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Se me ha dicho:
estas son las tetas del pájaro que anida en tu pecho.
Simplemente se me ha dicho.
Me digo a veces, todos estos sonámbulos no han tenido jamás las tetas de pájaro.
Arrancate las plumas, me digo muchas veces, pero me vuelven a crecer. Son tetas con alas.
Que se cansen, me digo, a veces. Pero eso no pasará nunca. Nunca me cansaré. No se me cansarán las alas, ni las tetas, ni las palabras.
Que se cansen los sonámbulos.
Ellos sí se saben cansar.