El que terminó fue un año súper fructífero para la edición local de historieta, al punto de que cuesta destacar cualquier libro por sobre otros. Sin embargo, acá van tres títulos de 2018 que da gusto leer y que, además, quedarán bien en cualquier biblioteca.
La sombra del altiplano, de Paula Suko
“Una Kill Bill coya” es una comparación frecuente para hablar de este libro publicado por Barro Editora. Pero es un paralelo inexacto e insuficiente, porque la protagonista de la historia es mucho más que una Novia vengativa. Es cierto que el lector puede elegir ver sus dos machetes como las katanas del díptico de Quentin Tarantino y que tanto las secuencias de acción como la composición de página tienen influencias similares a las del cineasta. Pero la heroína que presenta Suko es muchísimo más que una mujer despechada: la autora propone a una empoderada que no sale a reponer su honor mancillado sino a restituir las libertades, los derechos y la justicia para sus hermanas. Y allí reside gran parte de la magia de La sombra del altiplano: la heroína es una, pero sobre todo busca libertad para otres.
Dentro y fuera de la historieta, la autora es militante feminista y en sus relatos suele hacer hincapié en las sexualidades disidentes, tema que aquí apenas aparece de soslayo. La sombra del altiplano es una historieta feminista, pero que no se plantea explicitarlo. Primero es una historieta de aventuras excepcional, emocionante y narrada con maestría. La influencia del manga aparece en sus mecanismos narrativos y en la forma de contar las peleas. El gran criterio estético de Suko permite unir eso con la Puna y hacerlos convivir con naturalidad. El personaje pide a gritos ya no una segunda aventura sino una saga entera. Por todo esto, La sombra del altiplano es una de las historietas del año.
Mowgli en el espejo, de Olivier Schrauwen
Schrauwen es uno de los autores de vanguardia de la nueva historieta francobelga. El dibujo ameno no lo revela hasta que uno arranca a leer. Y ahí es todo magia. El belga toma de El libro de la selva apenas algo de la ambientación y sus personajes, pero reimagina sus relaciones y acontecimientos. Mowgli en el espejo sigue siendo la historia de un joven y un simio, aunque lo que la selva decide enseñarle al homo sapiens es algo muy distinto a la moraleja del material original. Además de esa capacidad imaginativa para subvertir un relato tradicional, Schrauwen tiene una línea de dibujo bellísima, sutil, elegante. Y narra en términos historietísticos con una calidad suprema. No hay una palabra en toda la historia y aún así se entiende perfectamente.
La edición local de Wai Comics, fiel a la original, es prácticamente un fanzine de lujo por sus juegos con el formato de publicación (casi tabloide), el papel y la paleta de colores. Es más, hay que escarbar para encontrar el número de ISBN y confirmar que, formalmente, no es un fanzine de esos que desnucan cabezas, aunque conserve su espíritu revulsivo y sus ganas de dinamitar los formatos editoriales comerciales de su mercado nativo.
Libro de fanzines, compilado/editado por Alejandro Schmied
Libro de fanzines es inspirador. En lo formal, Schmied (responsable del sello Tren en movimiento) juntó artículos de investigadores y apasionados con el formato fanzine en un volumen que permite trazar gran parte de su genealogía desde la década del ‘80 hacia acá. Hay textos curatoriales de la muestra que se hizo en el Centro Cultural Ricardo Rojas durante 2017, algunas entrevistas –la de Patricia Pietrafesa es particularmente buena–, historizaciones de la historieta independiente y más. Ya por eso es una lectura recomendada. Pero sucede que Libro de fanzines es (en sus efectos) más aún. Para quien ya es fanzinero, lo hila a una historia cultural, lo entronca y hace parte desde / pese a / gracias a su particularidad. Sentirse parte de un movimiento histórico, conocerlo, es movilizante, sacude los cimientos y muestra que todo es probable más allá de las posibilidades y las limitaciones técnicas. Lo único auténticamente necesario es tener algo para decir.
Por eso, ya de movida el capítulo dedicado al surgimiento del fanzine en el movimiento punk del retorno de la democracia es un acto creativo. Es muy difícil atravesar ese capítulo sin tener ganas de salir a armar un fanzine propio. Que ni siquiera tiene que ser punk: puede ser lo que se quiera, pero propio. Salir de las tripas porque no puede salir de ningún otro lugar. Un acto que es, a la vez, lo más punk que existe y lo más genuino a lo que puede aspirar un fanzinero.