Cuando se habla de la relación entre el cine francés y Cuba, siempre se mencionan grandes personalidades como Agnes Varda o Chris Marker. Y sin embargo usted viajó a Cuba y dirigió un mediometraje documental sobre el Che Guevara, titulado Parlez-moi du Che (1987), que es casi desconocido.
–Todos los jóvenes en París, y no solamente los jóvenes, desfilaron en la calle en memoria del Che cuando lo mataron. Fue un movimiento emocional enorme. A mí me había marcado mucho porque era el héroe romántico por excelencia de todos los que tenían 18 o 20 años en aquella época.
¿Usted estaba políticamente comprometido?
–No. Pero un día me llama Jean Cormier, un amigo periodista, para comentarme que acababa de volver de Cuba, que había visto al padre del Che y que le gustaría ir ahí a hacer una película sobre él. Yo le dije que me interesaba mucho y empezamos a organizarnos pero, poco tiempo antes de viajar, el padre del Che falleció. Yo pensé: “Se acabó”. Pero Jean me dijo que no necesariamente, porque estaba la hija del Che y también un compañero argentino de él que había vivido en París. Así que viajamos a Cuba. Yo era muy popular allí y no lo sabía. Era porque los rusos compraban mis películas para toda la Unión Soviética y también se las vendían a Cuba. Entonces, cuando llegué, quedé muy impresionado. Estaban encantados con que fuera a Cuba –en aquella época ningún francés iba ahí– y más aún con la idea de hacer una película. Incluso participé en asambleas estudiantiles donde me levantaron en andas, en medio de enormes carteles que decían ‘¡Venceremos!’ Fue increíble. Además, cuando los cubanos empiezan a hablar del Che son imparables. Filmé como ochocientos kilómetros de material. ¡No los podía cortar! Pero también esa era la gracia. Conocimos a muchos compañeros guerrilleros que vivían en campos militares. Y también nos hicimos muy amigos del fotógrafo que tomó las imágenes míticas del Che. Inclusive se quedó con nosotros durante tres semanas, primero porque era una persona fantástica y además porque con nosotros al menos comía porque el pobre hombre no tenía nada de dinero, mientras que su foto daba la vuelta al mundo. En el fondo es una película sobre mi sensibilidad personal hacia el personaje, puesto que no soy historiador. Pude ver su escritorio, andar por los caminos que recorría él todos los días cuando era ministro. Aprendí mucho en ese viaje. No vi a Castro pero tampoco quise verlo porque sabía que si ponía a Castro en la película iba a tener que hablar durante cuarenta y cinco minutos sobre él y sólo cinco sobre el Che. Mucho después tuve la oportunidad de conocerlo. No sé cómo será ahora pero en aquel momento el Che estaba muy presente. No había una cocina o un pasillo que no tuviera una foto de él. Camilo Cienfuegos también era muy querido. También conocí a científicos allegados al Che, ya que, además de ser un guerrillero, era un intelectual. Cuando uno conoce su historia como pude conocerla, entiende que no se podía quedar donde estaba. Una vez logrado su objetivo, tuvo que irse y fue así que se hizo matar, porque los bolivianos no lo siguieron y el partido comunista tampoco. Después de hacer el film, su hija vino a mi casa en Francia y tuve el placer de ver jugar al nieto del Che con mi nieto. Uno era todo castaño y el otro todo rubio. Si me hubieran dicho que un día vería eso…